miércoles, 21 de diciembre de 2016

CAPÍTULO 96: CORRE

Me levanto del suelo entre una nube de humo y dejo de escuchar ese silencio para pasar a escuchar gritos. Gritos desesperados y el sonido de la gente corriendo. Varias personas pasan por mi lado, golpeándonos los hombros, pero estoy paralizado. Mi mirada se dirige hacia las escaleras por las que iba a bajar y, sin querer, camino hasta ellas. Necesito saber qué ha sido eso. Al llegar a la barandilla, tengo que apoyarme en ella. El humo es espeso, pero deja ver lo que ha ocurrido. Un vagón de uno de los trenes ha saltado por los aires, ya no existe. Observo la escena totalmente paralizado y el miedo me inunda. No alcanzo a ver los andenes, pero recuerdo que estaban repletos de gente. Trago saliva varias veces, como intentando digerir esto. Es entonces cuando veo a dos policías bajar por las escaleras mecánicas de mi derecha, a la carrera, haciendo gestos y gritando que salga todo el mundo de la estación. Tras ellos, dos personas que, como yo, observaban la escena, vestidos de calle, bajan tras ellos. Les miro y, como si mi conciencia tuviera vida propia, me planteo bajar tras ellos. Siento miedo, pánico, pero no dudo que ellos también lo sienten. Si estuviera vestido de amarillo, bajaría sin pensármelo. Sería mi deber. Una simple chaqueta y un simple color no pueden hacerme tomar una decisión, no tiene nada que ver llevar esa ropa o no llevarla. Pepe tenía razón en esa frase. El médico es médico hasta que se muere. Y yo, por mucho miedo que tenga, sigo siéndolo.

Cuando quiero darme cuenta, estoy poniendo un pie en ese andén que ahora es el mismísimo infierno. El humo se disipa escapando por la zona donde entran los trenes y me deja ver un poco más la dantesca escena. No puedo apenas mover los pies para caminar de manera normal. Si el infierno existe, debe ser mejor que esto. No puede haber otro escenario peor en el mundo que este en este momento. Tengo que apartar la mirada tantas veces de las personas que me voy encontrando, que una arcada me sobreviene, aunque consigo controlarla.

Camino unos pasos más, esquivando esas señas de muerte que yacen en el andén, y me agacho hasta una de las personas que están tiradas sobre él. Está boca abajo, es una mujer de mediana edad parece. Palpo su pulso, la muevo, pero no hay respuesta. Le doy la vuelta y lo que veo me hace entender que ni siquiera puedo reanimarla. Me impresiona tanto que pongo una mano sobre el pilar que sostiene esa tumba en la que se ha convertido la estación, para no caerme al suelo mareado. De nuevo una arcada, esta vez más fuerte, me hace encorvarme. Apoyo mi espalda en el muro, intentando recobrar el aire, aunque no creo que pueda después de esto.

Escucho los gritos, los llantos, las súplicas… sonidos que sé que van a quedar grabados en mi mente para siempre, igual que las imágenes. Van a perseguirme toda mi vida. Noto como mi corazón va muy deprisa, así no voy a poder ayudar a nadie, tengo que serenarme, tiene que haber mucha gente que necesite ayuda y yo puedo hacerlo. Al menos hasta que comiencen a aparecer las ambulancias, que no dudo que lo harán. Ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde la explosión, pero en mi mente es como si hiciera horas. Respiro hondo varias veces, sin mirar al andén, asimilando todo esto para poder afrontarlo. Tengo unas ganas de salir corriendo de aquí inmensas, quizá con la misma fuerza que ese sentimiento de responsabilidad me está haciendo quedarme aquí.  

Miro a mi izquierda y una persona intenta levantarse del suelo. Es una mujer de mediana edad, con melena rubia, manchada por sangre. Se arrodilla y mira a todas partes, con cara de terror. Me arrodillo a su lado.

