Tras las audiciones a ciegas, toca el momento de las
batallas. Me enfrento a elegir los temas, a repartirlos y a hacer grupos de 3
entre los 15 niños que tengo en mi equipo. La ilusión en sus ojos hace que deje
de estar preocupado cuando entro en la sala. Mi asesor en esta ocasión es
Pablo. Me ha parecido bonito elegirle y, además, tiene experiencia. Intuyo
momentos interesantes durante las galas con él. La asesora de Malú será Pastora
y el de Rosario, Manuel. Todo queda en familia.
Tras repartir los temas y ensayar los tonos y las partes que
cantará cada uno, procedemos a los ensayos. Malú y yo no hemos vuelto a hablar
de lo que pasó en el baño. Supongo que sería muy incómodo tocar el tema así que
lo hemos obviado, pero de una manera que no me esperaba. Está igual conmigo,
igual de normal, con sus bromas, con sus indirectas… Y eso me hace estar cómodo.
Yo tampoco tengo interés en sacar el tema. Eso sí, me hizo caso y le recomendé
un tratamiento que ha hecho desaparecer esas lesiones herpéticas de su cuerpo.
Con esfuerzo, pero me hizo caso.
Todos los niños, los 45, están preparados para ensayar las
batallas. El primer equipo en ensayar va a ser el mío, y el primer grupo lo
componen Jesús, el primer niño que elegí y que cantó Bohemian Rhapsody
haciéndome flipar, Lorena, una niña de 9 añitos que cantó “Inmortal” de La
Oreja de Van Gogh, y desató la ternura por su dulce vocecita, y Rober, un niño
de 11 años que cantó “Besos” de El Canto del Loco y me gustó mucho por su
descaro.
Los tres están encantados de ensayar juntos, parece que se
llevan muy bien y sus voces empastan perfectamente. La canción que he decidido
que canten es “Angels” de Robbie Williams. Creo que es un tema que les puede
venir bien a los tres para que se luzcan. Soy yo el que está sentado en el
sillón, pero Malú y Rosario lo ven también desde el otro lado del plató. A sus
asesores, Manuel y Pastora, no les veo, supongo que estarán esperando a su
turno. Pablo y yo nos sentamos en los sillones enfrente del escenario, atentos
para ver cómo han avanzado desde la toma de tonos. Durante el ensayo, detecto
que Jesús está como desconcentrado. Se equivoca en su parte, en la entrada y en
la letra, aunque lo resuelve como si tuviera experiencia.
-Qué ha pasado Jesús? – digo cuando terminan de cantar,
levantándome del sillón seguido por Pablo -
-No sé… - responde tímido –
-Entiendo que aquí, en el escenario, impone mucho… - digo
intentándole hablar con tranquilidad – pero tienes que concentrarte, porque si
pasa esto en la gala… - niego con la cabeza –
-No te preocupes, pero tienes que concentrarte… - dice Pablo
mirándole -
-Lo siento… - responde avergonzado –
-Bueno, no pasa nada… - digo alzando los brazos – vamos a volver
a repetirlo de acuerdo? – asienten – Rober y Lorena, me ha gustado como habéis
hecho vuestra parte – les hago una caricia en la cara a cada uno – si el
compañero se equivoca hay que apoyarle vale? – asienten – lo habéis hecho muy
bien eso… - sonrío antes de girarme para volver a mi asiento –
Comienza de nuevo la canción y, de nuevo, en la parte en la
que tiene que entrar Jesús, no lo hace. Se agacha un poco y se apoya en las
rodillas y hago un gesto para que paren la música. Por un momento pienso que se
ha bloqueado, hasta que le veo desplomarse sobre el ring. Salgo corriendo de la
silla y Rober y Lorena comienzan a gritar llamándole, pero está boca abajo y no
parece moverse.
