Estos días han resultado muy convulsos. Tras volver de ver a
Tere y a Fran, después de comer llegaron mis padres y mi hermana a casa de
Malú. Mi reencuentro con ellos es algo que jamás podré olvidar. La sensación de
ser de nuevo un niño pequeño, en brazos de mi madre, es algo que todavía me
hace tener el vello de punta. Su forma de llorar. Su forma de abrazarme, bajo
la atenta mirada emocionada de Malú y Pepi. La forma de mi hermana abrazando a
Malú, tan agradecida, tan de verdad. La forma de mi padre de casi levantarme en
peso del suelo, como si todavía fuera un crío. La forma de mi madre y Pepi
abrazándose. El sentimiento de madre compartido dentro del sufrimiento. Solo
ellas pudieron entender del todo ese abrazo. Con una sensación extraña, de
alegría por irme con ellos y de pesar por separarme unas horas de ella, me fui
a casa. Y seguí con la sensación de haber vuelto a la infancia. Como cuando me
ponía enfermo y mi madre me arropaba por las noches y se quedaba al pie de la
cama hasta que me dormía. La cantidad de sentimientos de ese día es
directamente proporcional a la magnitud de los hechos del día anterior.
Me acompañaron a la manifestación, necesitaba ir, como uno
más. Ya lo había hecho en ocasiones anteriores y, esta vez, con más motivo.
Poco me importó que me reconociesen. A estas alturas, ya sabía que todo el
mundo sabía que había estado allí. Apenas había querido saber nada, pero mi
hermana se encargó de informarme que, hasta los más haters del mundo, habían
hecho algún comentario amable hacia mí. Tampoco es que me importe mucho, de
hecho, me molesta. Ese día no había nombres, ni profesiones, ni personas más o
menos anónimas. Ese día todos fuimos iguales. Victimas de una masacre que bien
podría habernos llevado por delante.
Al día siguiente, asistí a los funerales. Malú vino conmigo,
se empeñó y no opuse resistencia, aunque decidió quedarse en un segundo plano.
Necesitaba estar cerca de la familia de Adrián. Su mujer, Nadia, había
trabajado en alguna ocasión en el hospital. Y se acababa de quedar sola con dos
niños pequeños. No sabría decir que día de todos los que han pasado ha sido más
duro, porque, cada mañana, me levanto teniendo la sensación fugaz de sentirme
culpable por estar vivo. Por qué yo sí y ellos no? Qué he hecho yo mejor para
sobrevivir a esto? Sé que son preguntas que nunca voy a poder responder y que,
sin duda, van a poder atormentarme si las pienso demasiado. Nada de lo que
ocurrió ese día fue justo, y nunca lo será, por muchas explicaciones que le
busquemos.
En esta semana, he hablado más con ella que creo que en todo
el tiempo. A todas horas, por teléfono o por whatsapp. Pero anoche lo decidí.
Miré las llaves de la casa de Tere y repasé mi última conversación con ella.
Malú no pudo más y reventó por teléfono. Tuve que intentar consolarla con todos
los sentimientos que me contaba respecto a ese día, cuando yo sentía los
mismos. El agobio, la incredulidad, la rabia, el miedo cuando cierra los ojos.
Absolutamente todo lo que me contó es igual a lo que yo siento. Y pensé en
Tere. Nadie puede entenderme mejor que Malú. Y, si tengo que seguir llorando,
si tengo que seguir teniendo pesadillas cada vez que consigo conciliar el
sueño, debo hacerlo con ella.
Antes de salir de casa en dirección a la suya, decidido a llevármela
lejos de una vez, decido escribir algo en las redes sociales, a modo de
reflexión y de desahogo. Necesito hacerlo. Siempre las he usado para contar
cómo me sentía en algunos momentos y eso no ha cambiado desde que soy conocido.
No quiero que cambie. Sigo siendo la misma persona.
“Asimilar lo que pasó hace una semana se me hace muy
difícil. Estos días he intentado encontrar una explicación, pero nada podrá
explicarme nunca el motivo por el que unas personas deciden arrebatarle la vida
a otras. El mundo se ha convertido en un sitio jodidamente injusto, repleto de
gente buena, y oscurecido por unos cuantos que no entienden que lo único
importante en esta vida es ser feliz. Ser feliz se hace difícil cuando pienso
que, lo que ocurrió aquí hace una semana, ocurre a diario en lugares que vemos
lejanos, en los que también existe gente inocente que muere a manos de seres
que no merecen el calificativo de humanos. La idea de ser feliz se hace difícil
cuando pienso en que hay hijos, madres, padres, abuelos, amigos, hermanos, que
nunca más podrán abrazar a su ser querido. Siento profundamente el dolor de
todas esas familias, como creo que lo sentimos todos, tanto los que estuvimos
en medio de esa masacre, como los que lo observaron horrorizados desde su casa.