-Hola, me oye? – me mira asustada – tranquila… - miro la herida que tiene en la cabeza, no parece muy profunda – está bien? – me mira y asiente aunque parece que no comprende lo que le digo – puede ponerse de pie? – asiente y la ayudo – escuche, salga de aquí, me oye? – miro hacia dos personas que salen caminando hacia las escaleras – eh! – se giran y nos miran – podéis sacarla con vosotros? – son dos chicos jóvenes – por favor… - digo mirándoles. Se miran y asienten. También tienen heridas, aunque parece que de poca consideración –

Veo como la agarran entre los dos, la mujer parece aturdida. Les veo subir las escaleras y, por un momento, pienso en ir tras ellos, pero al apartar la vista hacia el andén, cambio de opinión. Todavía no ha llegado nadie, ni más policía, ni ambulancias… aunque no creo que tarden en llegar. Esto es gordo… esto es muy gordo. Me supera por completo ver la cantidad de heridos que hay en el suelo. No se si voy a poder serenarme, pero tengo que intentarlo. Si no puedo ayudar a nadie, para qué cojones he bajado aquí? Mentalmente decido establecer prioridades. Voy a acercarme a los que se mueven pero no se quejan, que suelen ser los más graves. Los que no se mueven, no creo que pueda hacer mucho más por ellos. Al otro lado del andén, pegado al tren, veo un hombre que alza las manos, pero no grita, al menos no me parece escuchar un grito por su parte, pero los gritos y los lamentos siguen, es difícil abstraerse de ese sonido.

Al llegar a él, me agarra de la mano y veo un gran charco de sangre alrededor. Se toca la pierna con la otra mano y, al girarle un poco, un chorro de sangre sale disparado de la pierna y me mancha los pantalones. Hasta que nadie me diga lo contrario, este hombre tiene una sección de la femoral, pienso rápidamente. Necesita que lo saquen de aquí inmediatamente. Pero mientras alguien llega, no puedo dejar que se desangre. Ese tipo de sangrado no va a pararse de cualquiera manera. Toco mi pantalón, no llevo el cinturón, y él tampoco. Salgo corriendo hacia los dos policías que he visto bajar al principio y que se han puesto a atender a la gente.

-Tenéis un cinturón? – digo parándome a su lado –

-Sal de aquí chaval… - contesta uno de ellos arrodillándose al lado de un herido –

-Un cinturón o algo que apriete – vuelvo a repetir, pero recibo un empujón de uno de ellos, como diciéndome que me aparte – Joder! Soy médico! Tengo un hombre con una sección de la femoral y necesito un puto cinturón para hacerle un torniquete! – grito desesperado –

Los policías me miran sorprendidos y uno de ellos se levanta y se desabrocha el cinturón a toda prisa, dándomelo sin decir nada. Lo cojo y salgo corriendo hacia el hombre, que sigue quejándose sin fuerzas. Hago el torniquete e intento tranquilizarle.

-Escuche, le vamos a sacar de aquí, en seguida van a venir las ambulancias…

-Ha explotado todo… he salido disparado… - dice casi sin poder hablar –

-No hable de acuerdo? – digo poniendo una mano en su hombro – todo va a salir bien…

-Eres médico no? – dice un policía acercándose a mí acelerado – ven, corre! – grita y me hace ponerme de pie, dejando a ese hombre allí, sin saber si ese torniquete será suficiente para mantenerle con vida –

-Qué pasa? – digo llegando hacia ellos –

-Creo que no respira… estábamos hablando con él, pero ha dejado de responder… - dice un policía asustado -

Veo un hombre de unos 50 años tumbado en el suelo, con varias heridas que parecen superficiales. Efectivamente, no respira, y no parece tener pulso.

-Joder… - pongo mis manos en el pecho y empiezo a imprimir ritmo con un masaje cardiaco – necesito que me encontréis un desfibrilador – digo dirigiéndome a los policías – tiene que haber uno en la estación.

-Yo sé dónde está – dice uno de ellos levantándose –

-Pues tráelo, rápido! – exclamo – no me lo puedo creer… - alzo la mirada y veo al policía mirarme absorto – sabes hacer esto?

