domingo, 8 de enero de 2017

CAPÍTULO 111: LA PRIMERA CITA

Siempre me ha gustado cocinar con música de fondo y más todavía si lo hago para alguien. Nunca he cocinado para ella, de esta manera. Recuerdo aquella vez que estuve a punto de hacerlo. Aquella noche que era una cita y acabamos en el hospital, donde terminó todo. Ahora todo es distinto. Ahora acabamos de descorchar una botella de vino y me observa sentada en la mesa, con una lata de mejillones abierta sobre la mesa y dos copas de vino tinto. La sartén, humeante por el revuelto que estoy haciendo, desprende un olor buenísimo. No es por que lo esté haciendo yo, es que me está quedando muy bueno.

-De verdad no quieres que haga nada? – dice pinchando un mejillón de forma irónica –

-Tampoco te veo con muchas ganas… - respondo con la misma ironía –

-Yo es que no te quiero quitar la ilusión de hacerme la cena… - dice excusándose de forma divertida – sabes lo que me gusta esto? – dice señalando la mesa – los aperitivos… todo lo que sea de comer… - pone los ojos en blanco comiendo patatas – me pondría tan gorda si cenara siempre así…

-Luego lo quemamos… tú no sufras… - digo con total intención haciendo que se ría –

-Me quedaría aquí eternamente… - se recuesta en la silla – qué tranquilidad… - bebe un poco de vino – has comprado muchísima comida…

-Tampoco sabía cuántos días nos íbamos a quedar… - contesto dándole vueltas a la sartén –

-Cuántos días nos vamos a quedar? – pregunta –

-No lo sé – me doy la vuelta sonriendo y sonríe tímida – hasta que te canses de mi…

-Entonces habrá que bajar al pueblo a comprar comida… - responde riéndose – sabes lo que le va a gustar a mi madre que le diga que eres un cocinitas?

-Un cocinitas tampoco… - digo restándole importancia – me gusta cocinar, simplemente…

-Eso huele muy bien… - me da un sonoro beso en la mejilla – pongo la mesa?

-Vamos a cenar en la mesa de fuera… - digo convencido – con unas cosas que he comprado que no puedes ver…

-Qué misterioso… - dice riéndose –

-Te has comido todos los mejillones? – digo mirando el plato boquiabierto –

-Tenía mucha hambre vale? – dice excusándose – además, los mejillones son como los caracoles para mí… - le resta importancia – me puedo comer un kilo de una sentada y seguir comiendo sin ningún problema…

-Te he dicho ya que me encantas? – digo mirándola sonriente – vas a hacer una cosa… - digo apagando el fuego – vas a subir a la habitación o a donde quieras y vas a esperar allí a que yo monte todo esto y no vas a bajar hasta que yo te lo diga…

-Estas de coña? – dice negando con el dedo – con el frío que hace allí arriba?

-Malú! – digo quejándome – va… - le ruego – es solo un momento…

-Más te vale que sea bonito!! – dice con tono irónico marchándose de la cocina –

Sonrío al ver cómo se marcha, toda digna, envuelta en su manta de la que no se ha despegado en todo el día. Suspiro y comienzo a montar los platos conforme lo tenía pensado. Además del revuelto, una ensalada para no perder la costumbre, y varias cosas más de entrantes que sé que le gustan. Pero el toque final son unas velas y una música de fondo romántica. Siempre he querido hacer esto con ella. Cuando lo tengo todo montado, subo las escaleras para buscarla y, cuando me ve, se sorprende. La encuentro mordiéndose las uñas en el borde de las escaleras. Le tapo los ojos mientras baja las escaleras y, al llegar abajo, apago las luces. No hago caso de sus quejas, solo aparto mis manos de sus ojos cuando llego a la mesa y le doy al play.


-Teníamos una cita pendiente, te acuerdas?… - digo pegado a su oído a su espalda –

Aparto un poco su silla y hago que se siente, mirando su cara de sorpresa y vergüenza a partes iguales. Sirvo un poco de vino en ambas copas y me siento a su lado.

-Álex… - dice con tono vergonzoso tapándose levemente la cara – jajajaja – ríe nerviosa – a esto si que le tengo que sacar foto… - dice sacando su móvil del bolsillo, dejándome algo sorprendido por su espontaneidad –

La observo nerviosa, algo emocionada, sin dejar de sonreír, y me contagia. Esta era la cita que tantas veces intentamos tener y que, por fin, podemos disfrutar. Lo primero que hago, antes de nada, es coger la copa de vino. Estoy dispuesto a ponerme trascendental. Alzo levemente mi copa hacia la suya, haciendo que la coja.

-Por la primera de muchísimas más… - digo chocándolas –

Bebemos un poco mientras nos miramos y, tras dejar las copas, se acerca levemente hacia mí y deja un beso ténue en mis labios, acariciándome el rostro. Si había pensado que estaba siendo quizá demasiado romántico, me acaba de demostrar que no, que ella también lo es y que está cómoda con todo esto. 

-Dios, qué bueno te ha salido esto… - dice probando el revuelto – qué lleva?

-Si te lo digo, ya no me necesitarás… - digo en clara referencia a la salsa de su ensalada –

-Jajajaja – ríe –

Tras terminar la cena y terminar casi la botella de vino completa, comienzo a notar el rubor en mis mejillas. Incluso noto algo de mareo, el alcohol está haciendo algo de mella en nosotros. De cualquier cosa, acabamos riéndonos. Cambio una de las canciones y pongo una un poco más movida, invitándola a levantarse. Me mira sorprendida, la salsa es un baile que creo que no se espera que no domine.

-No sé bailar esto Álex… - dice agarrándose a mí –

-Tú agárrate… - digo pegándola a mi cuerpo – yo creo que sí que sabes…

Comienzo a moverme al son de la música, con su cuerpo moviéndose conmigo y si, corroboro que si que sabe bailar esto. El calor del alcohol se entremezcla con el calor que me provoca verla bailar asi, totalmente desinhibida, mirándome con ciertos gestos de deseo. Sin querer, miro esa alfombra en la que acabamos ayer y en la que creo que vamos a acabar hoy. Al acabar la canción, escucho como ríe a carcajadas, agarrándose a mi cuello.

-Para para… - dice casi cayéndose al suelo – que me mareo…

-Jajajaja – río contagiándome – cómo puedes decir que no sabes bailar esto? – digo agarrándola de la cintura – qué calor… - digo con tono exagerado –

-No había bailado así con nadie, que lo sepas… - me señala con la mano apoyando sus manos en el sofá – me querías emborrachar… - dice poniendo una mano en su frente –

-Es posible… - digo acercándome insinuante a ella – lo he conseguido?

-Un poco… - responde tímida – no sabía que bailabas tan bien… - dice tímida – tienes algo más lento? -–dice en tono algo más mimoso –

-Claro… - contesto sonriente cambiando de tema y poniendo una canción más lenta – señorita… - digo agarrando su mano de manera cortés –


-Qué idiota que eres… - dice algo avergonzada agarrándose a mi cuello – podemos hacer esto todas las noches? – dice con tono mimoso –

-Bailar? – digo algo sorprendido –

-Me gusta mucho que me abraces así… - dice abrazándose todavía más a mi cuello y pegando su rostro a mi pecho – me siento tan segura aquí… - dice con voz mimosa –

-Si que he conseguido emborracharte eh? – digo intentando restarle importancia a sus palabras –

-No es por el vino… - dice alzando su mirada – siempre me ha gustado como me abrazas…

Sonrío acariciando levemente su pelo y dejando un beso sobre su frente, sintiendo como sonríe y se acurruca de nuevo en mi pecho, balanceándonos de nuevo al son de la música.

-Y eso sigue gustándome que lo hagas… - alza su mirada – estoy muy ñoña… - dice algo avergonzada –

-Estás cómoda? – pregunto en voz baja –

-Mucho… - responde –

-Entonces puedes ser todo lo ñoña que quieras, no te parece? – digo mirándola –


Siento como se pone de puntillas para besarme en los labios. Un beso lento, que deja paso a sus labios entreabriéndose, con su lengua buscando la mía y encontrándola. Mis manos agarran firmemente su cintura y, después, acaricio su espalda despacio hasta llegar a su pelo. La hago caminar de espaldas hasta llegar al sofá y la dejo caer suavemente sobre él, conmigo encima. Mis labios se dirigen a su cuello, de manera suave, escuchando aparecer de nuevo esos leves gemidos que son la antesala a esa orquesta tan maravillosa que me gusta tanto escuchar conforme va subiendo de tono. Mis manos se pasean por su piel de manera libre, sin reservas, sin descanso, desnudándola y dejando que me desnude. Los dos desnudos, sobre el sofá, con la chimenea encendida, las velas consumidas y la botella de vino vacía, hacemos el amor como si fuera la primera y la última vez. Cada vez que me introduzco en su cuerpo, siento miles de descargas de placer y de amor, de amor intenso, de amor profundo, inmenso, incontrolable, inagotable. El sudor de su cuerpo y el mío se entremezclan como nuestros gemidos y nuestros suspiros, que se vuelven uno solo al llegar al orgasmo casi a la vez, primero el suyo y, al verla arquear la espalda y escuchar esos gemidos, como ya va siendo la norma, sin poder evitarlo, el mío. Y así, como si las fuerzas no se gastaran salvo cuando los dos estamos plenamente satisfechos, nos quedamos abrazados en el sofá, despiertos, sin hablar, acariciándonos, tras nuestra primera cita. Esa primera cita que tantas veces intentamos tener y que tantas veces pensamos que nunca podríamos hacer realidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario