Despedir a alguien con quien has compartido tantas horas,
codo con codo, es tremendamente duro. Pepe era un médico excelente, pero
todavía era mejor como persona. Era de esos jefes atípicos, de esos jefes
dialogantes y justos, que buscan lo mejor para los demás en vez de para él
mismo. La muerte le sorprendió mientras dormía. A la mañana siguiente tenía que
venir a trabajar, y, al ver que eran las 10 de la mañana y no había llegado ni
avisado, comenzaron a llamarle a casa, pero no contestó. Ya nunca contestaría.
Su hijo lo encontró en casa al llegar a mediodía a casa.
Su familia estaba destrozada ayer. Era igual de buen marido,
padre y hermano, que jefe. Una persona buena que se fue sin hacer ruido y sin
avisar. Un golpe duro para mis compañeros, que ayer agradecieron mucho que yo
estuviera allí. Es lo menos que podía hacer. Su mujer me confesó entre lágrimas
que Pepe siempre me había tenido mucho cariño y que había comprado entradas para
toda la familia para mi próximo concierto en Madrid dentro de un mes. Aquello
me partió el alma. Es increíble como, aunque mi vida ha cambiado mucho en los
últimos años, sigo sintiéndome tan unido a mis compañeros como el primer día. Y
ellos a mí. He conseguido mantener ese nexo y no quiero que se rompa jamás.
Siempre seré uno de ellos, por muchos discos que venda o muchos conciertos que
haga.
Ayer recibí con sorpresa su mensaje. No esperaba que me
escribiera y, mucho menos, que se hubiera enterado de lo que había pasado. En
el fondo, me gustó que lo hiciera. Quizá sigo importándole al menos un poco.
Cojo mi móvil, dispuesto a poner un texto emotivo en honor a Pepe y compartirlo
en mis redes sociales.
“Ayer fue un día muy triste. Se fue una de esas personas que
dejan huella en la vida. Pepe era mucho más que un jefe. Era el gran jefe. El
que estaba para todo. Aquel que prefería trabajar más que los demás con tal de
que todos estuviéramos a gusto. Un gran médico. Cuántas vidas habrás salvado
con esas manos Pepiño. Y cuántas vidas habrás cambiado para mejor. Tantos
corazones devueltos a la vida, tantos pulmones llenados de aire en el momento
justo, tantas heridas cosidas de forma magistral para que cicatricen a su
ritmo. Pero la herida que nos dejas no es algo que se pueda suturar. Nunca
cicatrizará del todo. No sabría expresar con palabras lo agradecido que te
estaré siempre. Nunca olvidaré esos cafés previos a comenzar una guardia, en
los que contabas anécdotas que nos hacían reir. Ni esas palmadas en el hombro
en el momento justo. Ni esas ganas de enseñar que tanto nos ayudaron a los que
empezábamos. Nunca olvidaré esa nochevieja de guardia, la primera que pasé en
el hospital cuando todavía era residente. Trajiste uvas y gorros para todo el
mundo, incluso para los pacientes, que te miraban extrañados pero se
contagiaban de tu vitalidad. Decías que, aunque tengamos momentos malos, vivir
un año más siempre es motivo de alegría. Así eras tú, un tío vital, que vivía
la vida al máximo. Por eso se me hace tan extraño pensar que ya no estás. Si
hubo una frase que me marcó para siempre, fue la que me dijiste aquel día, el
día de mi despedida. “Un médico siempre es médico, hasta que se muere” Qué
razón tenías. Y yo le añado, querido Pepe, que, incluso tras la muerte, el que
ha sido médico, sigue siendo médico. Porque nunca dejarás de ser ese ejemplo a
seguir para los que nos hemos dedicado a esto. Siempre estarás presente
compañero. Siempre.”
Con lágrimas en los ojos, cuelgo mi texto junto con una
foto. La foto que me hice con él en aquella nochevieja. Los dos con un gorro
típico navideño y un matasuegras, vestidos de blanco, con nuestro fonendo
colgado. Suspiro al leer de nuevo el texto, me ha quedado muy emotivo.
Leo algunos comentarios de la gente que me sigue con una
sonrisa agradecida. Reconforta saber que puedes compartir tantas cosas con
gente que no conoces. Mi móvil comienza a sonar y, cuando veo el nombre de la
persona que me llama, me pongo nervioso de repente. Es ella. Ella me está
llamando, justo ahora que todavía tengo un nudo en la garganta. Tere me dijo
que, si en algún momento, ella me buscaba, no la rechazase. Y voy a hacerle
caso.
-Si? – pregunto escuetamente –
-Hola… - se me hace tan extraño escuchar su voz al teléfono,
después de tanto tiempo –
-Hola… - contesto con timidez –
-Cómo estás? – dice comedida –
-Bien… bueno… - tuerzo el gesto – ahí vamos…
-Siento lo de Pepe… de verdad… - dice con voz apenada –
-Gracias… - contesto sin poder evitar sonreir fugazmente –
-Es precioso lo que has escrito… - dice con voz sincera –
-Lo has leído? – pregunto sorprendido –
-Si… - dice algo avergonzada –
Hay un silencio entre los dos. Se me hace extraño escucharla
de nuevo por teléfono, pero se me hace mucho más extraño que me hable de manera
normal.
-Álex yo… - noto temor en su voz – me gustaría que nos
viéramos…
Abro los ojos sorprendido. No me lo esperaba. No sé qué
contestar.
-No sé si es buena idea Malú… - digo sin poder evitarlo –
-Yo creo que sí… - dice convencida – no tiene por qué ser
hoy… - se apresura en contestar nerviosa – sé que no es un buen momento…
-No… - me apresuro también a contestar – no pasa nada… -
suspiro – quizá no es mala idea… - digo contradiciéndome –
-Si quieres… - dice temerosa – podemos quedar en un sitio
neutral… - me hace esbozar una sonrisa – donde paseábamos a los perros… en esa
zona del parque donde no hay tanta gente… - dice tímida – si te parece bien…
-Me parece bien… - respondo algo enternecido por su tono de
voz – me llevo a Dandy?
-Vale… - responde riendo brevemente – llevaré a Danka…
-Vale… - respondo nervioso – a qué hora?
-Las 6 te parece bien? – pregunta comedida –
-Allí estaré… - digo convencido – luego nos vemos…
Cuelgo el teléfono con una sensación de tranquilidad
mezclada con nerviosismo. Tranquilidad porque por fin hemos podido mantener una
conversación normal. Nerviosismo porque vamos a volver a vernos y no sé qué nos
vamos a decir.
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