Hace unas semanas, Alejandro me invitó a acudir a su casa.
Celebraba una fiesta y quería presentarme a algunas personas. Mi sorpresa fue
mayúscula al encontrarme en esa celebración a Paco de Lucía. Paco me ha
acompañado en mi periplo por la música desde el principio, sin él saberlo.
Cuando aprendí a tocar la guitarra, mi padre me dio unas partituras. Era fiel
seguidor de su música. Me dijo que con esa escala, Paco tocaba “Entre dos
aguas” y que si me aprendía eso, sabría tocar todo lo que quisiera. Tenía 7
años y apenas sabía poner los dedos en el mástil. Ni siquiera sabía que Paco de
Lucía era el guitarrista español más importante de todos los tiempos. Pero,
poco a poco, con empeño por parte de mi padre, conseguí entender esa melodía.
Conseguí pasar de una nota a otra, aunque de manera lenta al principio.
Conseguí leer partituras gracias a eso, de forma autodidacta, sin más ayuda que
mi pasión por la música. Mi padre me miraba orgulloso cuando salía de mi cuarto
y había escuchado que había estado practicando con esa partitura. Fue poco más
que el comienzo de todo esto. Y ahora, al verle allí, me parecía una manera
bonita de regresar a la infancia. Guardo en mi retina el momento de estrechar
su mano. Una mano firme. Una mano con la que ha hecho de la guitarra un
instrumento para soñar.
-Un placer maestro – alcancé a decir –
-El placer es mío – contestó de manera cortés –
-Tenemos un proyecto en común – dijo Alejandro mirándonos –
me gustaría que participaras – dirigió su mirada hacia mí –
-Yo? – pregunto sorprendido –
-Si, pero todo a su tiempo, hoy vamos a disfrutar… - dijo
Alejandro –
Un proyecto con Alejandro y con Paco de Lucía. En ese
momento sí me sentí feliz. Durante la tarde que pasamos en su casa, tuve la
ocasión de hablar con Paco. Me pareció un hombre serio en un principio, pero
con un ingenio increíble para las bromas. Decidí confesarle que lo primero que
había aprendido a tocar había sido aquella escala y esa sonrisa tierna la
tendré para siempre en mi recuerdo. Me dio una palmada en el hombro y me dijo
que le emocionaba mucho que le dijera algo así.
Curiosamente, en aquella fiesta no vi a Malú, me pareció
extraño, pero, cuando pregunté disimuladamente, Alejandro me dijo que estaba
fuera, de concierto, por lo que deseché la absurda idea de que no hubiera
venido por mi culpa.
Hoy, Alejandro ha vuelto a invitarme a su casa. Va a
contarme cuál es ese proyecto que tanta ilusión me está produciendo. Al llegar
a su casa, grande y espaciosa como ella sola, me recibe un pequeño hombrecito,
que me mira interrogante.
-Dylan, no asustes a la gente – dice Raquel, su mujer,
saliendo a recibirme – hola Álex, pasa – me da dos besos –
-Gracias – sonrío – todo bien? – digo señalando a su
incipiente barriga –
-Ah si, pero ahora más tranquila, ya me ha dicho Alejandro
que sabes traer niños al mundo…
Me ruborizo ante el comentario mientras Raquel ríe
abiertamente. El niño sale corriendo llamando a su padre, que aparece en el
salón de la casa con una amplia sonrisa.
-Qué pasa compadre? – dice dándome un abrazo –
Compadre. Eso se llama a gente a la que tienes un cariño
especial, o por lo menos eso creo.
-Vente al estudio, allí estaremos más tranquilos sin este
trasto por aquí… - coge en brazos a su hijo, que ríe ante sus carantoñas –
-Pero espérate que le ofrezca algo no? – dice Raquel riendo
– quieres tomar algo?
-Un poco de agua – contesto sin más –
-Me vas a salir barato… - dice Alejandro riendo –
La televisión está puesta de fondo. Hablan de algo de
política, como siempre. Alejandro y yo comenzamos a hablar animadamente y
comienza a contarme por encima qué es lo que quiere hacer. Parece que quiere
componer alguna canción un tanto reivindicativa para los más desfavorecidos y
cree que yo debería colaborar. Me apasiona la idea, tanto que creo que se me
nota en exceso. Al aparecer en el salón, Raquel se queda paralizada al entrar,
mirando la televisión. Giro la cabeza para ver qué es lo que le ha dejado así,
y se me hiela la sangre. Un titular en rojo con las letras blancas, recorre la
parte inferior de la pantalla. “Paco de Lucía fallece de un infarto”.
-Dios mío… - susurra Raquel, que continúa con el vaso en la
mano –
Me levanto del sofá y agarro el vaso y la invito a sentarse
sin poder dejar de mirar la televisión. Observo de reojo a Alejandro, que se ha
quedado mudo, sin habla.
-Eso no puede ser… - dice con voz entrecortada – tengo que
llamar a Pepe…
Se levanta y sale como una exhalación del salón, con el
móvil en la mano. Raquel se queda sentada en el sofá, mirando hacia la
televisión, completamente paralizada. Me siento a su lado y paso una mano por
su hombro. Raquel, en un acto totalmente espontáneo, recuesta su cabeza en mi
hombro y comienza a sollozar. Siento un nudo en el estómago como pocas veces he
sentido. Imagino lo importante que es Paco para esta familia. Alejandro me
contó en aquella reunión hace unas semanas, que Paco era el padrino de Dylan.
