-Venga Álex, arráncate
-Si, venga, que de aquí sale algo bueno…
-Eh pero no me grabes! – exclamo –
-Va, toca algo
Mis copas de más me hacen abstraerme lo suficiente como para
perder la poca vergüenza que tengo y comienzo a tocar algo y, finalmente, me
arranco a cantar. Voy escuchando como las exclamaciones de sorpresa se van
sucediendo, pero ya me he desatado. Es como si hubiera estado conteniendo el
mar con una presa insuficiente y, tras muchos esfuerzos, haya dejado que el
agua inunde todo, sin importarme las consecuencias. El sumum llega cuando
decido tocar los acordes de “Corazón Partío”, una canción tan escuchada y tan
socorrida para estas ocasiones que hace que la gente se ponga de pie, con sus
gorros de papá Noel. Hasta consigo ver a mi jefe arrancándose con algún paso
flamenco al bailarla.
Me estoy dando cuenta de todo, pero me da igual. Estoy tan
cómodo en este momento que me resulta hasta raro. Nunca he tocado en público,
siempre me ha dado mucha vergüenza. De hecho, la guitarra ha aparecido porque
uno de los enfermeros la llevaba en el coche y nos hemos venido arriba. Nada
intencionado ni mucho menos. Pero el alcohol es lo que tiene, que desinhibe, y
yo necesito mucho de eso cuando de música se trata, no sé muy bien por qué. Supongo
que siempre he pensado que no soy lo suficientemente aceptable como para que
alguien me escuche y le guste. Muchas veces mi madre me ha dicho que le
encantaba mi manera de tocar la guitarra y el piano, pero claro, es mi madre. Quién
mejor para no ser objetiva. Y lo mismo con mi hermana, o con mi padre. Nadie
objetivo me ha escuchado hasta ahora. Hasta ahora, que aquí estoy, de pie,
guitarra en mano, bailando con Laura, una de las enfermeras, mientras toco y
canto Corazón Partío.
Doy por finalizado el recital cuando, al terminar de tocar
el tema, veo todas las miradas clavadas en mí, con un aplauso que hasta algún
camarero sigue. De repente me vuelvo pequeño, muy pequeño, y le entrego la
guitarra a Juanma, su dueño, que la coge y la deja en el suelo, haciendo gestos
de no tener intención de tocarla después de mi actuación.
Y tras varias copas más y que mi video tocando la guitarra
circule por todos los grupos de whatsapp que compartimos la gente del hospital,
la fiesta de navidad, la tradicional fiesta de navidad en la que siempre
alguien pierde la cabeza, llega a su fin. Al llegar a casa veo mi guitarra
encima del armario, cogiendo polvo, y sonrío. Mañana creo que voy a volver a
cogerla, lleva demasiado tiempo callada.
Me levanto con mucha resaca, demasiada. En el bar de ayer
nos dieron garrafón, y no me extraña, era para habernos envenenado. La montamos
demasiado grande, impropio de gente que trabaja en un hospital y tiene una
reputación que guardar. Tonterías, pienso sonriendo de lado. Mientras desayuno
con la mirada de Dandy, mi perro, clavada en mis tostadas, doy un repaso a las
redes sociales. Siempre lo hago, las uso para enterarme de lo que pasa en el
mundo, no me gusta ver las noticias, siempre son malas o peores. Mi sorpresa es
extrema cuando, al entrar a Facebook, veo el icono de notificaciones a
reventar. Pienso automáticamente que algo ha pasado, hasta dudo de si es mi
cumpleaños o no, pero todo se disipa cuando veo la razón. Marina, una de las
enfermeras con las que mejor me llevo, ha colgado el vídeo que me grabó ayer y
me nombra. Mi sorpresa es mayúscula cuando veo que ya va por los 100 me gusta.
Pero cuánta gente ha debido ver esto? Vuelvo a hacerme pequeño, muy pequeño, y,
de repente, ya no tengo hambre. Leo comentarios de gente del hospital, de mis
amigos, hasta de mi tía, que tanto se prodiga últimamente en las redes
sociales.
