La policía me acaba de interrogar, a mí y a todos los que
han estado en la casa. Nadie ha visto a Jaime entrar, según he podido escuchar,
haciendo serios esfuerzos por no partirle la cara, se ha colado por el jardín
delantero, justo el que estaba completamente vacío. A Malú la han llevado a una
habitación, lejos de la cocina. Al ver que la policía continúa con los
interrogatorios, decido ir a buscarlas. Quiero saber como está.
Toco a la puerta y la abro. Dentro están Vanesa y Rosario
con ella, sentadas en la cama. Me miran atentamente. Vanesa y Rosario me miran
con una media sonrisa comprensiva, pero Malú me mira diferente.
-Cómo estás? – digo agachándome enfrente suyo, poniendo una
mano en su pierna –
-Has terminado ya de darle una paliza? – dice mirándome con
gesto serio –
-Cómo? – no entiendo su reacción –
-Malú… - dice Vanesa con tono cansado –
-Ya hemos visto todos que eres un machito que se lía a golpes
con quien sea… - dice mirándome irónica – enhorabuena, has quedado súper bien…
- dice irónica –
La miro y siento mucha tristeza. Esto es lo último que me
esperaba. Sonrío incrédulo, con gesto contrariado y, sin decir nada, me levanto
y salgo de la habitación cerrando la puerta. Se acabó, no va a hacerme más
daño, parece que disfruta haciéndolo, pero no voy a dejar que continúe. Me
niego. Me niego a seguir soportando que me trate así. Salgo a toda prisa por el
pasillo y me encuentro a la policía saliendo de la cocina, llevándose esposado
a Jaime.
-Álex para esto! – grita siendo empujado por la policía – no
quería hacerlo, te lo juro! – grita desesperado – estoy borracho! Llevo
bebiendo a diario desde que me dejaste tirado! – grita mientras siguen llevándoselo
– Miriam me engañó! Se ha quedado con el poco dinero que tenía! – comienza a
llorar mientras la policía le empuja por el pasillo - Me has hundido la vida!
No me hagas esto! – sigue gritando –
Desaparece de mi vista a lo lejos, por el pasillo. Le he visto
pasar, gritando desesperado, y hasta he sentido compasión. Le he hundido la
vida. Con lo que pasó y con los líos legales, seguramente no ha vuelto a
trabajar. Me siento muy mal, demasiado mal para quedarme. Y mi incomodidad
aumenta cuando veo que todo el mundo me está mirando desde la puerta de la
cocina. Suspiro agotado y comienzo a caminar por el pasillo.
-Álex, espera… - Alejandro me agarra del brazo – no te
vayas… no le escuches, se lo ha buscado...
-Déjame Alejandro… - digo zafándome sin dejar de caminar –
Sigo caminando por el pasillo hasta que, casi llegando a la
puerta para salir de la casa, escucho a Malú llamarme a mi espalda. Mi enfado
no ha desaparecido, y no va a hacerlo. Me paro en seco y me doy la vuelta. La
encuentro mirándome con gesto avergonzado. Me he cansado de este juego. Estoy
demasiado saturado para pensar.
-Álex… - dice con tono compungido –
-Vas a humillarme otra vez? – pregunto con tono cabreado –
adelante! – digo irónico – soy tu saco de boxeo, ni siento ni padezco… - sigo
con la ironía –
-Álex… - dice de nuevo con el mismo tono de voz –
-Ni Álex ni hostias… - digo con tono cabreado – estoy hasta
los cojones Malú… - me acerco a ella enfadado – hasta los cojones de soportar
como sigues echándome la culpa… - cojo aire – hasta los cojones de que creas
que tienes derecho a hablarme como si fuera una mierda… - subo el tono de voz –
hasta los cojones de intentar no hacerte daño mientras tú no dejas de hacérmelo
– sigo incrementando el tono de voz – no te he molestado en todo este tiempo,
he evitado ir a sitios en los que sabía que tú ibas a estar, pero no es
suficiente – la miro intensamente – para ti no es suficiente… - alzo de nuevo
el tono de voz – nunca le he pegado a nadie… - suspiro cabreado – y le hubiera
matado cuando le he visto encima de ti… - digo mirándola – porque por mucho que
me hagas, no quiero que nadie te haga daño… - suspiro de nuevo y vuelvo a
elevar la voz - no tuve la culpa joder! No tienes derecho a tratarme así… - me
mira con un gesto entre apenado y asustado – no te lo voy a permitir… - digo
bajando el tono de voz – si pudiera, te juro que no volvería a verte en la
vida… - digo serio – y lo peor de todo es que ni siquiera puedo odiarte… - me
mira con los ojos vidriosos – ni siquiera puedo hacerlo… - digo con tono
cansado – pero me gustaría… te lo aseguro… - digo notando un nudo en la
garganta – no me merezco que me trates como si nunca te hubiera importado… -
abro la puerta – quieras o no, tuvimos mucho en común... – salgo a la calle –
aunque se te haya olvidado.
Cierro la puerta con fuerza, intentando así, que con ese
portazo se vayan todas las malas sensaciones que tengo en este momento. Pero
no, no se van, se incrementan a cada paso que doy. Pero, por una vez, no hago
caso a mi conciencia. Esta vez mi orgullo ha ganado. Una de las pocas veces en
mi vida que lo ha hecho.
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