Me levanto del suelo entre una nube de humo y dejo de
escuchar ese silencio para pasar a escuchar gritos. Gritos desesperados y el
sonido de la gente corriendo. Varias personas pasan por mi lado, golpeándonos
los hombros, pero estoy paralizado. Mi mirada se dirige hacia las escaleras por
las que iba a bajar y, sin querer, camino hasta ellas. Necesito saber qué ha
sido eso. Al llegar a la barandilla, tengo que apoyarme en ella. El humo es
espeso, pero deja ver lo que ha ocurrido. Un vagón de uno de los trenes ha
saltado por los aires, ya no existe. Observo la escena totalmente paralizado y
el miedo me inunda. No alcanzo a ver los andenes, pero recuerdo que estaban
repletos de gente. Trago saliva varias veces, como intentando digerir esto. Es
entonces cuando veo a dos policías bajar por las escaleras mecánicas de mi
derecha, a la carrera, haciendo gestos y gritando que salga todo el mundo de la
estación. Tras ellos, dos personas que, como yo, observaban la escena, vestidos
de calle, bajan tras ellos. Les miro y, como si mi conciencia tuviera vida
propia, me planteo bajar tras ellos. Siento miedo, pánico, pero no dudo que
ellos también lo sienten. Si estuviera vestido de amarillo, bajaría sin
pensármelo. Sería mi deber. Una simple chaqueta y un simple color no pueden
hacerme tomar una decisión, no tiene nada que ver llevar esa ropa o no
llevarla. Pepe tenía razón en esa frase. El médico es médico hasta que se
muere. Y yo, por mucho miedo que tenga, sigo siéndolo.
Cuando quiero darme cuenta, estoy poniendo un pie en ese
andén que ahora es el mismísimo infierno. El humo se disipa escapando por la
zona donde entran los trenes y me deja ver un poco más la dantesca escena. No
puedo apenas mover los pies para caminar de manera normal. Si el infierno
existe, debe ser mejor que esto. No puede haber otro escenario peor en el mundo
que este en este momento. Tengo que apartar la mirada tantas veces de las
personas que me voy encontrando, que una arcada me sobreviene, aunque consigo
controlarla.
Camino unos pasos más, esquivando esas señas de muerte que
yacen en el andén, y me agacho hasta una de las personas que están tiradas
sobre él. Está boca abajo, es una mujer de mediana edad parece. Palpo su pulso,
la muevo, pero no hay respuesta. Le doy la vuelta y lo que veo me hace entender
que ni siquiera puedo reanimarla. Me impresiona tanto que pongo una mano sobre
el pilar que sostiene esa tumba en la que se ha convertido la estación, para no
caerme al suelo mareado. De nuevo una arcada, esta vez más fuerte, me hace
encorvarme. Apoyo mi espalda en el muro, intentando recobrar el aire, aunque no
creo que pueda después de esto.
Escucho los gritos, los llantos, las súplicas… sonidos que
sé que van a quedar grabados en mi mente para siempre, igual que las imágenes. Van
a perseguirme toda mi vida. Noto como mi corazón va muy deprisa, así no voy a
poder ayudar a nadie, tengo que serenarme, tiene que haber mucha gente que
necesite ayuda y yo puedo hacerlo. Al menos hasta que comiencen a aparecer las
ambulancias, que no dudo que lo harán. Ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado
desde la explosión, pero en mi mente es como si hiciera horas. Respiro hondo
varias veces, sin mirar al andén, asimilando todo esto para poder afrontarlo.
Tengo unas ganas de salir corriendo de aquí inmensas, quizá con la misma fuerza
que ese sentimiento de responsabilidad me está haciendo quedarme aquí.
Miro a mi izquierda y una persona intenta levantarse del
suelo. Es una mujer de mediana edad, con melena rubia, manchada por sangre. Se
arrodilla y mira a todas partes, con cara de terror. Me arrodillo a su lado.
-Hola, me oye? – me mira asustada – tranquila… - miro la
herida que tiene en la cabeza, no parece muy profunda – está bien? – me mira y
asiente aunque parece que no comprende lo que le digo – puede ponerse de pie? –
asiente y la ayudo – escuche, salga de aquí, me oye? – miro hacia dos personas
que salen caminando hacia las escaleras – eh! – se giran y nos miran – podéis
sacarla con vosotros? – son dos chicos jóvenes – por favor… - digo mirándoles.