Vaya desde aquí mi más profundo pésame y mi firme promesa de que jamás les
vamos a olvidar, por mucho tiempo que pase.
Agradezco enormemente las muestras de cariño que me habéis
hecho llegar, pero me gustaría extenderlas a todas esas familias de esos héroes
que se fueron de la manera más injusta, a todos esos heridos que siguen
luchando en los hospitales por seguir viviendo, a todos esos compañeros que se
jugaron la vida por ayudar a los demás, a todos esos héroes anónimos que, aún
sin ser su trabajo, decidieron que lo más importante en ese momento era
demostrar que lo mejor que tenemos en este mundo es la solidaridad, sin esperar
nada a cambio. Ese día no hubo nombres, ni profesiones, ese día hubo seres
humanos ayudando a otros seres humanos. Lo ví con mis propios ojos y es algo
que nunca voy a borrar de mi memoria.
Los que tuvimos la suerte de escapar de ese infierno tenemos
la obligación moral de hacer que esto no se olvide. Pero también la obligación
de seguir viviendo. De recuperar nuestras vidas de una forma u otra, de no
dejar que esto nos las arrebate también a nosotros, aunque esas imágenes y esos
sonidos nos persigan para siempre. Siempre lo harán. Es casi de lo único de lo
que estoy seguro ahora mismo. Es casi imposible cerrar los ojos y no recordar
alguna imagen sobre ese día. A mí se me hace imposible. Como se me hace
imposible asimilar que esto haya ocurrido.
Por si alguno todavía teníamos alguna duda, la vida no es
más que esquivar el miedo que nos provocan las preguntas sin respuesta. Por qué
yo estoy aquí y toda esa gente no? Qué hice yo mejor para estar aquí? Por qué
ha tenido que ocurrir esto? Jamás podremos responder a esas preguntas. No
tienen respuesta. Y nos provocarán miedo cada vez que las pensemos. Y es
entonces cuando tenemos que mirar a nuestro alrededor y ver lo que tenemos. Ver
como gente que apenas conoces, te abraza aliviado sabiendo que estás vivo. Ver
como gente que pensabas que ya no estaba en tu vida, te da una palabra sincera
de ánimo. Ver como la gente que te quiere, te sostiene para que no termines de
caerte del todo. Ver como la persona que quieres consigue darte un abrazo que
hace que te olvides, durante unos segundos, de lo jodidamente mal que te
sientes. Ver, al fin y al cabo, que el destino te ha puesto aquí por algo, y
que solo tienes dos opciones. Rendirte al abismo, o reponerte y seguir
viviendo.
Costará hacerlo, pero hay que hacerlo, es lo único que
podemos hacer los que nos hemos quedado aquí. Por nosotros, por ellos, y por
todas esas personas que han tenido que sufrir que les arrancasen un trozo de su
vida ese día. Adrián, amigo, también lo haré por ti.
No os olvidaremos. Nunca podremos ni querremos hacerlo”
Cierro el ordenador tras publicarlo y, sin pensar demasiado,
agarro la maleta y salgo de casa. Dandy se ha quedado con mis padres, saben que
voy a estar fuera unos días. Me dirijo a su casa, todavía con lágrimas en los
ojos por lo que acabo de escribir. Aparco en su puerta, apenas he tardado un
minuto en llegar. Salgo del coche y toco al timbre. Los ladridos de Danka me
hacen sonreir débilmente, y su cara al verme, todavía más.
-Qué haces aquí? – pregunta algo extrañada – no me habías
dicho que venías… - dice dejándome pasar –
-Haz la maleta… - digo convencido - Quiero llevarte a un
sitio… - digo decidido, escuchando la voz de su madre desde la cocina –
-A qué sitio? – me mira extrañada –
-A esa conversación que tendríamos que haber tenido hace
tanto tiempo… - digo mirándola convencido – no puedo más… - digo en tono
sincero -
-Álex! – exclama su madre al verme – dame un beso hijo… -
dice con acento sevillano a más no poder –
-Hola Pepi… - respondo sonriendo –
Malú sigue observándome entre extrañada e ilusionada. Mira a
su madre y me mira a mí, alternativamente.
-Pasa algo? – pregunta Pepi asustada –
-Mamá… - dice Malú mirándome – voy a hacer la maleta… - dice
subiendo por las escaleras –
-Cómo la maleta? – pregunta extrañada mirándome – qué pasa?