-Si, pero no lo he hecho nunca en personas – responde algo nervioso –

-Si esto se alarga vas a tener que relevarme – digo sin dejar hacer el masaje –

No cuento mentalmente las veces que imprimo masaje, simplemente lo hago al ritmo que se debe hacer. Miro hacia la escalera pero todavía no veo bajar al policía. Rezo para que llegue con el desfibrilador, o que llegue alguna ambulancia, sino este hombre no tendrá ninguna oportunidad. Siento la adrenalina por mis venas, como si pudiera olerla. Pero esto me supera. Supera cualquier actuación médica que haya hecho hasta ahora. Miro alrededor un segundo y decido no volver a hacerlo. Si lo vuelvo a hacer, el miedo me va a paralizar, y no puedo bloquearme. A lo lejos, veo llegar al policía a toda prisa, como alma que lleva el diablo, con el desfibrilador en las manos.

-Ábrelo y conéctalo, está explicado en la caja – digo sin parar de hacer masaje y notando las primeras gotas de sudor recorriendo mi frente – tiene que haber unas tijeras para abrirle la camisa – sigo dando órdenes – lo tenéis que hacer vosotros, yo no voy a dejar el masaje de acuerdo? – asienten – cuando pongáis las pegatinas, quiero que los dos vayáis por el andén buscando gente que necesite ayuda inmediata para cuando lleguen las ambulancias – me miran sorprendidos ante mi capacidad de mantener la mente fría en este momento – ayuda inmediata significa que sigan vivos, de acuerdo? – asienten de nuevo – vamos, pegad las pegatinas, una debajo del hombro derecho y la otra en el costado izquierdo – digo dejándoles algo de espacio, sin dejar el masaje – bien, dale al botón – le ordeno a uno de ellos –

La máquina comienza a hablar y me ordena que deje de dar masaje. Analiza el ritmo y me dice que es desfibrilable, así que me retiro y aprieto el botón para dar una descarga. Justo cuando termina, vuelvo a iniciar el masaje. Los policías se quedan mirándome, como paralizados.

-Vamos! – les grito –

Como si se activaran a mi voz, los dos se hacen señas y uno va en una dirección y otro en otra en el andén. Hay mucha gente herida, de diferente consideración, pero tienen prioridad los muy graves. Es cierto que un policía quizá no sabe diferenciar lo grave de lo muy grave, pero sí puede ser un primer cribado. Me sorprendo a mí mismo con la facilidad con la que les he dado órdenes, no me lo esperaba. Sigo dando el masaje, sabiendo que dentro de poco voy a estar muy agotado, y rezando para que la próxima vez que la máquina analice el ritmo, el hombre tenga pulso. Tras dos minutos, la máquina me indica que me aparte y me dice que explore al paciente. No me lo puedo creer, tiene pulso, pero sigue inconsciente. Pero tiene pulso, he conseguido que su corazón vuelva a latir.

-Necesitas que te releve? – pregunta el policía acercándose –

-Tiene pulso – respondo abriendo los ojos del hombre, buscando alguna respuesta – este hombre es prioridad absoluta cuando lleguen las ambulancias de acuerdo? – asiente –

Nada más decir eso, miro hacia las escaleras, me parece ver a mucha gente de repente. Ahí llegan los de amarillo, pienso para dentro. Era lo que siempre decíamos cuando trabajaba en urgencias.

-Corre, coge a un equipo y diles que tengo un hombre que acaba de salir de una parada – le digo al policía –

El policía sale corriendo, saltando a las vías para cruzar al andén de enfrente. Veo como me señala y en seguida se movilizan hacia mí.

-Aseguradnos que podemos estar aquí sin peligro – dice el médico dirigiéndose a los policías –

Una de las primeras cosas que te enseñan cuando trabajas en una ambulancia es que la prioridad no es el paciente, eres tú. Si a ti te pasa algo, la única oportunidad que tiene ese paciente, se desvanece. Pero esto se sale de la norma. Han entrado al mismo tiempo equipos de sanitarios, policías y bomberos, sin comprobar nada previamente, no había tiempo.