Se miran y asienten. También tienen heridas, aunque parece que de poca
consideración –
Veo como la agarran entre los dos, la mujer parece aturdida.
Les veo subir las escaleras y, por un momento, pienso en ir tras ellos, pero al
apartar la vista hacia el andén, cambio de opinión. Todavía no ha llegado
nadie, ni más policía, ni ambulancias… aunque no creo que tarden en llegar.
Esto es gordo… esto es muy gordo. Me supera por completo ver la cantidad de
heridos que hay en el suelo. No se si voy a poder serenarme, pero tengo que
intentarlo. Si no puedo ayudar a nadie, para qué cojones he bajado aquí?
Mentalmente decido establecer prioridades. Voy a acercarme a los que se mueven
pero no se quejan, que suelen ser los más graves. Los que no se mueven, no creo
que pueda hacer mucho más por ellos. Al otro lado del andén, pegado al tren,
veo un hombre que alza las manos, pero no grita, al menos no me parece escuchar
un grito por su parte, pero los gritos y los lamentos siguen, es difícil
abstraerse de ese sonido.
Al llegar a él, me agarra de la mano y veo un gran charco de
sangre alrededor. Se toca la pierna con la otra mano y, al girarle un poco, un
chorro de sangre sale disparado de la pierna y me mancha los pantalones. Hasta
que nadie me diga lo contrario, este hombre tiene una sección de la femoral,
pienso rápidamente. Necesita que lo saquen de aquí inmediatamente. Pero
mientras alguien llega, no puedo dejar que se desangre. Ese tipo de sangrado no
va a pararse de cualquiera manera. Toco mi pantalón, no llevo el cinturón, y él
tampoco. Salgo corriendo hacia los dos policías que he visto bajar al principio
y que se han puesto a atender a la gente.
-Tenéis un cinturón? – digo parándome a su lado –
-Sal de aquí chaval… - contesta uno de ellos arrodillándose
al lado de un herido –
-Un cinturón o algo que apriete – vuelvo a repetir, pero
recibo un empujón de uno de ellos, como diciéndome que me aparte – Joder! Soy
médico! Tengo un hombre con una sección de la femoral y necesito un puto
cinturón para hacerle un torniquete! – grito desesperado –
Los policías me miran sorprendidos y uno de ellos se levanta
y se desabrocha el cinturón a toda prisa, dándomelo sin decir nada. Lo cojo y
salgo corriendo hacia el hombre, que sigue quejándose sin fuerzas. Hago el
torniquete e intento tranquilizarle.
-Escuche, le vamos a sacar de aquí, en seguida van a venir
las ambulancias…
-Ha explotado todo… he salido disparado… - dice casi sin
poder hablar –
-No hable de acuerdo? – digo poniendo una mano en su hombro
– todo va a salir bien…
-Eres médico no? – dice un policía acercándose a mí
acelerado – ven, corre! – grita y me hace ponerme de pie, dejando a ese hombre
allí, sin saber si ese torniquete será suficiente para mantenerle con vida –
-Qué pasa? – digo llegando hacia ellos –
-Creo que no respira… estábamos hablando con él, pero ha
dejado de responder… - dice un policía asustado -
Veo un hombre de unos 50 años tumbado en el suelo, con
varias heridas que parecen superficiales. Efectivamente, no respira, y no
parece tener pulso.
-Joder… - pongo mis manos en el pecho y empiezo a imprimir
ritmo con un masaje cardiaco – necesito que me encontréis un desfibrilador –
digo dirigiéndome a los policías – tiene que haber uno en la estación.
-Yo sé dónde está – dice uno de ellos levantándose –
-Pues tráelo, rápido! – exclamo – no me lo puedo creer… - alzo
la mirada y veo al policía mirarme absorto – sabes hacer esto?
-Si, pero no lo he hecho nunca en personas – responde algo
nervioso –
-Si esto se alarga vas a tener que relevarme – digo sin
dejar hacer el masaje –
No cuento mentalmente las veces que imprimo masaje,
simplemente lo hago al ritmo que se debe hacer. Miro hacia la escalera pero
todavía no veo bajar al policía. Rezo para que llegue con el desfibrilador, o
que llegue alguna ambulancia, sino este hombre no tendrá ninguna oportunidad. Siento
la adrenalina por mis venas, como si pudiera olerla. Pero esto me supera.
Supera cualquier actuación médica que haya hecho hasta ahora. Miro alrededor un
segundo y decido no volver a hacerlo. Si lo vuelvo a hacer, el miedo me va a
paralizar, y no puedo bloquearme. A lo lejos, veo llegar al policía a toda
prisa, como alma que lleva el diablo, con el desfibrilador en las manos.
-Ábrelo y conéctalo, está explicado en la caja – digo sin
parar de hacer masaje y notando las primeras gotas de sudor recorriendo mi frente
– tiene que haber unas tijeras para abrirle la camisa – sigo dando órdenes – lo
tenéis que hacer vosotros, yo no voy a dejar el masaje de acuerdo? – asienten –
cuando pongáis las pegatinas, quiero que los dos vayáis por el andén buscando
gente que necesite ayuda inmediata para cuando lleguen las ambulancias – me
miran sorprendidos ante mi capacidad de mantener la mente fría en este momento
– ayuda inmediata significa que sigan vivos, de acuerdo? – asienten de nuevo –
vamos, pegad las pegatinas, una debajo del hombro derecho y la otra en el
costado izquierdo – digo dejándoles algo de espacio, sin dejar el masaje –
bien, dale al botón – le ordeno a uno de ellos –
La máquina comienza a hablar y me ordena que deje de dar
masaje. Analiza el ritmo y me dice que es desfibrilable, así que me retiro y
aprieto el botón para dar una descarga. Justo cuando termina, vuelvo a iniciar
el masaje. Los policías se quedan mirándome, como paralizados.
-Vamos! – les grito –
Como si se activaran a mi voz, los dos se hacen señas y uno
va en una dirección y otro en otra en el andén. Hay mucha gente herida, de
diferente consideración, pero tienen prioridad los muy graves. Es cierto que un
policía quizá no sabe diferenciar lo grave de lo muy grave, pero sí puede ser
un primer cribado. Me sorprendo a mí mismo con la facilidad con la que les he
dado órdenes, no me lo esperaba. Sigo dando el masaje, sabiendo que dentro de
poco voy a estar muy agotado, y rezando para que la próxima vez que la máquina
analice el ritmo, el hombre tenga pulso. Tras dos minutos, la máquina me indica
que me aparte y me dice que explore al paciente. No me lo puedo creer, tiene
pulso, pero sigue inconsciente. Pero tiene pulso, he conseguido que su corazón
vuelva a latir.
-Necesitas que te releve? – pregunta el policía acercándose
–
-Tiene pulso – respondo abriendo los ojos del hombre,
buscando alguna respuesta – este hombre es prioridad absoluta cuando lleguen
las ambulancias de acuerdo? – asiente –
Nada más decir eso, miro hacia las escaleras, me parece ver
a mucha gente de repente. Ahí llegan los de amarillo, pienso para dentro. Era
lo que siempre decíamos cuando trabajaba en urgencias.
-Corre, coge a un equipo y diles que tengo un hombre que
acaba de salir de una parada – le digo al policía –
El policía sale corriendo, saltando a las vías para cruzar
al andén de enfrente. Veo como me señala y en seguida se movilizan hacia mí.
-Aseguradnos que podemos estar aquí sin peligro – dice el
médico dirigiéndose a los policías –
Una de las primeras cosas que te enseñan cuando trabajas en
una ambulancia es que la prioridad no es el paciente, eres tú. Si a ti te pasa
algo, la única oportunidad que tiene ese paciente, se desvanece. Pero esto se
sale de la norma. Han entrado al mismo tiempo equipos de sanitarios, policías y
bomberos, sin comprobar nada previamente, no había tiempo.