-Jesús! – digo subiendo las escaleras – eh, campeón! – digo llegando
hasta él y dándole la vuelta, comprobando que está inconsciente – llamad a una
ambulancia!! – exclamo mirando hacia el control donde dos de los técnicos
vienen hacia mí – Jesús, eh! – digo dándole toques en la cara, pero no responde
– os ha dicho que estaba mareado? – pregunto asustado a Rober y Lorena, que me
miran con cara de pánico y con los ojos empañados, sin entender qué ocurre –
-Qué pasa? – escucho la voz de Malú llegar hasta el
escenario –
-Jesús! – exclama Pablo volviendo a intentar que reaccione –
-Maldita sea… - digo poniéndole de lado y metiendo mis dedos
en su boca para que no se trague la lengua –
-Se ha pinchado hace un rato… - dice Rober sollozando –
decía que estaba mareado y que cuando se siente así se pincha…
-Se ha pinchado? – le miro interrogante – el qué?
-No sé – dice Rober agobiado – dice que es para el azúcar…
-Qué? – exclamo horrorizado - Pablo, corre, tráeme azúcar,
un sobre, lo que sea! – digo viéndole levantarse y salir a la carrera – que alguien
busque su mochila y me la traiga! – exclamo viendo a uno de los técnicos salir
corriendo hacia la parte de atrás del escenario –
-Qué le pasa? – dice Malú agachándose a mi lado –
-Es diabético… - digo manteniendo mis dedos en su boca – y se
ha pinchado insulina…debe tener una hipoglucemia...
-Ay dios mío… - exclama Rosario dándose la vuelta con las
manos en la cara –
Mis manos tiemblan, tiemblan mucho. Me horroriza tomarle el
pulso, pero termino haciéndolo. Tiene pulso. Resoplo mirando a todas partes.
-Traedme azúcar joder! – grito desesperado –
Pablo aparece como si lo hubiera invocado con un montón de
sobres que me da pero los tiro todos al suelo menos uno.
-Llevaos a los niños… - le digo a Pablo –
-No! – exclama Lorena – qué le pasa? – dice llorando –
Jesús! – grita haciéndome tener ganas de llorar –
-Venga campeón… - digo poniéndole boca arriba, con su cabeza
apoyada en mis piernas para que no esté tumbado del todo – abre la boca Jesús –
digo intentando volver a abrírsela – vamos… - susurro desesperado, logando
abrirla de nuevo, está totalmente tenso –
Abro con la boca el sobre y vierto el contenido en la boca,
cerrando su mandíbula y mirando a Malú instintivamente, que me mira
horrorizada.
-Aquí tengo su mochila… - dice uno de los técnicos
arrodillándose a mi lado –
-Ábrela, tiene que tener una especie de estuche… - digo sin
mirarle, observando a Jesús, que no parece reaccionar –
-Éste? – me lo enseña –
-Si… - digo cogiéndole el estuche – Malú, ponte aquí,
sujétale la cabeza… - obedece sin decirme nada –
Abro el estuche y me encuentro inyecciones de insulina y el
medidor de glucosa, pero no lo que buscaba. Saco el glucometer y, rápidamente,
mido la glucosa que tiene en sangre.
-Dios… - exclamo al ver un 15 en la pantalla - No tiene nada
más? – digo rebuscando en su mochila – aquí está… - digo cogiendo una pequeña
nevera que supongo que contiene lo que busco –
-La tiene muy baja? – pregunta Malú sujetando la cabeza de
Jesús, completamente asustada –
-Nunca he visto unos niveles tan bajos… - digo cargando la
jeringuilla – necesito una ambulancia ya! – grito mirando hacia el control –
-La hemos llamado, vienen en seguida… - grita un técnico al
fondo –
-Qué es eso? – pregunta Malú –
-Glucagón – respondo inyectándolo en su brazo – tiene que subir
con esto… - digo a modo de súplica – vamos Jesús… - agarro su cara moviéndola –
vamos… - abro de nuevo su boca, a la desesperada –
Escucho mucho revuelo alrededor, se ha formado un corrillo
con toda la gente presente y les oigo murmurar, suspirar, algunos sollozar,
pero no pienso mirar, me voy a poner más nervioso de lo que estoy.