-Acaba de salir de una parada – digo mirando al médico –

-Álex, qué cojones estás haciendo aquí… - contesta el médico –

Le miro bien y me doy cuenta de quien es. Es Fran, uno de mis mejores amigos, una de esas personas que encontré en la facultad hace años e hizo que la carrera fuese más llevadera. El mismo que recogió a Yaiza y su hijo cuando dio a luz aquel día. El mismo con el que, días antes, había estado hablando sobre qué organizar este año para nochevieja. Con la tensión, ni siquiera le había mirado a la cara. Nos miramos un segundos, serios, la situación no es la más propicia.

-Iba a la despedida del de anatomía – le contesto sin mirarle – Fran, tengo también un hombre con una probable sección de la femoral, le he hecho un torniquete.

-Cuanto tiempo ha estado en parada? – pregunta por el hombre al que acabo de reanimar –

-Unos 5 minutos, con la primera descarga ha salido

-Bien… - asiente – cuando tengáis una vía, pasadle suero, quiero un electro, ya sabéis lo que tenéis que hacer – dice a su equipo, que ya se había puesto en marcha – dónde tienes a ese hombre?

-Allí – señalo al otro lado del andén –

-Vamos – se levanta cogiendo su mochila –

Nos dirigimos a toda prisa a por el hombre y, al llegar, parece inconsciente. Fran se arrodilla a su lado y yo al otro.

-Sabes coger vías? – me pregunta explorando al hombre –

-Si – asiento – dame – cojo la mochila y comienzo a sacar el material adecuado

-El sangrado era a chorro? – pregunta explorando la pierna –

-Al intentar ver por donde sangraba, ha salido a chorro – digo canalizando una vía venosa – le paso suero a chorro.

-Hasta que no se demuestre lo contrario, tú tienes razón, así que es prioridad absoluta de traslado – se levanta y le hace un gesto a otra unidad – sección de la femoral, hay que llevárselo! – grita – me hago cargo del de la parada de acuerdo? – asiento -

Veo venir a otro equipo, pero ni siquiera alzo la vista, me afano en comenzar a pasar suero a ese hombre. Seguramente tiene la tensión por los suelos por la pérdida de sangre y quién sabe qué más.

-Álex?

Alzo la mirada y la voz me resulta familiar. Mis ojos se abren de par en par cuando veo otra cara conocida. Mateo, uno de los médicos que más tiempo lleva en el 112 y con el que coincidía casi siempre en los cambios de guardia.

-Tío, estás bien? – dice acercándose a mí y dándome un sutil abrazo – qué cojones haces aquí?

-Iba a la facultad… - contesto dándole la bolsa de suero –

-Pero estás bien? Tienes alguna herida? – pregunta un tanto desesperado –

-No, Mateo, escucha – le pongo la mano en el hombro – saca a este hombre de aquí que se nos muere.

Mateo me mira sorprendido y asiente, poniendo en marcha a su equipo para el traslado. Al ver que me levanto y me dirijo al otro lado del andén, me agarra del brazo.

-Sal con nosotros – dice mirándome –

Me quedo mudo un instante, mirándole. No puedo irme, no ahora, no con todo lo que hay que hacer. Tengo dos manos que saben de medicina, puedo ser útil aquí dentro, allí fuera no.

-No – niego – me quedo Mateo…

Su mirada casi me recuerda a la de mi padre. Quizá es como me miraría él en este momento. Resopla y se gira hacia su equipo, sabiendo que no va a convencerme. No puedo irme, por muchas ganas que tenga.

La situación nos supera a todos. Decido continuar con la valoración de los heridos que me parezcan más graves. Los dos policías, los primeros en llegar, están dentro del tren, quizá asegurándose de que aquí no haya más bombas. Bombas. Es la primera vez que pienso en eso. Es acaso esto un atentado? Otra vez? Trago saliva pensando en eso. Nos hartamos de escuchar últimamente noticias por el estilo en la televisión y parece que solo nos afectan cuando pasan en ciudades cercanas, como el último en París, pero esto pasa todos los días en muchos lugares del mundo. Y ni siquiera nos afecta, solo pensamos que es uno más, que esas zonas más castigadas por el terrorismo tienen lo que les ha tocado vivir. Pero esto no puede tocarle a nadie, no puede ser justo, ni siquiera lógico. Inmerso en mis pensamientos, sigo valorando a los heridos que me voy encontrando. Me atrevería a decir que son cientos. Inabarcables si no llegan más unidades. Mientras ayudo a un hombre a levantarse, veo a Fran venir hasta mí.