-Acaba de salir de una parada – digo mirando al médico –
-Álex, qué cojones estás haciendo aquí… - contesta el
médico –
Le miro bien y me doy cuenta de quien es. Es Fran, uno de
mis mejores amigos, una de esas personas que encontré en la facultad hace años
e hizo que la carrera fuese más llevadera. El mismo que recogió a Yaiza y su
hijo cuando dio a luz aquel día. El mismo con el que, días antes, había estado
hablando sobre qué organizar este año para nochevieja. Con la tensión, ni
siquiera le había mirado a la cara. Nos miramos un segundos, serios, la
situación no es la más propicia.
-Iba a la despedida del de anatomía – le contesto sin mirarle – Fran, tengo
también un hombre con una probable sección de la femoral, le he hecho un
torniquete.
-Cuanto tiempo ha estado en parada? – pregunta por el hombre
al que acabo de reanimar –
-Unos 5 minutos, con la primera descarga ha salido
-Bien… - asiente – cuando tengáis una vía, pasadle suero,
quiero un electro, ya sabéis lo que tenéis que hacer – dice a su equipo, que ya
se había puesto en marcha – dónde tienes a ese hombre?
-Allí – señalo al otro lado del andén –
-Vamos – se levanta cogiendo su mochila –
Nos dirigimos a toda prisa a por el hombre y, al llegar,
parece inconsciente. Fran se arrodilla a su lado y yo al otro.
-Sabes coger vías? – me pregunta explorando al hombre –
-Si – asiento – dame – cojo la mochila y comienzo a sacar el
material adecuado
-El sangrado era a chorro? – pregunta explorando la pierna –
-Al intentar ver por donde sangraba, ha salido a chorro –
digo canalizando una vía venosa – le paso suero a chorro.
-Hasta que no se demuestre lo contrario, tú tienes razón,
así que es prioridad absoluta de traslado – se levanta y le hace un gesto a
otra unidad – sección de la femoral, hay que llevárselo! – grita – me hago
cargo del de la parada de acuerdo? – asiento -
Veo venir a otro equipo, pero ni siquiera alzo la vista, me
afano en comenzar a pasar suero a ese hombre. Seguramente tiene la tensión por
los suelos por la pérdida de sangre y quién sabe qué más.
-Álex?
Alzo la mirada y la voz me resulta familiar. Mis ojos se
abren de par en par cuando veo otra cara conocida. Mateo, uno de los médicos
que más tiempo lleva en el 112 y con el que coincidía casi siempre en los
cambios de guardia.
-Tío, estás bien? – dice acercándose a mí y dándome un sutil
abrazo – qué cojones haces aquí?
-Iba a la facultad… - contesto dándole la bolsa de suero –
-Pero estás bien? Tienes alguna herida? – pregunta un tanto
desesperado –
-No, Mateo, escucha – le pongo la mano en el hombro – saca a
este hombre de aquí que se nos muere.
Mateo me mira sorprendido y asiente, poniendo en marcha a su
equipo para el traslado. Al ver que me levanto y me dirijo al otro lado del
andén, me agarra del brazo.
-Sal con nosotros – dice mirándome –
Me quedo mudo un instante, mirándole. No puedo irme, no
ahora, no con todo lo que hay que hacer. Tengo dos manos que saben de medicina,
puedo ser útil aquí dentro, allí fuera no.
-No – niego – me quedo Mateo…
Su mirada casi me recuerda a la de mi padre. Quizá es como
me miraría él en este momento. Resopla y se gira hacia su equipo, sabiendo que
no va a convencerme. No puedo irme, por muchas ganas que tenga.
La situación nos supera a todos. Decido continuar con la
valoración de los heridos que me parezcan más graves. Los dos policías, los
primeros en llegar, están dentro del tren, quizá asegurándose de que aquí no
haya más bombas. Bombas. Es la primera vez que pienso en eso. Es acaso esto un
atentado? Otra vez? Trago saliva pensando en eso. Nos hartamos de escuchar
últimamente noticias por el estilo en la televisión y parece que solo nos
afectan cuando pasan en ciudades cercanas, como el último en París, pero esto
pasa todos los días en muchos lugares del mundo. Y ni siquiera nos afecta, solo
pensamos que es uno más, que esas zonas más castigadas por el terrorismo tienen
lo que les ha tocado vivir. Pero esto no puede tocarle a nadie, no puede ser
justo, ni siquiera lógico. Inmerso en mis pensamientos, sigo valorando a los
heridos que me voy encontrando. Me atrevería a decir que son cientos.
