Han pasado dos semanas de mi encuentro con Malú y no me la
he vuelto a cruzar. Hace unos días me pareció verla paseando a los perros en el
parque, y yo opté por llevarme a Dandy por otro camino, no quería incomodarla.
Cuando nos vimos en el hospital, con Yaiza, noté que no le hacía ninguna gracia
mi presencia. No soy de los que se quedan en un sitio sabiendo que no soy
bienvenido.
Hoy acaba el año más feliz de toda mi vida, sé que no me
equivoco al decirlo. El 2013 quedará en mi memoria como el año en el que me
atreví a hacer cosas que nunca pensé que podría hacer. Me siento realizado,
siento que por fin puedo expresarme tal y como soy, sin sentir vergüenza. La
nochevieja es, quizá, la noche de Navidad que más me gusta. Es como el
purgatorio, dejas atrás todo lo malo para dar paso a todo lo bueno. Está llena
de propósitos que, aunque todos sabemos que son mentira, nos hacen
ilusionarnos. Mi propósito para este año es simplemente dejarme llevar, he
descubierto lo bien que sienta poder hacerlo.
Tras la cena, cojo mi guitarra y comienzo a cantar. Ya no
canto apenas canciones de otros, toco las mías, todavía me sorprendo de tener
el valor de hacerlo. La nochevieja siempre la paso con mis amigos, cada vez
somos más porque van teniendo hijos, y este año no va a ser una excepción. Nos
hacemos muchas fotos, incluso alguna acaba subida a mi twitter, con las
correspondientes menciones de toda la gente que me sigue.
Las uvas es ese momento en el que sabes que no debes reírte,
pero no puedes evitarlo. Y sabes que no debes mirar a tus amigos, ni a los
niños, pero les miras, y te ríes, y sientes que te ahogas, y terminas tirando
las uvas desde tu boca hasta el suelo. Pero es un momento que me encanta.
Empezar un año con la gente que quieres, es algo que no tiene precio. Sigo el
ritual que he seguido siempre, incluso en aquella nochevieja que me tocó estar
de guardia. Cojo el móvil y llamo a mis padres, deseándoles feliz año y rezando
al destino que el año que viene me permita seguir llamándoles. Acto seguido,
llamo a mi hermana, que desde hace ya muchos años me coge el teléfono entre
gritos y risas. Ella es el claro ejemplo de disfrutar de la vida a tope. Aunque
es más pequeña que yo, me ha enseñado tantas cosas que tardaría varios años en
enumerarlas.
Tras las llamadas de rigor, abro whatsapp, que me echa humo,
mientras escucho a mis amigos comenzar a cantar canciones mías, desafinando
como perros. Entre risas, y buscando contactos para desearles feliz año,
aparece su nombre. “Malú”. Me parece un buen momento para destensar eso que parece
haberse construido entre los dos. Aunque no nos hemos vuelto a ver, si me
gustaría poder volver a hacerlo. Hasta los primeros besos, me parecía una
persona con la que podría entablar una amistad, eso se nota, se ve cuando
conectas con alguien. Ni corto ni perezoso, me dispongo a enviarle un whatsapp.
“Feliz año matrona” Y un par de caritas guiñándole un ojo.
No creo que me conteste, pero yo por lo menos he dado el paso.
-Malú, deja el móvil hija, menuda obsesión…
-Mamá, que si no contesto ahora, se me olvida… - digo riendo
–
Frunzo el ceño cuando veo su nombre aparecer de los primeros
en la lista. Abro el mensaje y lo leo. No puedo evitar sonreír. Lo confirmo, es
buena gente. Acaba de comenzar un nuevo año y ya siento otra cosa con respecto
a él. No he sentido rabia al leer el mensaje, ni vergüenza. Es más, me he
sentido muy bien. Eso es que no me guarda rencor por ser tan borde. Debo
contestarle, antes de que se me olvide.
“Feliz año doctor” y un par de caritas sonrientes. Las
caritas sonrientes siempre son efectivas. Me siento bien habiendo hecho eso, no
tengo necesidad de ser descortés con él, no me ha hecho nada malo, sino todo lo
contrario. Noto algo de calor al recordar aquella noche, lo que me hace darme
cuenta que he bebido suficiente por hoy.
Leo con una sonrisa bien amplia su contestación. Se podría
decir que con esto damos por zanjado el tema, al menos esa es la impresión que
tengo. Me alegra comenzar el año con buenas noticias y, sin duda, ésta lo es.
-El artista pegado al móvil… - exclama Fran – venga tío!
Haznos caso y deja a tus amigos de la élite!
-Jajajajaja! – estallo en una carcajada – venga, dame esa
botella de sidra que nos vamos bañar!
-Ni de coña! – exclama Marta, su mujer – que he ido a la
peluquería para que esto me aguante!
Sonrío al verles cantar y reír. A pesar de que mi vida ha
cambiado, ellos no lo han hecho. Y yo tampoco. Sigo queriendo disfrutar de las
pequeñas cosas, entre ellas, ver a mis amigos bailar canciones de hace mil
años, una tradición en nochevieja. Así quiero que siga siendo. Quiero que el
año que viene estemos aquí, como hoy, celebrando otro año más de amistad y de
risas. Ese va a ser otro de mis propósitos este año. Que nada cambie con ellos.


No hay comentarios:
Publicar un comentario