-Álex, voy a llevarme al hombre de la parada, es un infarto – dice cogiéndome el hombro – vente conmigo

-No Fran… - niego de nuevo, igual que con Mateo –

-Álex, tienes que salir de aquí, me entiendes? – dice mirándome algo desesperado – no estás obligado a hacer esto…

-Claro que lo estoy… - respondo apartando su mano de mi hombro – igual que tú, aunque no lleve esa chaqueta… - le señalo –

-Álex joder… - se queja y se gira al escuchar su nombre por parte de su equipo, a los que conozco bien – maldita sea Álex, sal con nosotros…

-No Fran… - vuelvo a negarme – nos veremos fuera…

Me mira con gesto serio, profundamente serio. Resopla y sale corriendo hacia la camilla que ya lleva en bolandas a aquel hombre al que he ayudado a salir de la parada. Le miro durante unos segundos. Con lo fácil que sería salir con ellos y lo inútil que me sentiría. No me necesitan, y aquí si. Tras unos segundos, continúo valorando a los heridos que me encuentro. Veo muchas caras conocidas entre la gente vestida de amarillo. Me miran sorprendidos, pero no preguntan, solo hablamos para lo que tenga que ver con los heridos.

He perdido la noción del tiempo. El reloj que colgaba del techo del andén está hecho añicos. Las manijas siguen marcando las 8:37, la hora en la que ha ocurrido todo, pero no sé cuánto tiempo llevo aquí dentro. El olor se ha clavado en mi cerebro y ya casi ni lo percibo, aunque sé que no voy a poder olvidarlo. La gente que seguimos allí, ayudando, nos movemos casi por automatismo. Cuando todo esto pase, nos va a costar volver a nuestra vida normal. Nos va a costar cerrar los ojos y no volver a ver esto. Nos va a costar estar en silencio y que en nuestra cabeza no resuenen estos sonidos, esos llantos, esos lamentos que no he dejado de escuchar en todo el tiempo. Y el sonido de los móviles, ese sonido que ha comenzado a aparecer hace unos minutos. Supongo que la noticia ya ha aparecido en las televisiones. Ni siquiera recordaba que mi móvil está en mi bolsillo, pero si lo saco ahora y explico lo que está pasando, no podré seguir ayudando. Pienso en ella, en la última persona con la que he hablado. Estará volando y un temor me recorre el cuerpo. El temor a que esto no esté pasando solo aquí.

Una mujer joven, quizá de mi edad, me agarra del brazo al pasar por su lado. Apoyada en el muro, con el brazo derecho sujetado por el izquierdo, me mira con cara de súplica.

-Por favor, ayúdame a sacar a mi hija de aquí – la señala en el suelo, apoyada en la pared, con el pie torcido y la mirada perdida – no puedo levantarla – se señala el brazo mientras comienza a llorar – no puede caminar y no puede seguir viendo todo esto…

Miro a la niña y me agacho hasta ella. Toco su cara pero aparta el rostro. Debe tener unos 6 años. Suspiro apenado. Si para mí va a ser difícil vivir con esto, no me quiero imaginar lo que va a ser para ella.

-Nos han dejado aquí, sé que hay gente peor – intenta excusarse – pero necesito sacarla de este infierno… - alzo mi mirada y veo a su madre, llorando –

-Eh cielo… - digo acariciando su rostro – mírame…

La niña me mira y su mirada me traspasa. Es el horror reflejado en sus ojos lo que me deja paralizado. Jamás he visto una mirada así. Pienso en la inocencia que se ha esfumado de su ser desde hoy y una profunda pena me inunda. Pienso en sacarlas, pero luego pienso en que si salgo, no me dejarán entrar de nuevo, y hay tanto que hacer… Mientras los pensamientos recorren mi mente a la velocidad de la luz, unos gritos desesperados me hacen girarme hacia el tren. Un policía sale corriendo de uno de los vagones y comienza a gritar.

-Todo el mundo fuera! Hay otra bomba! – grita corriendo hacia nosotros –

Mis ojos parecen salirse de mis órbitas y, instintivamente, me doy la vuelta para comenzar a correr, pero me freno a las dos zancadas y me giro hacia ellas. La madre intenta levantar a la niña, que parece haberse activado y grita. No puede levantarla, no va a poder hacerlo, la niña no puede apoyar ese pie, lo tiene roto, y la madre solo tiene un brazo, sin la suficiente fuerza como para hacerlo. Deshago el camino a toda prisa, resoplando sabiendo que lo que estoy haciendo pone en peligro mi vida, corriendo en dirección contraria hacia donde está yendo todo el mundo. Llego a su altura y cojo a la niña en brazos sin decir nada. La madre me mira horrorizada y la agarro del brazo que no tiene fracturado.

-Corre! – exclamo comenzando a correr hacia las escaleras con la niña en brazos y la madre siguiéndome –

Subo las escaleras a toda prisa, con la sensación de que cada segundo va a ser el último. Es la peor sensación que he tenido en toda mi vida. Ni siquiera con el accidente de coche tuve tanto miedo. Y entonces aparece ella. Aparece su voz llamándome y, por un momento, pienso que está allí. Solo son unas décimas de segundo, las suficientes como para hacerme correr más rápido. Mucho más rápido, arrastrando del brazo a la madre, que no puede seguirme el ritmo. Corro por el pasillo que da acceso a las escaleras de la salida. A mi lado, gente corriendo desesperada, gente de amarillo, gente vestida de policía, bomberos, gente con personas en brazos, heridos, chorreando sangre, huyendo sin mirar atrás.
Justo cuando puedo visualizar las escaleras, otro estruendo, como el del principio, me hace tirarme al suelo, sujetando a la niña con las dos manos, protegiéndola por puro instinto. Me hago un ovillo en el suelo, siento el suelo temblar y mi cuerpo entero tiembla a la vez. Los gritos se hacen evidentes de nuevo. Veo la bola de humo al fondo del pasillo, donde estábamos hace apenas unos segundos.

-Mamá! – la niña grita abrazada a mi cuello mientras me levanto del suelo –

Busco a la madre entre la gente que se está intentando levantar del suelo hasta que la veo. Aparto a la gente que se dirige a las escaleras y la agarro de la mano para arrastrarla a la escalera. Hay que salir de allí cuanto antes, sin pensar, sin mirar a nadie. Subimos las escaleras a toda prisa y, cuando salgo por la puerta, siento una sensación de incredulidad absoluta. Estoy soñando lo que ha ocurrido? He podido salir de allí de verdad? Al salir por la puerta, una intensa lluvia me moja por completo en unos segundos. Afino mi vista y veo unas tiendas a la derecha. Han montado un hospital de campaña. Cuánto tiempo he pasado ahí dentro? Camino con la niña en brazos y la madre a mi lado, agarrando de la mano a la niña e intentando tranquilizarla. No ha dejado de llorar en todo el tiempo. No podría correr aunque quisiera, estoy aturdido.

-Álex! – escucho mi nombre y miro a todas partes, reconozco esa voz – Álex! – exclama al verme y me agarra la cara –

Fran aparece ante mí, abrazándome brevemente y mirándome como examinándome. No soy capaz de articular palabra. Su enfermera, Bea, agarra a la niña en brazos y se lleva a su madre con ella hacia el hospital de campaña. Fran se queda mirándome hasta que vuelve a abrazarme. A abrazarme como si hiciera años que no me ve. Mis brazos, entumecidos, solo pueden agarrarse a su espalda.

-Joder Álex… - me mira de nuevo, agarrándome la cara – estás bien? – asiento sin darme cuenta – ven, voy a coserte eso… - señala a mi cabeza –


Llevo mi mano a mi cabeza y noto una brecha y sangre. Debo habérmelo hecho al caer con la explosión. Mientras camino, me giro hacia la puerta de la estación. Al fondo, un humo negro sale de su interior. He escapado del infierno, del puto infierno.

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