Inabarcables si no llegan más unidades. Mientras ayudo a un hombre a
levantarse, veo a Fran venir hasta mí.
-Álex, voy a llevarme al hombre de la parada, es un infarto –
dice cogiéndome el hombro – vente conmigo
-No Fran… - niego de nuevo, igual que con Mateo –
-Álex, tienes que salir de aquí, me entiendes? – dice mirándome
algo desesperado – no estás obligado a hacer esto…
-Claro que lo estoy… - respondo apartando su mano de mi
hombro – igual que tú, aunque no lleve esa chaqueta… - le señalo –
-Álex joder… - se queja y se gira al escuchar su nombre por
parte de su equipo, a los que conozco bien – maldita sea Álex, sal con nosotros…
-No Fran… - vuelvo a negarme – nos veremos fuera…
Me mira con gesto serio, profundamente serio. Resopla y sale
corriendo hacia la camilla que ya lleva en bolandas a aquel hombre al que he
ayudado a salir de la parada. Le miro durante unos segundos. Con lo fácil que
sería salir con ellos y lo inútil que me sentiría. No me necesitan, y aquí si.
Tras unos segundos, continúo valorando a los heridos que me encuentro. Veo
muchas caras conocidas entre la gente vestida de amarillo. Me miran
sorprendidos, pero no preguntan, solo hablamos para lo que tenga que ver con
los heridos.
He perdido la noción del tiempo. El reloj que colgaba del
techo del andén está hecho añicos. Las manijas siguen marcando las 8:37, la
hora en la que ha ocurrido todo, pero no sé cuánto tiempo llevo aquí dentro. El
olor se ha clavado en mi cerebro y ya casi ni lo percibo, aunque sé que no voy
a poder olvidarlo. La gente que seguimos allí, ayudando, nos movemos casi por
automatismo. Cuando todo esto pase, nos va a costar volver a nuestra vida
normal. Nos va a costar cerrar los ojos y no volver a ver esto. Nos va a costar
estar en silencio y que en nuestra cabeza no resuenen estos sonidos, esos
llantos, esos lamentos que no he dejado de escuchar en todo el tiempo. Y el
sonido de los móviles, ese sonido que ha comenzado a aparecer hace unos
minutos. Supongo que la noticia ya ha aparecido en las televisiones. Ni
siquiera recordaba que mi móvil está en mi bolsillo, pero si lo saco ahora y
explico lo que está pasando, no podré seguir ayudando. Pienso en ella, en la
última persona con la que he hablado. Estará volando y un temor me recorre el
cuerpo. El temor a que esto no esté pasando solo aquí.
Una mujer joven, quizá de mi edad, me agarra del brazo al
pasar por su lado. Apoyada en el muro, con el brazo derecho sujetado por el
izquierdo, me mira con cara de súplica.
-Por favor, ayúdame a sacar a mi hija de aquí – la señala en
el suelo, apoyada en la pared, con el pie torcido y la mirada perdida – no puedo
levantarla – se señala el brazo mientras comienza a llorar – no puede caminar y
no puede seguir viendo todo esto…
Miro a la niña y me agacho hasta ella. Toco su cara pero
aparta el rostro. Debe tener unos 6 años. Suspiro apenado. Si para mí va a ser
difícil vivir con esto, no me quiero imaginar lo que va a ser para ella.
-Nos han dejado aquí, sé que hay gente peor – intenta excusarse
– pero necesito sacarla de este infierno… - alzo mi mirada y veo a su madre,
llorando –
-Eh cielo… - digo acariciando su rostro – mírame…
La niña me mira y su mirada me traspasa. Es el horror
reflejado en sus ojos lo que me deja paralizado. Jamás he visto una mirada así.
Pienso en la inocencia que se ha esfumado de su ser desde hoy y una profunda
pena me inunda. Pienso en sacarlas, pero luego pienso en que si salgo, no me
dejarán entrar de nuevo, y hay tanto que hacer… Mientras los pensamientos
recorren mi mente a la velocidad de la luz, unos gritos desesperados me hacen
girarme hacia el tren. Un policía sale corriendo de uno de los vagones y comienza
a gritar.
