lunes, 5 de junio de 2017

CAPÍTULO 123: AQUELLA MELODÍA

Amanece muy temprano para mí. Son las 7 de la mañana y Malú duerme parece que en un sueño tranquilo. Me levanto de la cama y me quedo mirándola un segundo desde la puerta. Siento tanta pena por verla como la vi ayer. Subo las escaleras hacia la buhardilla, hace mucho que no subo aquí. Al entrar, no puedo evitar sonreir al ver ese piano y ese sofá, que fueron testigos mudos de aquellos primeros momentos.

Sin saber bien cómo, me siento en el piano. Comienzo a tocar melodías hasta que recuerdo una, de una canción de mi primer disco, que parece hecha a medida para mí ahora mismo. La escribí hace muchos años, cuando no estaba pasando un buen momento anímico, y la metí en el disco para que no se me olvidara lo que significa tener ganas de vivir. Y parece que he vuelto a hacerlo, se me ha vuelto a olvidar.

Con aquellas notas, del principio, de aquellos años en los que creía saber lo que era tener problemas, siento desahogo. Comienzo a cantar, primero bajito, y luego subiendo el volumen de mi voz. Cuando estoy a mitad de la canción, descubro a Danka sentada en la puerta, como si estuviera asistiendo a un concierto mío, y sonrío. Sonrío más al ver que Dandy se sienta a su lado, mirándome. Continúo cantando, abstrayéndome de todo, como si estuviera en otro momento, en otro lugar. Como si nada de esto hubiera pasado.

Siento que me inunda una inmensa sensación de paz, y, a la vez, de emoción. Durante todas estas semanas mi garganta no ha servido para otra cosa que para lamentarme, quejarme, pero no para cantar, aquello que usaba desde pequeño para desahogarme. No lo había usado hasta ahora, y me sigue sirviendo. Sonrío mientras canto, sabiendo que los rayos de luz que entran por la ventana no son los únicos que siento ahora mismo. La música siempre ha sido esa luz al final del túnel para mí. Por primera vez en muchas semanas, me siento tranquilo, como en paz, como si hubiera encontrado la manera de hacer que mi cabeza deje de dar vueltas sin sentido.

Termino la canción y resoplo dejando caer mi cabeza suavemente sobre el piano. Tengo unas ganas inmensas de llorar. Ni siquiera recuerdo cuánto tiempo hacía que no cantaba. De pronto, noto una mano en mi espalda y me giro un tanto asustado. Malú me observa, con la cabeza ladeada, quizá conmovida por verme así. No digo nada, solo me abrazo a sus caderas, como un niño se abraza a su madre porque no llega más arriba. No puedo casi levantarme del asiento, las lágrimas han comenzado a salir de mis ojos, necesitadas de encontrar un poco de aire.

-Esa canción me gustó desde el primer momento que la escuché… - dice en voz baja – pero en directo suena mucho mejor…

Sonrío intentando parar de llorar, pero no puedo. Se sienta a mi lado, en el taburete del piano, y me abraza con firmeza. Me aferro a ella sintiendo que estoy en casa, que nada puede pasarme, que esas malas sensaciones desaparecen aunque sea solo por un momento.

-Joder… - me aparto un poco, avergonzado – hacía mucho que no tocaba…

-Has vuelto… - dice acariciándome el pelo – no te vayas otra vez…

La miro intentando aguantarme la emoción que me provoca que me haya dicho esa frase. Poco me dura el aguante, porque, al mirarla, vuelvo a romper a llorar, y vuelve a recibirme entre sus brazos, acunándome levemente, como si tuviera en sus manos un bebé desconsolado.

-Oye… - habla en voz baja – por qué no sigues? – río levemente apartándome de ella – hay algunas canciones que no sé lo que significan… - me acaricia el rostro – me lo podrías contar…

-Muchas tienen que ver contigo… - digo sin pensar – pero bueno, eso ya lo sabes…

-Las del primer disco no… - se levanta del taburete dirigiéndose al sillón – no nos conocíamos…

-Ya… - sonrío – entonces qué quieres que te toque? – digo con doble sentido –

-Jajajajaja! – estalla en una carcajada – así, sin desayunar ni nada? – dice riendo – lo que tú quieras...


-Hay una canción que escribí una noche cuando estaba de guardia… - digo recordando – la escribí sobre una paciente que había llegado en coma hacía unas semanas… - me mira atenta – y se acababa de despertar en la UCI… era una chica joven, sus padres conocían a los míos, mi hermana la conocía… había tenido un accidente de tráfico… me pilló a mí estando de guardia y me metí mucho en ese caso… iba a verla a la UCI y esa noche cuando vino su padre a decirme que había despertado sentí mucha emoción… como si fuera de mi familia sabes? – asiente – sabes cuál es? – niega con la cabeza –  

Comienzo a tocar con el piano y a recordar aquella noche en urgencias, cuando llegó su padre buscándome emocionado y me dio las gracias. Fue una guardia horrible, pero eso lo arregló todo. Y se me ocurrió la letra y, al día siguiente, la música, una vez llegué a casa. Después, cuando ocurrió lo del primer disco, la rescaté y la incluí, no podía dejarla en aquel cajón.

Malú me mira atenta mientras canto la canción, incluso veo que se emociona un poco según va avanzando. No creo que la hubiese escuchado dándole ese sentido. Despertar es una palabra a la que le damos poco valor. Despertar siempre significa algo positivo. Despertar de un mal sueño. Despertar de la muerte. Despertar, abrir los ojos cuando llevas mucho tiempo teniéndolos cerrados. Así he estado yo todo este tiempo, como si estuviera ciego. Pero creo que he abierto los ojos esta mañana, en todos los sentidos posibles.

Con esa melodía que se va a apagando, dejo de tocar y Malú se levanta del sofá lentamente, hacia mí, me abraza y me besa despacio, sobre ese taburete. Sonrío casi sin querer, hace muchos días, semanas, que apenas nos hemos dedicado algo de tiempo. Me levanto del taburete y hago que ella se levante conmigo, sin dejar de besarnos. Voy al sofá y me dejo caer sin soltarla. Suelta un gritito al caer sobre mí, acto seguido, comenzamos a besarnos de una manera lenta pero muy profunda. Acaricia mi rostro con mucha ternura y, a la vez, con muchas ganas de ir más allá. Dejo de besarla y hago que me abrace. Necesito que lo haga. Que me abrace con uno de esos abrazos que me devuelven las fuerzas. No decimos nada, solo nos acariciamos.

Tras las caricias, llegan los deseos. Deseos de no volver a marcharme de aquí, aunque sea en sentido figurado. Me centro en su cuerpo, en su piel, recorriendo cada centímetro y escuchando suspiros entremezclando la alegría con el deseo. Desnudos en aquel sofá, como esa primera vez, nos lo decimos todo sin mediar palabra. La quiero más que a nada, no hay más.

Extasiados por tanto amor brotando por todos los poros de nuestra piel, respiramos al compás, uno sobre otro, dejando paso de nuevo a las caricias, esta vez más pausadas. El silencio solo lo rompe el sonido de sus tripas. Hacer el amor en ayunas pasa factura. Intento no reirme pero me es imposible.

-Creo que voy a hacerte el desayuno antes de que comiences a comerte a ti misma… - digo riéndome levantándome del sofá –

-Eso es, ríete de mi! – dice indignada vistiéndose – te has cargado toda la magia…

-La magia se la ha cargado ese alien que tienes metido en la tripa… - digo bajando las escaleras –


-Imbécil! – grita todavía desde la buhardilla, haciéndome reir como hace tiempo que no lo hacía - 

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