– pregunta mirándome asustada –
-Siento aparecer así Pepi… - digo sintiéndome algo culpable
– pero… - la aparto un poco del pasillo para que no me escuche Malú – quiero
llevarla a un sitio… - suspiro – ayer estuvimos hablando y… - suspiro de nuevo
– está muy agobiada… - Pepi asiente levemente –
-Lo sé hijo pero… - dice dejando entrever un poco de
desaprobación por las formas –
-Sé que no son las formas… - digo excusándome – y lo siento
de verdad… - me rasco la cabeza – pero… - no sé muy bien qué decirle – creo que
lo necesita… - carraspeo – lo necesitamos… - corrijo con vergüenza –
Pepi me analiza durante unos segundos. Esa mirada es tan
parecida a la de mi madre que me hace sentir mucho cariño. Suspira y se alza de
hombros.
-Nada, otro potaje que le tengo que congelar… - dice dándose
la vuelta – la vas a cuidar? – pregunta girándose de nuevo hacia mí –
-No lo dudes… - respondo seguro –
Espero impaciente en la puerta hasta que la veo aparecer,
con el abrigo puesto y la maleta cargada. No sabe dónde vamos pero es como si
le diera igual. Su madre aparece por el pasillo con una bolsa llena de tupers.
Otra vez vuelve a recordarme a mi madre.
-Mira, yo no sé donde vais, pero llevaros esto… - me da la
bolsa – vais lejos? – pregunta mirándome todavía poco convencida –
-No… - respondo sonriendo –
-Hija, abrígate que hace mucho frío… - dice subiéndole la
cremallera de la chaqueta –
-Te llamaré cuando lleguemos… - me mira – dónde vamos? –
pregunta mirándome –
-A un sitio, ya te lo he dicho… - respondo con voz dulce,
haciendo que ponga los ojos en blanco –
-Llevad cuidado, por favor… - dice su madre todavía con el
delantal puesto –
-Si mamá… - responde Malú con tono cansado –
Salgo de su casa con su maleta a cuestas. Sé que cuando
entremos al coche me va a acribillar a preguntas, y me va a encantar no
contestarle a ninguna. Efectivamente, subimos al coche y, nada más abrocharse
el cinturón, se queda mirándome con ese gesto suyo tan particular cuando espera
que le cuente algo, con una media sonrisa y mirada fija, expectante. Sonrío
ampliamente y arranco el coche, escuchando como resopla frustrada.
-Por qué no me dices donde vamos? – pregunta como una niña
pequeña –
-No puedes esperar a que lleguemos? – digo riendo – tu madre
va a odiarme… - digo exagerando – secuestro a su hija sin avisar y ni siquiera
le digo dónde me la llevo…
-Este arrebato que te ha dado no lo he entendido ni yo… -
dice mirando a la carretera – pero me gusta… - sonríe mirándome –
-Ayer me dejaste preocupado… - digo refiriéndome a nuestra
conversación –
-Estaba agobiada… - dice justificándose – no fue un buen
día…
-Ya… - asiento – no están siendo buenos días… - digo con
pesar –
-Cómo está Tere? – pregunta bajando el volumen de la música –
-He hablado esta mañana con ella por teléfono… - suspiro –
está mucho mejor, pero todavía le quedan unos días en el hospital… - Malú
asiente – está muy animada… seguramente pase las navidades en casa… - sonrío
agradecido –
-Me alegro… - sonríe sincera – y Fran?
-Fran está bien, creo que le darán el alta mañana o pasado…
- digo pensativo – le queda una larga recuperación… - miro a la carretera – lo que
le preocupa es quedarse con una ligera cojera… - sonrío levemente – ya le he
dicho que va a ser como el Doctor House, que lo mire por ese lado… - Malú
sonríe mirándome –
-Y tú? – dice mirándome –
-Yo? – la miro interrogante – Bueno… - aparto la mirada
intentando no pensar demasiado – supongo que como tú… - carraspeo – como todos…
- reflexiono en voz alta – no te pasa que estos días estás como más pensativa? –
pregunto mirándola fugazmente – es como si me metiera en bucles y repasara
cosas en las que hace tiempo que no paro a pensar…
-Cómo cuáles? – pregunta mirándome –
-Pues… - suspiro – he pensado mucho en nosotros… - digo
mirándola con gesto tranquilo – en todas las cosas que nos han pasado… - Malú
aparta la mirada sonriendo de lado – he pensado mucho en el día que nos
conocimos… - sonríe – no crees que ese día pasó algo y no nos dimos cuenta? –
me mira – me refiero a que… - sonrío – no sé… - digo agitando la cabeza – no me
hagas caso, ya te he dicho que estoy muy reflexivo estos días…
-Yo también creo que pasó algo… - dice sonriendo – ay… -
suspira sonriendo –
-Qué pasa? – pregunto mirándola sonriente –
-Que tengo ganas de llegar a dónde vamos… - dice con voz
tímida –
-Para qué? – pregunto pícaro –
-Para muchas cosas… - dice mirándome –
Continuamos conduciendo por la carretera hasta entrar en una
zona de la montaña que comienza a tener paisajes nevados. Llevo las cadenas en
el coche, pero no creo que hagan falta. Malú apenas pregunta nada más, sé que
está impaciente, igual que yo. Recuerdo las fotos que me enseñaba Tere de esa
casa. Con su chimenea, sus sofás que parecían muy cómodos… creo que es el lugar
perfecto para perderse unos días, aunque me haya costado aceptar su
proposición. Nunca me ha gustado apoderarme del sitio de alguien, pero sé que
Tere lo ha hecho con toda su buena intención.
Sigo el gps y las indicaciones que me dio Tere hasta entrar
en una especie de pueblecito, con apenas 4 o 5 casas separadas. Diviso la casa,
es esa, por las fotos es esa. Suspiro y detengo el coche debajo de un techado,
un saliente que tiene la casa, preparado para dejar el coche a cubierto.
-Es aquí? – pregunta Malú con voz ilusionada –
-Abrígate anda, que mira qué temperatura hace fuera – señalo
el termostato sonriendo –
Veo como sale del coche y se abrocha su chaqueta, mirando
alrededor. Saco las llaves de la casa y cierro el coche. Estoy nervioso, y
todavía no sé por qué, si sé lo que va a pasar. Va a pasar lo que tenía que
haber pasado hace mucho tiempo. No sé por dónde voy a empezar, pero voy a
decirle todo lo que siento, sin reservas, sin vergüenzas. Y, seguramente, en un
rato, estaremos haciendo el amor delante de la chimenea. Un escalofrío me
recorre al pensar en eso, y no, no es del frío.
Abro la puerta de la casa y Malú entra detrás de mí sin
decir una palabra, solo observando la estancia. Una casa antigua pero moderna,
es una mezcla un poco extraña pero que le da encanto. Como esas típicas casas
rurales, con ese olor característico de la leña y el clima de la zona. Subo los
plomos como me dijo Tere y enciendo la luz. Una chimenea preside el fondo del
salón, con un sofá bien amplio enfrente y una pequeña tele de plasma. Una mesa
de madera, con decoración clásica y moderna a partes iguales. Al fondo a la
derecha diviso la cocina. Y al lado, unas escaleras para las habitaciones.
Sonrío al ver como Malú se pasea por el salón y, tras observarlo todo durante
unos segundos, se gira hacia mí con una amplia sonrisa.
-Cómo has encontrado esto? – pregunta ilusionada –
-Es de Tere… - digo tímido – te gusta?
-Que si me gusta? – pregunta incrédula – es perfecto… - se
acerca a mí despacio, haciéndome tener una leve taquicardia al ver cómo me está
mirando –
Al llegar hasta mí, pasa sus manos despacio por mi cuello y
las entrelaza por mi nuca, dejándome un beso en los labios que me hace creer
que no podré dar un paso durante unos minutos. Nos miramos unos segundos, sin
hablar, con sus manos en mi nuca y las mías en su cintura.
-Voy… - hablo lentamente – voy a por leña para encender la
chimenea vale? – asiente sin hablar – y a sacar del maletero todo lo que he
traído…
-Qué has traído? – pregunta siguiéndome –
-Comida para parar un tren, entre otras cosas… - digo riendo
– pero no hagas nada, siéntate en el sofá, ya me encargo yo… - digo
dirigiéndome a la zona cobijada donde sé que hay leña, tras una pequeña puerta,
fuera de la estancia –
-Te crees que no sé encender una chimenea? – dice con tono
de chulería –
-Yo creo que sabes hacerlo todo bien… - respondo sin mirarla
–
Me giro para mirarla y esa mirada pícara me hace pensar que
podría ahora mismo olvidarme de la leña y llevármela en brazos hasta la
habitación, sin decir una sola palabra. Resoplo intentando no dejarme llevar por
mis instintos más primarios. Quiero que sea algo perfecto, nos lo merecemos.
Tras sacar las bolsas del coche y dejarlas en la cocina, me
dispongo a encender la chimenea. Siempre me han gustado estas cosas, el mundo
rural, aunque solo sea para unos días. Reconozco que soy más de ciudad, pero no
me desagrada la sensación de hogar que da una chimenea en medio del frío. El
día es corto, la luz en un lugar así se acaba pronto, así que la noche va a ser
larga. Malú se sienta a mi lado, mirando el fuego que ya hace arder la leña.
-Bueno, pues esto ya está… - digo intentando levantarme,
pero me lo impide –
-Vamos a quedarnos aquí… - dice moviéndose hasta sentarse
delante de mi, entre el fuego y yo –
Entrelaza mis manos y cruza sus piernas, apoyando su espalda
en mi torso. Sonrío apoyando mi cabeza en su pelo. Creo que ha llegado el
momento de tener la conversación más bonita que he tenido y que, seguramente,
tendré en mi vida.
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