-Todo el mundo fuera! Hay otra bomba! – grita corriendo
hacia nosotros –
Mis ojos parecen salirse de mis órbitas y, instintivamente,
me doy la vuelta para comenzar a correr, pero me freno a las dos zancadas y me
giro hacia ellas. La madre intenta levantar a la niña, que parece haberse
activado y grita. No puede levantarla, no va a poder hacerlo, la niña no puede
apoyar ese pie, lo tiene roto, y la madre solo tiene un brazo, sin la
suficiente fuerza como para hacerlo. Deshago el camino a toda prisa, resoplando
sabiendo que lo que estoy haciendo pone en peligro mi vida, corriendo en
dirección contraria hacia donde está yendo todo el mundo. Llego a su altura y
cojo a la niña en brazos sin decir nada. La madre me mira horrorizada y la
agarro del brazo que no tiene fracturado.
-Corre! – exclamo comenzando a correr hacia las escaleras
con la niña en brazos y la madre siguiéndome –
Subo las escaleras a toda prisa, con la sensación de que
cada segundo va a ser el último. Es la peor sensación que he tenido en toda mi
vida. Ni siquiera con el accidente de coche tuve tanto miedo. Y entonces
aparece ella. Aparece su voz llamándome y, por un momento, pienso que está
allí. Solo son unas décimas de segundo, las suficientes como para hacerme
correr más rápido. Mucho más rápido, arrastrando del brazo a la madre, que no
puede seguirme el ritmo. Corro por el pasillo que da acceso a las escaleras de
la salida. A mi lado, gente corriendo desesperada, gente de amarillo, gente
vestida de policía, bomberos, gente con personas en brazos, heridos, chorreando
sangre, huyendo sin mirar atrás.
Justo cuando puedo visualizar las escaleras, otro estruendo,
como el del principio, me hace tirarme al suelo, sujetando a la niña con las
dos manos, protegiéndola por puro instinto. Me hago un ovillo en el suelo,
siento el suelo temblar y mi cuerpo entero tiembla a la vez. Los gritos se
hacen evidentes de nuevo. Veo la bola de humo al fondo del pasillo, donde
estábamos hace apenas unos segundos.
-Mamá! – la niña grita abrazada a mi cuello mientras me
levanto del suelo –
Busco a la madre entre la gente que se está intentando
levantar del suelo hasta que la veo. Aparto a la gente que se dirige a las
escaleras y la agarro de la mano para arrastrarla a la escalera. Hay que salir
de allí cuanto antes, sin pensar, sin mirar a nadie. Subimos las escaleras a
toda prisa y, cuando salgo por la puerta, siento una sensación de incredulidad
absoluta. Estoy soñando lo que ha ocurrido? He podido salir de allí de verdad?
Al salir por la puerta, una intensa lluvia me moja por completo en unos
segundos. Afino mi vista y veo unas tiendas a la derecha. Han montado un
hospital de campaña. Cuánto tiempo he pasado ahí dentro? Camino con la niña en
brazos y la madre a mi lado, agarrando de la mano a la niña e intentando
tranquilizarla. No ha dejado de llorar en todo el tiempo. No podría correr
aunque quisiera, estoy aturdido.
-Álex! – escucho mi nombre y miro a todas partes, reconozco
esa voz – Álex! – exclama al verme y me agarra la cara –
Fran aparece ante mí, abrazándome brevemente y mirándome
como examinándome. No soy capaz de articular palabra. Su enfermera, Bea, agarra
a la niña en brazos y se lleva a su madre con ella hacia el hospital de campaña.
Fran se queda mirándome hasta que vuelve a abrazarme. A abrazarme como si
hiciera años que no me ve. Mis brazos, entumecidos, solo pueden agarrarse a su
espalda.
-Joder Álex… - me mira de nuevo, agarrándome la cara – estás
bien? – asiento sin darme cuenta – ven, voy a coserte eso… - señala a mi cabeza
–
Llevo mi mano a mi cabeza y noto una brecha y sangre. Debo habérmelo
hecho al caer con la explosión. Mientras camino, me giro hacia la puerta de la
estación. Al fondo, un humo negro sale de su interior. He escapado del
infierno, del puto infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario