Ya hace semanas de aquel maravilloso viaje a Tenerife. Allí
descubrí no solo que Álex ha vuelto a ser él, sino que, con él, me siento
mejor. Todavía se me ponen los pelos de punta cuando veo el anillo de su abuela
en mi mano. O cuando recuerdo la letra de esa canción. O ese jacuzzi. Con la
vida que llevamos, los regalos suelen ser eminentemente materiales, pero los suyos
no, los suyos están cargados de significado. Con 34 años siento que por fin he
encontrado a la persona con la que me siento estable, segura de lo que hago.
Por eso no me importa verme en las revistas a su lado en la alfombra de esa
fiesta. Poco me importa que me lluevan mensajes sobre nuestra relación. Al
contrario, hasta me alegra, la mayoría de los mensajes que recibo son
positivos. La opinión de la gente, en general, es que hacemos una bonita
pareja.
Nunca me había expuesto tanto y eso, en algunos momentos, me
asusta. Me asusta salir a la calle y encontrarme con paparazzis en la puerta
esperando una instantánea nuestra. Me asusta pasear a Danka y tener que pararme
a contestar preguntas. A pesar de estar segura de nuestra relación, tengo la
sensación que, en algún momento, voy a perder el control sobre esto. Si no lo
he perdido y estoy serena es porque le veo sereno a él también. Le da poca
importancia, incluso se la resta a los comentarios que estamos leyendo estos
días. He llegado a leer que es una tapadera para esconder mi inclinación
sexual. Me encantaría poder contestar a esas cosas, pero es entrar en el juego.
Mi estilo siempre ha sido el silencio ante lo que se inventa la gente, y así va
a seguir siendo.
Con la sensación de haber vuelto a la normalidad y de, por
fin, estar disfrutando de mi relación con él, comienzo a ultimar los detalles
de la nueva gira. Álex, por su parte, comienza a ilusionarse de nuevo, me
cuenta cosas que tiene en mente. Me ilusiona verle así, deseoso de volver a
cantar encima de un escenario. Parece que poco queda de esos fantasmas que me
confesó en la playa. Tiene ganas de volver a empezar, y lo va a hacer a lo
grande, en el palacio de los deportes, donde tiene pendiente un sold out que ya
consiguió antes de que todo esto pasara, pero que no pudo llevarse a cabo
porque Álex no se encontró con fuerzas en diciembre. Ahora es distinto, ahora
parece que podría hacer 7 palacios en una semana. Está eufórico, con su
habitual buen carácter, y las sesiones con Clara se han espaciado en el tiempo.
Yo… yo tengo una sensación extraña. Es como tener la certeza
que algo me pasa, pero no poder encontrar el qué. Estoy feliz, pero contenida.
No estoy eufórica, y suelo estarlo cuando organizo una gira. Estoy como con la
sensación de que algo ronda mi cabeza y no me va a dejar pensar de un momento a
otro.
Álex ha salido a pasear a Dandy y Danka, hoy no me apetece
salir. Álex se ha sorprendido bastante, pero creo que he conseguido que no se
preocupe, solo es que hoy me apetecía quedarme en casa. Mi estado de ánimo es
extraño y eso me preocupa, pero la realidad es que no me apetecía salir a la
calle, sino quedarme en casa, sin pensar en nada. De repente, no encuentro qué
hacer y siento como una sensación de ansiedad intensa, pero poco duradera. Es
raro, muy raro. Me siento en el sofá y me calmo sin mucho esfuerzo, decido
encender la tele un rato mientras miro el móvil al mismo tiempo. Es como si
necesitara mantener mi mente ocupada, aunque no sé muy bien por qué. Sola en
casa, pienso en lo pendiente que he estado de Álex este tiempo y en lo poco que
he pensado en mí. Tampoco me importaba como yo estuviera, porque lo importante
para mí es que Álex superase ese trance, tenía mucho más derecho que yo a estar
mal anímicamente.
Mientras reflexiono sobre eso, aparecen en la televisión
imágenes de ese día. Mi mente me da la orden de cambiar de canal, pero mi
cuerpo no me responde, solo me ordena que mire fijamente a la pantalla. Escucho
la noticia de que uno de los heridos de aquella masacre que permanecía en coma,
ha muerto en el hospital. Se me hiela la sangre. Pero se me congela al ver unas
imágenes que, hasta ahora, no había visto. Una cámara graba los momentos
previos a la explosión de la bomba de la puerta de la estación y me reconozco
con esa niña en brazos. Distingo como Álex viene corriendo hasta mí, cuando
todo el mundo está corriendo en dirección contraria. Nos escondemos detrás de
aquella ambulancia y, de repente, la cámara se tambalea y se intuye que, el que
la porta, corre en dirección contraria, tras escucharse un gran estruendo.
Es como si estuviera allí. Me sudan las manos, me falta el aire, y pierdo la noción del tiempo y del espacio. Mis piernas comienzan a correr escaleras arriba, me choco mareada contra el armario de mi habitación y caigo al suelo, sentándome en un rincón. Me descubro gritando. Es como si hubiera perdido la consciencia y no supiera cómo he llegado hasta ahí. No puedo moverme, solo puedo gritar y gritar. Mi mente se esfuerza en decirme que no está pasando otra vez, pero apenas la escucho. Solo escucho gritos a mi alrededor, voces de fondo. Miro a todas partes buscando quien me habla pero no hay nadie. Tengo la sensación de muerte inminente que sentí ese día. Y no puedo detenerla.
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