-Vamos campeón, despierta… - digo agarrando su mano para
medir de nuevo la glucosa en sangre – eso es… - digo viendo un 30 – vamos…
Sin querer, me traslado con un flash de décimas de segundo a
aquella tarde en la que aquel niño se me murió y no pude hacer nada. Agito mi
cabeza para borrarlo de mi mente. No va a pasar, eso no va a pasar ahora, me
repito.
Vuelvo a agarrar la cabeza de Jesús y vuelvo a moverla,
intentando que despierta. Los intentos anteriores no han surtido efecto, pero,
esta vez, mis pulmones se llenan de aire al ver que abre lentamente los ojos.
-Ei… - agarro su cara juntando mis manos con las de Malú –
campeón, me oyes? – le veo mirarme y se instaura un nudo en mi garganta – hola colega…
- digo viendo como me mira –
-Jesús cariño… - dice Malú mirándole –
El niño no habla, está como aturdido, lógico, pero ha
recobrado la consciencia. Escucho un suspiro general y unos sollozos a mi
espalda, creo que son de los niños, que no han permitido bajarse del escenario sin
él.
-Qué pasa? – dice con un hilo de voz –
-Nada cielo… - digo midiéndole de nuevo el azúcar – que nos
has dado un susto de muerte… - veo que está en 50 – pero ya estás mejor…
-Me pinché… - dice todavía aturdido – no lo tenía que haber
hecho verdad? – pregunta con voz ténue –
-No pasa nada… - digo sonriéndole intentando que no se
preocupe – ya estás bien… - miro a Malú – vamos a llevarlo dentro…
Asiente y se levanta del suelo. Agarro a Jesús diciéndole
que me agarre del cuello y bajo del escenario con cuidado para llevarle detrás
del plató, a una zona más tranquila. Camino por el pasillo un poco deprisa. Veo
a Malú adelantarse y hacerle gestos a alguien para que se aparte. Lleva en la
mano el estuche y la nevera. Sonrío sin poder evitarlo, es rápida pensando.
Entro siguiéndola a una de las salas donde hay unos sofás y dejo a Jesús cuidadosamente
sobre él.
-Cómo te encuentras? – digo mirándole –
-Mareado… - dice – pero menos que antes…
-Bien… - asiento acariciándole la cara –
-Tengo glucagón en la nevera… - dice como si, de repente, se
acordase que es eso lo que tiene que inyectarse cuando se encuentra mal –
-Lo sé, te lo he puesto… - digo sonriéndole –
-Iba a comer algo después de pincharme, pero no me ha dado
tiempo… - dice con vergüenza –
Se me parte el alma con esa confesión. Nadie, al parecer,
sabía que el niño tenía este problema. Supongo que, por vergüenza, no lo ha
dicho. Tampoco sus padres, cosa que me extraña. Los críos se toman esto con
tanta responsabilidad que el pobre ha decidido salir a cantar antes que comer
algo, y no dudo que sabía que esto podía pasarle. Siento un poco de rabia y
culpabilidad por haberle echado la bronca.
-Lo siento, no podía pensar en la letra de la canción… - dice Jesús mirándome –
-Y yo siento haberte echado la bronca colega… - digo
acariciándole la cara – nadie sabía esto? – le pregunto midiéndole de nuevo el
azúcar –
-Sólo Rober… - dice – es mi amigo… y se lo conté… - dice
recuperando su tono de voz habitual – no quiero que lo sepa nadie…
-Jesús… - miro la pantalla y marca 70. Por fin puedo
respirar – esto no es nada de lo que avergonzarse, lo sabes no?
-En el colegio se metían conmigo… - dice haciéndome apretar
la mandíbula – me llamaban yonki… - dice con gesto triste – me insultaban… -
miro a Malú compungido – no quería que me pasara lo mismo aquí…
-Pero cariño, como te va a pasar lo mismo aquí? – dice Malú
de forma cariñosa – aquí somos tus amigos… - dice acariciándole la cara,
haciéndome mirarla con ternura – y tienes un médico aquí, qué más quieres? –
dice señalándome haciendo reir al niño –
Espero a su lado hasta que llega la ambulancia. Les cuento
lo ocurrido y deciden trasladarlo al hospital por la gravedad del cuadro. No
parece hacerle gracia, pero le convenzo rápidamente, es lo mejor, que esté unas
horas vigilado hasta que elimine la insulina que se ha inyectado cuando no
debía. Le tranquilizo diciéndole que solo van a vigilarle, que no va a pasar
nada. Rosario aparece en la sala y me dice que sus padres ya están avisados y
van de camino al hospital, así que la ambulancia decide trasladarlo a la espera
de que lleguen sus padres. Me ofrezco a ir con él, pero el médico de la
ambulancia me dice que no es necesario y que no cabemos en la ambulancia. No
recordaba ese detalle.