El niño nos mira algo contrariado, todavía es pequeño para entender qué es lo
que está pasando.
Tras unos minutos en los que intento consolar a Raquel, Alejandro
aparece en el salón, con los ojos rojos. Mira a Raquel y, con solo una mirada,
Raquel rompe a llorar desconsolada. No sé muy bien dónde meterme en este
momento. Me levanto del sofá y pongo una mano sobre el hombro de Alejandro.
-Lo siento… - digo sincero –
Sin decir nada, se me abraza como si fuera un niño pequeño.
Se aferra a mi espalda de manera fuerte, con rabia, y ya no contiene el llanto.
Nunca he visto llorar a un hombre de esa manera. Dylan, el pobre, se contagia
de sus padres, y comienza a llorar, como si supiera lo que ha pasado. En un
acto reflejo, me separo de Alejandro y, viendo la situación, decido llevarme a
Dylan a otra estancia, Raquel y Alejandro necesitarán estar solos.
-Ven cariño – digo cogiendo en brazos a Dylan, que se aferra
a mi cuello, todavía llorando – me enseñas tu cuarto?
-Por qué llora? – señala a su madre –
-Porque se le ha metido una cosa en el ojo, mira – saco mi
llavero del bolsillo – de qué equipo eres? Yo soy del Madrid… - digo intentando
distraer su atención mientras salimos del salón –
-Gracias Álex – escucho que susurra Alejandro –
Me giro y sonrío con compasión. Pongo a Dylan en el suelo y
cojo su mano, parece que he conseguido distraer su atención y va a llevarme a
su cuarto.
Tras unos minutos allí, Raquel aparece, todavía con los ojos
rojos, y sonríe tiernamente al ver como su hijo juega conmigo con unos coches
de juguete.
-Tienes hambre cariño? – dice preguntando a su hijo –
-Si – contesta sonriente – mira mamá, Álex sabe jugar a los
coches…
-Claro que si cielo… - se agacha hasta él – corre y dile a
Gladys que te haga un zumo de los que a ti te gustan… - dice refiriéndose
seguramente a alguien del servicio –
-Glady!! – sale corriendo de la habitación gritando su
nombre -
Me levanto del suelo y me pongo a su altura. Me mira con
cierto aire agradecido pero no puede evitar emocionarse de nuevo.
-Raquel, lo siento mucho… - digo sincero –
-Ha sido de repente… yo… - intenta serenarse – gracias por
llevarte a Dylan… no quería que nos viera llorar así…
-No pasa nada… - digo restándole importancia – necesitáis
algo?
-No… no te preocupes - en ese momento aparece Alejandro, con
evidentes signos de estar llorando –
-Y Dylan? – pregunta mirando la habitación –
-Con Gladys… Álex ha estado jugando con él – dice mirándome
–
-Alejandro yo… - intento no emocionarme – necesitáis alguna
cosa? Queréis que entretenga a Dylan o…?
-No… no te preocupes compadre… - dice poniendo una mano en
mi hombro – esto es un desastre… - dice sincero – no puede haber muerto… - dice
con rabia rompiendo a llorar –
-Joder… - susurro frustrado y vuelvo a abrazarle – no sabes
cuánto lo siento…
Sin darme cuenta, una lágrima está saliendo de mi ojo
derecho. Me contagia con facilidad al ver a la gente llorar, me pasaba
trabajando y tenía que hacer fuerza para no quedar como un blando delante de
los pacientes. La muerte es algo que golpea sin compasión, sin avisar, sin
esperar, sin poder evitarlo. Pero Paco era de esas personas que crees que no se
van a morir nunca, al menos yo pienso así. Un tío con tanto ingenio para todo,
no puede morir. Rectifico, sí puede, pero no debería.
-Bueno yo… - digo intentando no llorar – creo que debo
volver a casa…
-Siento que hayas venido para nada… - dice Alejandro sincero
–
-No digas eso… - digo negando con la cabeza – si necesitáis
algo decídmelo vale?
Raquel asiente emocionada y me abraza brevemente. Alejandro hace
lo propio. Al bajar las escaleras de la casa, veo a Dylan en la cocina,
bebiéndose su zumo mientras ve dibujos en la tele. No me despido del niño,
cuanto antes les deje a solas mejor.
Al llegar a mi casa, no puedo evitar pensar en Malú. Estará
pasando un momento terrible sin duda. Es curioso, la conozco de un día pero me
preocupa cómo esté. Leo un whatsapp de mi padre, dándome la mala noticia.
Pobre, le admiraba mucho. Otro whatsapp me llega, esta vez de Pablo. La misma
noticia. Lo que no saben es que me he enterado de la noticia con Alejandro al
lado. La tristeza se hace patente al encender la televisión, efectivamente, es
un hecho, ya todo el mundo lo sabe. Cojo mi móvil dudando en si hacerlo o no,
pero creo que es un buen detalle.
“Malú, me he enterado de lo que ha pasado, lo siento mucho”
Escueto pero directo. A mí también me gustaría que hicieran lo mismo conmigo. No voy a llamarla, me parece excesivo. Solo quiero que sepa que, aunque solo hayamos compartido unas horas juntos, el cariño que siento hacia ella está presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario