viernes, 13 de enero de 2017

CAPÍTULO 112: VUELTA A LA REALIDAD

Mientras meto la ropa en la maleta, un aire de nostalgia me inunda. Tengo la sensación que estas 4 paredes se quedan muchas cosas que han nacido aquí y que me van a acompañar toda la vida. Y siento que voy a tener la necesidad de volver, aunque sea alguna vez, para recordarlas si lo necesito. Álex me ha cambiado la vida, eso es así, no tiene vuelta de hoja. Desde que le conozco, he vivido cosas que pensé que no viviría jamás, cosas que nunca me habían pasado y que sé que nunca me volverán a pasar con nadie. He hecho fotos que guardo en mi móvil como oro en paño. He sentido necesidad de compartirlas al mundo, cosa que tampoco me había pasado en la vida, pero me he contenido, aunque no sé por cuánto tiempo. Sin duda, las tendré que compartir. Son fotografías que no solo las puedo ver en la pantalla de mi móvil, sino en mi mente. En mi cabeza están grabadas para siempre. Y el momento de cerrar la puerta y subir al coche también es una de ellas. Otra vez esa sensación de nostalgia, pero no con excesiva pena. Está conmigo y estoy con él, y eso no puede provocarme pena.

El viaje de vuelta es casi silencioso, aunque no dejamos de mantener el contacto físico. Su mano en mi muslo, sin ninguna pretensión más que la de hacerme saber que está ahí, me crea ternura. Es cariñoso hasta en los pequeños detalles. Apenas hemos pasado 3 días en esa casa pero es como si hubiera sido 3 años.

-Qué va a pasar cuando lleguemos? – pregunto sin poder evitarlo –

Noto como me mira automáticamente, y devuelve la mirada a la carretera con la misma rapidez. Puedo intuir una leve sonrisa cómplice en sus labios. Me contagia cuando sonríe así, aunque no sepa exactamente por qué lo hace.

-Te cuento la versión romántica o la versión porno? – dice serio, haciéndome estallar en una carcajada por la sorpresa que me provoca la respuesta –

-Puedes ser más imbécil? – le digo muerta de risa – hablo en serio… - digo intentando no reirme – igual está mi madre en casa…

-Entonces la versión porno tendrá que posponerse… - dice haciéndose el pensativo – por qué te preocupa tanto no saber qué va a pasar? – pregunta como si nada –

-No te preocupa a ti? – le miro extrañada – no sé ni siquiera si me vas a dejar en casa y te vas a ir a la tuya o…

-Quieres que haga eso? – dice sin mirarme –

-No… - respondo tímida – pero no sé qué piensas…

-Hombre… - se revuelve en el asiento levemente – yo tampoco sé que piensas… y, créeme… - me mira fugazmente – creo que no quiero saberlo… - sonrío – tendré que ir a casa, coger algo de ropa… poner una lavadora… Dandy… - dice pensativo – pero todo eso lo puedo hacer y luego ir a tu casa…

-Ya… - sonrío agradecida – es lo que quieres hacer? – pregunto algo temerosa – no quiero que te sientas obligado a hacer…

-Malú – me corta y suspira profundamente – deja de preocuparte tanto… - vuelve a poner su mano en mi muslo y aprieta suavemente – quiero estar contigo, y eso no va a cambiar…

De repente, tengo la sensación de que mis pulmones se abren y el aire entra poderoso hasta mis bronquios. Era justo lo que necesitaba escuchar, aunque ya lo sepa, aunque no se haya cansado de repetírmelo estos días. En el fondo, siento miedo. Miedo de que todo lo que hemos vivido en esa casa, en ese pueblecito, se desvanezca al volver a la realidad. Como si hubiera sido un sueño y fuera consciente de que me estoy despertando y me resista a hacerlo. Pero no, no lo he soñado, es real. Es real su mano en mi muslo, es real esa sonrisilla que le sale cuando acaricio su pelo mientras conduce, y es real esa sonrisa sincera que me nace cuando le miro.