-No vuelvas a darme un susto así vale? – digo abrazándole
antes de que se lleven la camilla a la salida del estudio –
-Vale… - contesta con ingenuidad – podré cantar verdad? –
pregunta inocente –
-Pues claro… - digo tiernamente – no te preocupes por eso
vale? – asiente –
Veo alejarse la camilla por el pasillo y meto mis manos en
los bolsillos. Estoy nervioso. Sigo estándolo, he pasado mucho miedo pensando
que le podía pasar algo como a aquel niño. Ese pensamiento se clava en mi
cabeza y siento que me falta el aire, necesito salir de aquí como sea, todo el
mundo me está mirando. Camino rápido por el pasillo hasta llegar a mi camerino,
cerrando la puerta con pestillo al entrar.
Apoyo mis manos en la mesa y, sin poder evitarlo, comienzo a
llorar. A llorar irrefrenablemente, de angustia, de miedo. Solo de pensar que
le podía haber pasado algo, siento una presión en el pecho incontrolable.
Respiro acelerado, como si me faltara el aire, como esos berrinches que a veces
se toman los niños y que parece que se van a ahogar de como respiran.
-Álex… - escucho la voz de Malú y cómo toca a la puerta –
Álex ábreme, te he visto entrar…
Resoplo y, acelerado, me limpio los ojos y las mejillas. No
quiero abrirle, no me gusta que nadie me vea así, tan frágil, y mucho menos
ella.
-Álex no me voy a ir hasta que no me abras… - su voz suena
segura –
Suspiro, respiro hondo y vuelvo a limpiarme los ojos y quito
el pestillo, sin abrir la puerta, apoyándome semisentado en la mesa, de
espaldas, intentando disimular.
-Oye… - escucho que entra y cierra la puerta pero no me doy
la vuelta – estás bien?
-Si si… - digo intentando recomponerme, girándome para
mirarla, aunque aparto la mirada al instante –
-No te preocupes… - dice acercándose a mí – Jesús va a
ponerse bien… - llega a mi altura, mientras yo miro al suelo, haciendo
verdaderos esfuerzos por no volver a llorar – oye… - encorva un poco su cuello
ante mí para conseguir mirarme –
-Joder… - aparto la mirada como puedo, pero no puedo más,
vuelvo a echarme a llorar sin poder pararlo –
-No Álex… - su voz suena compungida – no llores… - dice
intentando que la mire, pero no lo consigue – no hagas eso… ven aquí… - me
agarra de la mano y me hace abrazarla –
Al abrazarla, como si fuera un torrente de sentimientos
irrefrenables, rompo a llorar todavía más fuerte que antes. Siento todavía más
angustia, no sé por qué.
-Álex… - dice con voz apenada – venga, desahógate… -
acaricia mi espalda – lo has hecho muy bien… - dice con voz suave – nadie hubiéramos
sabido qué hacer… - sigo llorando apoyado en su hombro – tranquilo…
Me agarro a su cuerpo apretando fuerte, como si necesitara que ese
abrazo se mantuviera en el tiempo para calmarme. Me corresponde haciendo lo
mismo. Tras unos segundos, mi llanto se calma parcialmente. Sigue acariciándome
la espalda, sin hacer ningún amago de deshacer el abrazo. Hasta que decido
hacerlo yo, ahora mismo estoy muriéndome de la vergüenza.
