lunes, 7 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 1: CÓMO COMENZÓ TODO

-Venga Álex, arráncate

-Si, venga, que de aquí sale algo bueno…

-Eh pero no me grabes! – exclamo –

-Va, toca algo

Mis copas de más me hacen abstraerme lo suficiente como para perder la poca vergüenza que tengo y comienzo a tocar algo y, finalmente, me arranco a cantar. Voy escuchando como las exclamaciones de sorpresa se van sucediendo, pero ya me he desatado. Es como si hubiera estado conteniendo el mar con una presa insuficiente y, tras muchos esfuerzos, haya dejado que el agua inunde todo, sin importarme las consecuencias. El sumum llega cuando decido tocar los acordes de “Corazón Partío”, una canción tan escuchada y tan socorrida para estas ocasiones que hace que la gente se ponga de pie, con sus gorros de papá Noel. Hasta consigo ver a mi jefe arrancándose con algún paso flamenco al bailarla.

Me estoy dando cuenta de todo, pero me da igual. Estoy tan cómodo en este momento que me resulta hasta raro. Nunca he tocado en público, siempre me ha dado mucha vergüenza. De hecho, la guitarra ha aparecido porque uno de los enfermeros la llevaba en el coche y nos hemos venido arriba. Nada intencionado ni mucho menos. Pero el alcohol es lo que tiene, que desinhibe, y yo necesito mucho de eso cuando de música se trata, no sé muy bien por qué. Supongo que siempre he pensado que no soy lo suficientemente aceptable como para que alguien me escuche y le guste. Muchas veces mi madre me ha dicho que le encantaba mi manera de tocar la guitarra y el piano, pero claro, es mi madre. Quién mejor para no ser objetiva. Y lo mismo con mi hermana, o con mi padre. Nadie objetivo me ha escuchado hasta ahora. Hasta ahora, que aquí estoy, de pie, guitarra en mano, bailando con Laura, una de las enfermeras, mientras toco y canto Corazón Partío.

Doy por finalizado el recital cuando, al terminar de tocar el tema, veo todas las miradas clavadas en mí, con un aplauso que hasta algún camarero sigue. De repente me vuelvo pequeño, muy pequeño, y le entrego la guitarra a Juanma, su dueño, que la coge y la deja en el suelo, haciendo gestos de no tener intención de tocarla después de mi actuación.

Y tras varias copas más y que mi video tocando la guitarra circule por todos los grupos de whatsapp que compartimos la gente del hospital, la fiesta de navidad, la tradicional fiesta de navidad en la que siempre alguien pierde la cabeza, llega a su fin. Al llegar a casa veo mi guitarra encima del armario, cogiendo polvo, y sonrío. Mañana creo que voy a volver a cogerla, lleva demasiado tiempo callada.


Me levanto con mucha resaca, demasiada. En el bar de ayer nos dieron garrafón, y no me extraña, era para habernos envenenado. La montamos demasiado grande, impropio de gente que trabaja en un hospital y tiene una reputación que guardar. Tonterías, pienso sonriendo de lado. Mientras desayuno con la mirada de Dandy, mi perro, clavada en mis tostadas, doy un repaso a las redes sociales. Siempre lo hago, las uso para enterarme de lo que pasa en el mundo, no me gusta ver las noticias, siempre son malas o peores. Mi sorpresa es extrema cuando, al entrar a Facebook, veo el icono de notificaciones a reventar. Pienso automáticamente que algo ha pasado, hasta dudo de si es mi cumpleaños o no, pero todo se disipa cuando veo la razón. Marina, una de las enfermeras con las que mejor me llevo, ha colgado el vídeo que me grabó ayer y me nombra. Mi sorpresa es mayúscula cuando veo que ya va por los 100 me gusta. Pero cuánta gente ha debido ver esto? Vuelvo a hacerme pequeño, muy pequeño, y, de repente, ya no tengo hambre. Leo comentarios de gente del hospital, de mis amigos, hasta de mi tía, que tanto se prodiga últimamente en las redes sociales.

-Yo es que la mato… - farfullo soltando la tostada en el plato – es que la mato…

Y no solo lo ha colgado en Facebook, sino que lo ha hecho en Twitter, nombrando a Alejandro sanz. Mis ganas de matarla se transforman en ganas de torturarla hasta que me canse. A mis 30 años esto no es necesario. No es necesario pasar por esto cuando me escabullí de pasar este sofoco en la juventud.

Desde los 7 años, cuando mi padre lo comenzó todo regalándome una guitarra, solo he tocado para mí y para pocos elegidos. Nunca delante de más de 3 o 4 personas. Sólo me han escuchado tocar el piano mis padres, mi hermana y mi abuela. Cómo le gustaba escucharme. Recuerdo que siempre me decía que iba a invitar a sus amigas a tomar el café para que me escucharan, pero siempre conseguía convencerla de que no era buena idea. Mi pasión siempre ha sido la música, pero nunca ha sido una pasión para enseñársela a los demás, siempre ha sido para mí. Siempre ha sido mi modo de desahogo, mi manera de evadirme, de irme a lugares que creo yo y que son solo para mí. Incluso en muchas ocasiones, cuando he vuelto de una guardia que me ha tocado psicológicamente, mi manera de superarla no ha sido contándole a los demás la mierda que he vivido, sino escribiendo y tocando. Siempre ha sido así. Por eso ahora, al ver algo que considero tan mío, al alcance de los demás, al alcance de sus opiniones, de la difusión que quieran darle, siento que han rebasado mi intimidad. Pienso en llamar a Marina y ponerme muy serio, pero ese nunca ha sido mi estilo. Seguramente su intención ha sido buena. Así que hago de tripas corazón y me trago todo lo mal que me ha sentado todo esto. Es algo que suelo hacer, no porque me falte valor para enfrentarme a nadie, sino porque, las pocas veces que lo he hecho, he sido yo el que se ha sentido como una mierda después. No me gusta la sensación de culpabilidad que se me queda al echarle una bronca a alguien, así que procuro pensar 3 o 4 veces o las que hagan falta antes de regañar a quien sea. Quizá por eso todo el mundo siempre me dice que de bueno soy tonto. Quizá es que me gusta ser tonto, me he adaptado a eso y me gusta ser así. Prefiero sentirme así a sentirme como un tirano, que de esos he conocido muchos, y no he visto en ellos el reflejo que me gustaría ver en mí.

Aguanto estoicamente durante todo el día los whatsapps en el grupo del hospital y en las redes sociales. Y reconozco que, aunque me haya molestado en un principio, empiezo a tener una sensación placentera leyendo los mensajes que me mandan. Es extraño, siempre me ha dado miedo… o quizá miedo no es la palabra… creo que nunca he sentido la necesidad de expresarme ante nadie… Y viendo el vídeo que ha subido Marina sin mi permiso, tengo una expresión en la cara que pocas veces la he tenido. Parece que estoy feliz, aunque no sea consciente. Reconozco mi manera de ser en ese vídeo, no estoy fingiendo, no estoy incómodo. A lo mejor no era tan mala idea tocar delante de la gente y todos estos años he estado equivocado. Seguramente sí, si algo he aprendido durante mi proceso de adolescente a adulto es que las cosas que das por hechas, casi siempre son erróneas.

De repente, siento unas ganas locas de coger el piano, que últimamente toco menos por la falta de tiempo y que tanto echo de menos a la hora de desahogarme. Me siento frente a él y comienzo a tocar sin orden ni concierto. Me parece una forma adecuada de prepararme mentalmente para la nochebuena, una noche que dejó de gustarme hace algunos años, cuando me di cuenta que el verdadero sentido de la navidad se lo daba la gente que ahora ya no está, pero una noche en la que no puedo evitar sentir una pizca de ilusión. Es algo así como lo que me pasa con la música. Me da vergüenza que me escuchen pero ahora he comprobado que no está tan mal. Hoy ceno con mis padres y mi hermana, como desde hace ya algunos años, aunque este año es algo más especial porque hemos conseguido reunirnos casi todos los demás, primos, tíos… pero faltan mis abuelos, como siempre desde hace ya años.

-Oye primo! Que se me había olvidado decirte que menuda actuación eh?

Chupo una cabeza de gamba mientras pongo los ojos en blanco al escucharle.

-Qué actuación? – pregunta mi madre –

-Mamá, es que no te lo he enseñado? – pregunta mi hermana sacando el móvil –

-Guarda eso Lucía… - digo sin mucho convencimiento –

Los ojos de mi madre se achinan y se aleja el móvil para verlo mejor. Me mira alternativamente con gesto de sorpresa y sonríe triunfante. Automáticamente, todos mis primos sacan sus móviles para volver a ver el vídeo.