Tras pasar fugazmente por su casa y coger algo de su ropa, volvemos al coche. Le convenzo para que no ponga una lavadora en su casa, en la mía también hay y estoy deseando llegar. Las dos calles que separan su casa de la mía me hacen recordar que estamos a escasos metros, que aunque no viviéramos juntos, ya quisieran muchas parejas esta situación. Pero, en el fondo, no me es suficiente. No quiero llamarle cuando necesite un abrazo, quiero levantarme del sofá y que esté en la cocina, o en la habitación. Cómo puedo tenerlo tan claro? Es algo que me asusta. Yo, que juré y me perjuré que nunca daría pasos rápidos con nadie, que luego todos me salían rana. Y aquí estoy, totalmente entregada, sacando mi maleta de su coche y dispuesta a entrar en casa con él.

Al entrar, la vergüenza me recorre al escuchar el canturreo de mi madre. Ni siquiera la he avisado. Miro a Álex compadeciéndome, vamos a tener que responder a muchas preguntas y lo siento tanto por él. Pero, en vez de hacerme sentirme peor, me hace hasta tener ganas de reirme su cara. Deja la maleta en la puerta, se atusa el pelo de manera graciosa y se ajusta la chaqueta, como si estuviera a punto de recibir la mano del Rey. Mi madre sale del salón a toda prisa y, cuando nos ve, se queda paralizada un instante, para, acto seguido, salir corriendo a abrazarme.

-Pero qué hacéis aquí? – dice escrutándome con la mirada – no me has avisado…

-Ya… - digo sintiéndome un poco culpable – no sabía que ibas a estar en casa mamá…

-Hija… - chasquea su lengua – tienes 3 perros, 1 gato y una casa mu grande… - dice con acento andaluz – si no vengo, esto es la guerra… - se queda mirando a Álex, que la observa sonriente – hola hijo… - dice de forma cariñosa antes de darle dos besos –

-Hola Pepi… - responde Álex, abrazándola fugazmente –

-Me la devuelves de una pieza… - dice mirándome – buen chico… - escucho a Álex reírse, pero soy incapaz de mirarle - 

-Mamá… - digo algo avergonzada –

Con un solo movimiento de su cabeza, nos obliga a los dos a pasar a la cocina. Nada más entrar, sé que lo que está cocinando me va a gustar. Huele a caracoles. Por qué? Por qué quiere hacerme quedar delante de Álex como una enferma? No puedo soportar cuando mi madre cocina esto. Con su caldito. Dios mio, qué ganas de meter la mano en la olla y comérmelos todos. Álex me observa con una cara que es una mezcla de ternura y ganas de estallar en una carcajada que me da hasta vergüenza.

-Bueno y donde habéis estado? – pregunta mi madre poniendo en la mesa 3 cervezas –

Álex frunce el ceño un segundo. Supongo que no sabe exactamente qué relación tengo con mi madre. Y lo va a descubrir hoy. Mi madre es mi amiga. Y, como buena amiga, le tengo que contar las cosas.

-En un pueblecito muy bonito, de la sierra – contesto sonriente –

-Era verdad eh? – dice mi madre sentándose al lado de Álex – necesitabais unos días… está como… - me señala – diferente…

-Offfgg… - me quejo levantándome de la silla y abriendo el frigorífico –

-Ella se queja mucho – mi madre sigue hablando, avergonzándome – no le has contado a Álex que yo soy así no? – Álex comienza a reírse – mira que me gusta que un hombre se ría conmigo, de verdad te lo digo eh? – le da una palmada en la espalda y se levanta de la silla dirigiéndose de nuevo a los fogones –

-Lo siento – susurro imperceptiblemente, juntando mis manos, mirando a Álex –

Álex me hace un gesto como que no pasa nada y bebe un trago de su cerveza. No parece incómodo, más bien, parece estar asimilando que mi madre, la Pepi, es un personaje peculiar. Podrían hacerse películas sobre ella, siempre lo he pensado. Es de ese tipo de personas que tiene tantas vivencias, tiene tantas cosas siempre en la cabeza, tiene tanta espontaneidad, que, cada día, tiene una historia nueva que contar. Y es extremadamente sincera. Eso impacta si no la conoces, puedes pensar que lo que dice lo dice a malas, pero no tiene maldad, al contrario, tiene mucha empatía, es una de las cosas que me ha transmitido y de las que estoy más orgullosa. Pero no tiene filtro, lo que piensa lo dice, y eso me da miedo de esta situación. Porque sé que va a hacer algún comentario. Lo sé.

-Te gustan los caracoles Álex? – pregunta mi madre –

-Creo que si… - responde dubitativo – aunque creo que nunca los he probado así… - se levanta de la silla y se acerca a mi madre – huele muy bien…

-Esta es una de las cosas que, si alguna vez se enfada mi hija, le quita el enfado en un plis plas… - pongo los ojos en blanco –

-Eso me lo apunto… - dice Álex mirándome de manera burlona – te ayudo a algo?

Dios. He tenido que apoyar la cerveza en la mesa para no comérmelo a besos. La mirada de mi madre ante esa frase ha sido “la mirada”. Primero. La ha tratado de tú. Mi madre odia que la traten de usted. Primer minipunto para Álex. Segundo. Mi madre adora que le ayuden en la cocina, no que se metan en lo que está haciendo, sino que se ofrezcan a ayudarla. Y Álex, sin saberlo, ha dado en el clavo. El silencio de 5 segundos que ha durado lo que ha tardado mi madre en mirarle y en mirarme a mí le ha hecho ponerse tenso. Creo que ha pensado que ha dicho algo malo. Le miro y sonrío ampliamente. Creo que he conseguido que se destense.

-Sabes cortar verdura así, picadita? – Álex asiente cogiendo uno de los cuchillos adecuados – un poquito de cebolla y de pimiento… tengo un guiso en la otra olla…

-Hecho… - responde todo dispuesto –

Les observo sin decir nada pero mi madre me mira de vez en cuando. Sobre todo cuando Álex comienza a picar la verdura. Sabía que me iba a mirar así cuando descubriera que le gusta cocinar. Y no solo eso, sino que se le da bien. A mi madre le encanta, pero no más que a mí. Y lo mejor es que lo hace todo de la forma más natural posible. Sé que no se ha puesto a hacer esto por quedar bien con mi madre, no. Lo ha hecho porque de verdad le apetece.

-Así o más Pepi? – pregunta Álex al terminar de picar la verdura –

-Así perfecto… - dice – hijo que manejo con el cuchillo… - dice con tono sorprendido – me he buscado un buen pinche…

Álex no responde, solo se pone un poco colorado y sonríe. Decido acercarme a la zona de los cocineros, a ver si se me pega algo de la paciencia que tiene mi madre para todo esto. Paso una mano por la cintura de Álex, que se seca las manos con el paño y me recibe pasando su brazo por mis hombros. Mi madre nos observa de reojo, sin decir nada.

-Bueno, pues esto hay que dejarlo a fuego lento, pero los caracoles se pueden sacar ya… - dice mirándome –

-Oh, tengo que prepararme… - digo frotándome las manos y sentándome en la mesa –

-Jajajaja – escucho a Álex reírse mientras me sigue – tengo ganas de probarlos, me dejarás alguno no?

-Como no te des prisa, ni los pruebas… - dice Pepi dejando un plato encima de la mesa – quedan más, tranquila…

Qué razón tiene mi madre. Sufro una transformación dietética al estar sentada frente a un plato de caracoles. Mi cuerpo me pide no parar. Álex alza sus cejas de vez en cuando mirándome y le hago gestos para que no me mire. No lo puedo evitar. Me encantan. Esto es justo lo que hubiera pedido comer hoy.