-Yo es que la mato… - farfullo soltando la tostada en el
plato – es que la mato…
Y no solo lo ha colgado en Facebook, sino que lo ha hecho en
Twitter, nombrando a Alejandro sanz. Mis ganas de matarla se transforman en
ganas de torturarla hasta que me canse. A mis 30 años esto no es necesario. No
es necesario pasar por esto cuando me escabullí de pasar este sofoco en la
juventud.
Desde los 7 años, cuando mi padre lo comenzó todo
regalándome una guitarra, solo he tocado para mí y para pocos elegidos. Nunca
delante de más de 3 o 4 personas. Sólo me han escuchado tocar el piano mis
padres, mi hermana y mi abuela. Cómo le gustaba escucharme. Recuerdo que
siempre me decía que iba a invitar a sus amigas a tomar el café para que me
escucharan, pero siempre conseguía convencerla de que no era buena idea. Mi
pasión siempre ha sido la música, pero nunca ha sido una pasión para
enseñársela a los demás, siempre ha sido para mí. Siempre ha sido mi modo de
desahogo, mi manera de evadirme, de irme a lugares que creo yo y que son solo
para mí. Incluso en muchas ocasiones, cuando he vuelto de una guardia que me ha
tocado psicológicamente, mi manera de superarla no ha sido contándole a los
demás la mierda que he vivido, sino escribiendo y tocando. Siempre ha sido así.
Por eso ahora, al ver algo que considero tan mío, al alcance de los demás, al
alcance de sus opiniones, de la difusión que quieran darle, siento que han
rebasado mi intimidad. Pienso en llamar a Marina y ponerme muy serio, pero ese
nunca ha sido mi estilo. Seguramente su intención ha sido buena. Así que hago
de tripas corazón y me trago todo lo mal que me ha sentado todo esto. Es algo
que suelo hacer, no porque me falte valor para enfrentarme a nadie, sino
porque, las pocas veces que lo he hecho, he sido yo el que se ha sentido como
una mierda después. No me gusta la sensación de culpabilidad que se me queda al
echarle una bronca a alguien, así que procuro pensar 3 o 4 veces o las que
hagan falta antes de regañar a quien sea. Quizá por eso todo el mundo siempre
me dice que de bueno soy tonto. Quizá es que me gusta ser tonto, me he adaptado
a eso y me gusta ser así. Prefiero sentirme así a sentirme como un tirano, que
de esos he conocido muchos, y no he visto en ellos el reflejo que me gustaría
ver en mí.
Aguanto estoicamente durante todo el día los whatsapps en el
grupo del hospital y en las redes sociales. Y reconozco que, aunque me haya
molestado en un principio, empiezo a tener una sensación placentera leyendo los
mensajes que me mandan. Es extraño, siempre me ha dado miedo… o quizá miedo no
es la palabra… creo que nunca he sentido la necesidad de expresarme ante nadie…
Y viendo el vídeo que ha subido Marina sin mi permiso, tengo una expresión en
la cara que pocas veces la he tenido. Parece que estoy feliz, aunque no sea
consciente. Reconozco mi manera de ser en ese vídeo, no estoy fingiendo, no
estoy incómodo. A lo mejor no era tan mala idea tocar delante de la gente y
todos estos años he estado equivocado. Seguramente sí, si algo he aprendido
durante mi proceso de adolescente a adulto es que las cosas que das por hechas,
casi siempre son erróneas.
De repente, siento unas ganas locas de coger el piano, que
últimamente toco menos por la falta de tiempo y que tanto echo de menos a la
hora de desahogarme. Me siento frente a él y comienzo a tocar sin orden ni
concierto. Me parece una forma adecuada de prepararme mentalmente para la
nochebuena, una noche que dejó de gustarme hace algunos años, cuando me di
cuenta que el verdadero sentido de la navidad se lo daba la gente que ahora ya
no está, pero una noche en la que no puedo evitar sentir una pizca de ilusión.
Es algo así como lo que me pasa con la música. Me da vergüenza que me escuchen
pero ahora he comprobado que no está tan mal. Hoy ceno con mis padres y mi
hermana, como desde hace ya algunos años, aunque este año es algo más especial
porque hemos conseguido reunirnos casi todos los demás, primos, tíos… pero
faltan mis abuelos, como siempre desde hace ya años.