-Pero y por qué no has tocado nunca delante de nosotros? Que somos familia! – exclama uno de mis primos –

-Joder… - susurro un tanto cansado del tema –

-Siempre le ha dado vergüenza – dice mi madre – habías bebido para hacer esto no?

-Mamá! – exclamo ante las risas de mi hermana –

-Es que sino, no se entiende… - vuelve a mirar el móvil – las veces que la yaya te lo decía…

-Ya… - sonrío melancólico al recordar a mi abuela – pero que eso no tiene importancia – digo desviando el tema – una cena entre amigos, aparece una guitarra… y la cogí y ya está… - le resto importancia –

-Los milagros de la navidad… - sentencia mi padre – si lo llego a saber, no te regalo la guitarra aquellas navidades… - alzo una de mis cejas – si yo lo que quería era que me hicieras rico! – dice irónico –

-Jajajajaja – ríe mi hermana – pero mira mira, que se levanta a bailar y todo…

-Bueno ya eh? – digo un tanto incómodo –

-Pues podías tocar algo ahora… - propone mi hermana –

-La zambomba – contesto irónico –

Mi padre se levanta automáticamente, dejando la servilleta al lado del plato. Sé dónde va. Y no me equivoco. Aparece en el salón con mi primera guitarra, llena de polvo, y me mira ladeando la cabeza, como pidiéndome que la coja.

-Menuda encerrona navideña… - mascullo entre dientes – de verdad tengo que hacer esto?

-Brother – dice mi hermana con tono chulesco – la familia es la familia… - dice poniendo voz de “el padrino” –

-Espera, esto hay que grabarlo – dice uno de mis primos sacando el móvil –

-Ah no, otra vez no…

-Venga va, si no te cuesta nada… - dice mi hermana enfocándome con el móvil – un regalo navideño para tus fans…

-Por favor… - pongo los ojos en blanco sonriendo sin querer –

-Venga, vamos a hacerlo bien… - mi hermana coloca una silla pegada a la mesa, de espaldas, y me hace sentarme – y nosotros detrás… - mis primos se levantan, quedándose uno de ellos grabando –
Me armo de valor, no sé cómo, y, de repente, comienza a hacerme mucha gracia todo esto. Siempre he tenido un sentido del humor muy desarrollado, me he reído de mi mismo hasta en las peores situaciones, así que, hoy, en Nochebuena, esa noche que no me gusta por los recuerdos que me trae, voy a construir un recuerdo bonito con mi familia.

-Estás grabando? – mi primo asiente – bueno queridos amigos – digo hablando a cámara – visto el éxito de mi actuación en la cena de navidad hospitalaria, he decidido continuar con mis conciertos y os ofrezco uno especial de navidad, con un coro muy especial… - le hago un gesto a mi primo para que grabe a mi familia, que gritan saludando – Feliz Navidad y feliz 2013!!... - cojo la guitarra fuerte - venga, acabemos con esto… - digo riéndome –

Comienzo a tocar los primeros acordes de “Noche de Paz” y se hace el silencio, intuyo a parte de mis tíos mirándome y, a mi espalda, estoy seguro que está mi madre toda emocionada escuchándome. Comienzo a cantar la canción tan característica de Navidad y que tan triste me pone a veces por la nostalgia que me provoca. De nuevo tengo esa sensación de sentirme bien sin esperarlo, de sentirme totalmente cómodo con mi guitarra y varias personas mirando. Voy entonando las notas despacio, no tengo prisa, es como si no quisiera terminar.

Cuando termino de tocar, miro a mi primo que me graba intentando no mirar a los demás y sonrío. Baja el móvil y, cuando me doy la vuelta, me veo a mi madre envuelta en lágrimas, abrazándose a mi padre, y mi hermana haciendo pucheritos con mis primas. Creo que no alcanzo a saber lo conmovedor que ha sido el momento, no era mi intención, quería que nos riésemos un rato pero he conseguido hacer llorar a mi madre en nochebuena. Me siento tan mal por un instante… hasta que se vuelve hacia mí y comienza a reírse. Llora de emoción, no de pena, así que eso me gusta un poquito más.

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