Estaba en su casa, a punto de irme. No podía soportar más lo
que nos estábamos diciendo. Él me reprendía, incluso me decía que lo del bebé
fue culpa mía, por haberme cuidado tan poco. Yo, por mi parte, le decía que era
un cabrón, que me dejó sola sin intentarlo más veces. Y, de repente, justo
cuando iba a cruzar la puerta, me agarró del brazo, puso sus dos manos en mi
cara y me besó. Me besó de una manera tan lasciva, tan perturbadora, que
todavía me pongo taquicárdica cuando lo recuerdo.
Me agarró del trasero y me elevó hasta hacer que cruzase las
piernas por sus caderas y me pegó a la pared con violencia. Arrancó los botones
de la camisa que llevaba y me dejó con el sujetador al descubierto, lamiendo mi
cuello y mis pechos hasta quitármelo y dejarme libre. Yo, lejos de quedarme
quieta, arañaba con mis manos su espalda, incluso con la camiseta, que no tardé
en quitarle. Todavía llevándome en brazos, nos fuimos chocando con todos los
muebles de su casa hasta llegar al sofá y caer, con él sobre mi. No se detuvo,
ni yo tampoco. Me bajó los pantalones y la ropa interior de un solo movimiento
y abrió mis piernas de nuevo con rabia para hundir su rostro entre ellas. Grité
desde el minuto uno, llevaba demasiado tiempo queriendo gritar de esa manera
como para callarme. Sentí tanto deseo acumulado que no tardé en llegar al
orgasmo. Sin dejarme tiempo para respirar, desabrochó su pantalón, bajó la
cremallera y se hundió dentro de mí, haciéndome gritar de nuevo de placer al
notarle. Le escuché gemir como no le había escuchado antes, siempre ha sido muy
silencioso. Me miraba con una cara de querer comerme que cada vez que la
recuerdo, siento mucho calor. Imprimió movimientos rápidos, de esos que piensas
que no puede haber humano que los haga.
Y, tras llegar a un orgasmo muy sonoro
por su parte, cayó sobre mí. En ese momento, seguía sintiendo ganas de arañarle,
de pegarle un mordisco, tenía todavía tanto deseo… pero entonces me miró. Me
miró con los ojos empañados en lágrimas, haciendo que mi corazón diera un
vuelco sobrehumano. Y, sin dejarme decir nada, pronunció esas palabras que
tanto tiempo llevaba queriendo escuchar…
-Te quiero…
Y me he despertado. Y me he despertado empapada en sudor
como si hubiera dormido con la calefacción encendida. Mi corazón latía fuerte
cuando he abierto los ojos. Cómo ha podido ser tan real? Cómo incluso he podido
sentir ese orgasmo tan real entre sueños? Cómo he podido escucharle decir esas
palabras si nunca me las dijo?
Perturbada todavía por el sueño, salgo de casa y arranco el
coche. Necesito conducir, he llamado a Manu para que no viniera hoy a por mí.
Pongo la radio pero está él, sonando una de las canciones de su disco. “Sólo
luz” se llama. Pienso en apagar la radio, era ya lo que me faltaba, pero su voz
me lo impide. No puedo evitar que me encante. Conduzco llegando al plató con la
canción a todo volumen, escuchando atentamente la letra. No he tenido el valor
de hacerlo antes.
“No hicimos pie, y casi nos ahogamos sin saber qué hacer.
Los dos nos abrazamos sin tenernos fé, sin tenerlo nada claro”
Se clava un puñal en mi pecho. Siento como si me la
estuviera cantando a mí. Me parece tan increíble la letra que la piel se me
pone de gallina. Con los ojos empañados en lágrimas, vuelvo a escuchar esa
parte, pero esta vez, la canta con mucha más rabia. Llego a plató, entro al
parking y paro el coche en una plaza escuchando los violines tristes
acompañando el último estribillo y un nudo en la garganta.
“Somos solo luz, dos cobardes que no encuentran la manera.
Dos idiotas que no saben cómo hacer una vida con la vida que les queda”
Un par de lágrimas se escapan por mis ojos, cubiertos por las gafas de sol. Apoyo mis manos en el volante, sin poder reprimir el llanto, un llanto breve, un llanto que no es suficiente para desahogarme del todo, pero sí para darme cuenta que está volviendo a ocurrir. El otro día no pude evitar besarle. Ni siquiera he tenido el valor de volver a hablar con él del tema. Lo hemos esquivado, como esquivamos aquello que pasó en el baño. No puedo volver a enamorarme de él, no saldría bien, no salió bien una vez, nos hicimos tanto daño… no puedo volver a enamorarme de él, o quizá nunca he dejado de estarlo.
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