-Están muy buenos Pepi… - escucho decir a Álex –

-Si mamá… - respondo con la boca llena –

Mi madre se ríe abiertamente. Creo que se ha dado cuenta que, delante de Álex, soy yo. No finjo. No tengo por qué fingir. Soy así. Un zombie chuperreteando cerebros es más cuidadoso que yo comiendo caracoles. Y no me importa que Álex me vea así. Es más, me gusta que me vea así. Y no me importa lo que piense, porque, en realidad, sé lo que piensa. Con su mirada, me está diciendo que hasta pringada hasta las cejas de salsa, le gusto. Eso es algo que se pueda pagar con dinero? Cómo he podido tener tanta suerte?

Tras la comida en la que, sorprendentemente, mi madre se ha comedido muchísimo y apenas nos ha hecho preguntas, Álex ha puesto una lavadora. Una lavadora. Delante de mi madre. Ojiplática. A punto de desmayarse al ver que sabía ponerla. Esa cultura machista que, por su edad, le persigue desde que nació, y que sé que tanto odia, a su hija parece que no va a perseguirla. Ya no es que sea machismo, es la idea de que las cosas del hogar las tenga que saber hacer la mujer y no el hombre. Por qué? Yo también sé poner una lavadora, claro que sé ponerla. Pero Álex ha sacado toda la ropa y la ha puesto él. Y qué? Así debería ser. Unas veces tú, otras yo. Pero mi madre se ha quedado muerta. Lo sé. Y, después de poner la lavadora, ha subido a ducharse. Como en su casa, de la forma más natural y más normal posible, sabiendo que nos dejaba espacio. Nada más escuchar el sonido de la puerta del baño, mi madre se ha sentado a mi lado y se afanado en comenzar a hacer preguntas que sé que lleva desde que hemos llegado, intentando hacer.

-Mamá… - hago un gesto para que se calme un poco – primero, estoy bien… - sonrío – estoy muy bien… necesitábamos estos días… - digo a modo de reflexión –

-Vas a dejarle a tu madre que te pregunte todo lo que quiere saber? – pregunta de forma dramática, le falta poner los ojos del gato con botas. Asiento sin remedio – es así o está fingiendo porque estoy delante? – dice refiriéndose a Álex –

-Es así… - digo riendo – es así mamá…

-Es decir… - dice con acento sevillano – espérate… - la noto nerviosa – estáis… - hace un gesto con las manos –

-Mamá… - resoplo avergonzada – no me preguntes eso…

-Pero hija! – exclama – cómo no te lo voy a preguntar?

-Hace falta que me lo preguntes? – digo de forma evidente – hemos aclarado muchas cosas que teníamos que aclarar de hace tiempo…

De repente, recuerdo que mi madre sabe la historia de mi aborto. Se me había olvidado esa historia por completo, no sé por qué. Al recordarlo, un halo de ennegrecimiento se cierne sobre mí pero es solo momentáneo, porque a mi mente viene el recuerdo de aquel fuego con nosotros tumbados en el sofá y dejo de sentirme mal. Así que esto es superar un trauma, me digo a mí misma.

-Ay hija yo… - noto cierto tono de emoción en mi madre – ya hablaremos más tranquilamente pero… - niega con la cabeza – me gusta… - afirma – me gusta, sabes que tengo yo un sexto sentido pa estas cosas…

-Lo sé… - asiento riéndome –

-Sabe cocinar… - me da un toquecito en el hombro – y poner lavadoras… - se echa las manos a la cabeza –

-Mamá, pues como todos los hombres de ahora que aprenden… - digo restándole importancia – bueno… no, la verdad es que no… - digo reflexionando – pero eso es lo de menos…

-Ya sé que es lo de menos pero es su… - hace un movimiento con los dedos – forma… - suspira – no te había visto así… - achina sus ojos – tan relajada…

-Ya lo sé… - digo avergonzada – lo estoy…

-Yo es que después de lo que pasó… - aprieta sus labios – aunque fuera un desastre me parecería perfecto… - mueve sus manos nerviosa – se va a quedar aquí?

-No hemos hablado mucho de eso pero… - digo dubitativa – creo que si… - sonrío – es un poco raro mamá… - suspiro – estoy… - sonrío avergonzada – estoy muy segura de lo que me pasa…

-Ay! – exclama llevándose las manos a la cabeza sabiendo a lo que me refiero –

-No grites! – le recrimino – le vas a asustar…

-Cómo no quieres que grite? – dice mi madre desesperada – si te veo y veo… - hace un silencio dramático – lo que quería ver… - sonrío bajando la cabeza – Malú… - me agarra la barbilla – sabes que tu madre entenderá todo lo que hagas no? – suspiro y asiento – y más después de todo lo que ha pasado, que nos tiene que hacer pensar un poco en el tiempo que perdemos tontamente… - asiento –

-Esto es de hace mucho tiempo mamá… - confieso – cuando pasó lo del bebé… - carraspeo intentando no emocionarme – él y yo… - mi madre me para, no necesita que siga hablando – pues eso… y… - hablo aceleradamente – y después volvimos a encontrarnos y… - resoplo – nunca ha hecho nada que me molestase… siempre se ha portado bien conmigo y yo… - suspiro con tristeza –

-Pero y ahora? – me hace mirarla – porque lo que importa es ahora… - alzo mis cejas – hazle caso a tu madre que de esto sabe un rato –

-Ahora… - digo sin poder evitar sonreír – ahora, con todo lo que ha pasado, que podría estar sin parar de llorar… - sonrío de medio lado – no he parado de sonreír estos días… - mi madre me mira emocionada – hemos hablado de tantas cosas… - reflexiono – y hemos llorado juntos tanto… - confieso con vergüenza – sabes la vergüenza que me da llorar delante de alguien… - asiente cariñosa – el día que pasó todo, habíamos quedado… había venido a buscarme antes de irme a Algeciras días antes y… - sonrío al recordarlo – se declaró…

-Oh… - exclama mi madre en voz baja –

-Y me fui a Algeciras sin querer irme, porque me quería quedar aquí con él… - mi madre sonríe – y quedamos que cuando volviera, lo primero que haríamos sería vernos, pero sabíamos que los dos queríamos… - miro a mi madre – no se si me entiendes –

-Se te declaró y le dijiste que si… - dice mi madre y asiento –

-Por eso el día que volví y vi que no lo encontraba y que podía estar… - de repente, tengo ganas de llorar – sé que os asusté mucho yendo allí mamá, pero tenía que ir… - digo segura – tenía que encontrarle…

-Hija, no hablemos de eso… - dice mi madre parándome – no le des vueltas… - dice acariciándome el rostro – eres mucho más valiente de lo que yo pensaba… - la miro y no puedo evitar emocionarme –

Sin decir nada más, me abraza. Ese abrazo que una madre da para que llores, para que te desahogues en su hombro por si algún día te falta y así puedas recordarlo. Qué miedo me da ese momento, ese momento en que no tenga su hombro para llorar. Escucho pasos y me separo de ella rápidamente, sabiendo que Álex nos ha pillado de pleno.

-Perdón… - dice tartamudeando mientras se seca el pelo, volviendo tras sus pasos –

-Pero hijo, sécate el pelo que te vas a constipar! – exclama mi madre levantándose del sofá y yendo hacia él, haciendo que se frene – eres igual que mi hija, sea invierno o verano, el pelo secado al viento… - niega con la cabeza –

Me seco las lágrimas disimuladamente, sabiendo que Álex me está mirando y se acerca al sofá. Deja un beso en mi frente y noto la suya mojada todavía por la ducha. Tengo ganas de abrazarle ahora mismo, de besarle, y, como si mi madre supiera que necesitamos estar solos, comienza a recoger y se despide sin dejar siquiera que replique. Mira que la conozco, pero cada día me sorprende más.

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