-Joder… - digo riéndome amargamente – qué tontería más gorda…
- me separo de ella secándome los ojos –
-De tontería nada… - dice acariciándome la cara mirándome
tiernamente – ha sido una situación muy tensa… - la miro a los ojos y los tiene
empañados en lágrimas –
-Qué vergüenza joder… - digo riéndome apartando la mirada –
-Por qué? – pregunta dulcemente –
-Llorar así, de esta manera… - digo negando con la cabeza
secándome todavía las lágrimas –
-Como si llorar fuera malo… - se acerca a mí restándole
importancia – estás mejor? – se pone ante mi, agarrándome la cara con las dos
manos. Asiento casi paralizado y vuelvo a mirar al suelo – mírame anda… - dice enlazando
su mirada conmigo – Jesús ha tenido mucha suerte… - le aparto la mirada y niego
con la cabeza – es una suerte tenerte cerca…
La miro sorprendido por la frase que acaba de decir y
nuestras miradas se cruzan un instante. El suficiente para sentir miles de
corrientes recorrerme desde los pies hasta la cabeza. Aunque quiero, no puedo
dejar de mirarla. Y parece que ella tampoco quiere dejar de hacerlo. Ni
siquiera retira sus manos de mi cara, y me acaricia levemente con los dedos.
No había vuelto a pasarme. No creía que fuera a pasarme de
nuevo. No quiero que me pase pero vuelvo a tener unas ganas de besarla como
nunca antes las había tenido. Y siento miedo, mucho miedo cuando veo que da un
paso adelante, leve, sutil, pero suficiente. No puedo remediarlo. Encorvo mi
espalda levemente, no sé que estoy haciendo ni por qué, pero no puedo pararlo.
Lo haría si viera que ella se retira, o me aparta la mirada, pero solo la
aparta para mirar mis labios y luego vuelve a mirarme. Hago lo mismo, notando
que se me va a salir el corazón por la boca. Sigo encorvando mi espalda
lentamente y noto como ella estira un poco su cuerpo hacia mi. Ladea la cabeza
levemente a la izquierda y yo a la derecha. Siento su respiración algo
acelerada en mis labios. La miro por última vez, a escasos centímetros, y me
devuelve la mirada. Cierro los ojos y, lentamente, hago desaparecer esa
distancia entre nuestros labios.
Cuando los rozo, esas corrientes que había notado antes se
quedan a la altura del betún. Mi estómago, como si estuviera cayendo en picado,
me avisa con cosquilleos incesantes. Mi corazón se transforma en el engranaje
de un tren a 200 km por hora y mi cabeza deja de ordenarme nada que no sea
seguir besándola. Mis manos se activan por arte de magia y se dirigen a su
cintura. Las suyas, se enganchan a mi cuello, despacio, como a cámara lenta,
como si no pudiéramos movernos más rápido. Con sus manos, acaricia mi pelo
despacio, con suma delicadeza. Dirijo mi mano derecha a su cuello, notando como
se enreda su pelo entre mis dedos. No sé el tiempo que pasamos así, ni siquiera
sé decir si es poco o mucho, solo sabría decir que no es suficiente. No
separamos nuestros labios, continuamos el beso acariciándonos suavemente hasta
que, al escuchar la puerta, nos separamos de golpe.
Intento disimular mi respiración agitada cuando veo a
Rosario entrar a mi camerino, pero no puedo. Su cara de póker me hace ruborizarme
y miro a Malú, pero solo me mantiene la mirada un segundo.
-Per… perdón… - dice trastabillada – venía a… ver cómo
estabas…
-Ah… - sonrío nervioso – bien… estoy… - miro a Malú pero la
veo mirando al suelo – estoy bien…
-Bueno… eh… - dice mirándonos todavía –
-Voy a… - escucho la voz nerviosa de Malú mientras camina
apurada hacia la puerta – voy a ver qué hacemos con el ensayo…
Sin mediar palabra, sale de mi camerino y Rosario, tras unos segundos mirándome algo avergonzada, la sigue. Cierran la puerta al salir y yo me apoyo de nuevo con las manos en la mesa pero, esta vez, no es porque vaya a echarme a llorar, sino porque me tiembla tanto el cuerpo que si no me agarro a algo, me caeré al suelo.
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