-Oye primo! Que se me había olvidado decirte que menuda
actuación eh?
Chupo una cabeza de gamba mientras pongo los ojos en blanco
al escucharle.
-Qué actuación? – pregunta mi madre –
-Mamá, es que no te lo he enseñado? – pregunta mi hermana
sacando el móvil –
-Guarda eso Lucía… - digo sin mucho convencimiento –
Los ojos de mi madre se achinan y se aleja el móvil para
verlo mejor. Me mira alternativamente con gesto de sorpresa y sonríe triunfante.
Automáticamente, todos mis primos sacan sus móviles para volver a ver el vídeo.
-Pero y por qué no has tocado nunca delante de nosotros? Que
somos familia! – exclama uno de mis primos –
-Joder… - susurro un tanto cansado del tema –
-Siempre le ha dado vergüenza – dice mi madre – habías
bebido para hacer esto no?
-Mamá! – exclamo ante las risas de mi hermana –
-Es que sino, no se entiende… - vuelve a mirar el móvil –
las veces que la yaya te lo decía…
-Ya… - sonrío melancólico al recordar a mi abuela – pero que
eso no tiene importancia – digo desviando el tema – una cena entre amigos,
aparece una guitarra… y la cogí y ya está… - le resto importancia –
-Los milagros de la navidad… - sentencia mi padre – si lo
llego a saber, no te regalo la guitarra aquellas navidades… - alzo una de mis
cejas – si yo lo que quería era que me hicieras rico! – dice irónico –
-Jajajajaja – ríe mi hermana – pero mira mira, que se
levanta a bailar y todo…
-Bueno ya eh? – digo un tanto incómodo –
-Pues podías tocar algo ahora… - propone mi hermana –
-La zambomba – contesto irónico –
Mi padre se levanta automáticamente, dejando la servilleta
al lado del plato. Sé dónde va. Y no me equivoco. Aparece en el salón con mi
primera guitarra, llena de polvo, y me mira ladeando la cabeza, como pidiéndome
que la coja.
-Menuda encerrona navideña… - mascullo entre dientes – de
verdad tengo que hacer esto?
-Brother – dice mi hermana con tono chulesco – la familia es
la familia… - dice poniendo voz de “el padrino” –
-Espera, esto hay que grabarlo – dice uno de mis primos
sacando el móvil –
-Ah no, otra vez no…
-Venga va, si no te cuesta nada… - dice mi hermana
enfocándome con el móvil – un regalo navideño para tus fans…
-Por favor… - pongo los ojos en blanco sonriendo sin querer
–
-Venga, vamos a hacerlo bien… - mi hermana coloca una silla
pegada a la mesa, de espaldas, y me hace sentarme – y nosotros detrás… - mis
primos se levantan, quedándose uno de ellos grabando –
Me armo de valor, no sé cómo, y, de repente, comienza a
hacerme mucha gracia todo esto. Siempre he tenido un sentido del humor muy
desarrollado, me he reído de mi mismo hasta en las peores situaciones, así que,
hoy, en Nochebuena, esa noche que no me gusta por los recuerdos que me trae,
voy a construir un recuerdo bonito con mi familia.
-Estás grabando? – mi primo asiente – bueno queridos amigos
– digo hablando a cámara – visto el éxito de mi actuación en la cena de navidad
hospitalaria, he decidido continuar con mis conciertos y os ofrezco uno
especial de navidad, con un coro muy especial… - le hago un gesto a mi primo
para que grabe a mi familia, que gritan saludando – Feliz Navidad y feliz 2013!!... - cojo la guitarra fuerte - venga, acabemos con esto… -
digo riéndome –
Comienzo a tocar los primeros acordes de “Noche de Paz” y se
hace el silencio, intuyo a parte de mis tíos mirándome y, a mi espalda, estoy
seguro que está mi madre toda emocionada escuchándome. Comienzo a cantar la
canción tan característica de Navidad y que tan triste me pone a veces por la
nostalgia que me provoca. De nuevo tengo esa sensación de sentirme bien sin
esperarlo, de sentirme totalmente cómodo con mi guitarra y varias personas
mirando. Voy entonando las notas despacio, no tengo prisa, es como si no
quisiera terminar.
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