Siempre me ha gustado cocinar con música de fondo y más
todavía si lo hago para alguien. Nunca he cocinado para ella, de esta manera.
Recuerdo aquella vez que estuve a punto de hacerlo. Aquella noche que era una
cita y acabamos en el hospital, donde terminó todo. Ahora todo es distinto.
Ahora acabamos de descorchar una botella de vino y me observa sentada en la
mesa, con una lata de mejillones abierta sobre la mesa y dos copas de vino
tinto. La sartén, humeante por el revuelto que estoy haciendo, desprende un
olor buenísimo. No es por que lo esté haciendo yo, es que me está quedando muy
bueno.
-De verdad no quieres que haga nada? – dice pinchando un
mejillón de forma irónica –
-Tampoco te veo con muchas ganas… - respondo con la misma
ironía –
-Yo es que no te quiero quitar la ilusión de hacerme la
cena… - dice excusándose de forma divertida – sabes lo que me gusta esto? –
dice señalando la mesa – los aperitivos… todo lo que sea de comer… - pone los
ojos en blanco comiendo patatas – me pondría tan gorda si cenara siempre así…
-Luego lo quemamos… tú no sufras… - digo con total intención
haciendo que se ría –
-Me quedaría aquí eternamente… - se recuesta en la silla –
qué tranquilidad… - bebe un poco de vino – has comprado muchísima comida…
-Tampoco sabía cuántos días nos íbamos a quedar… - contesto
dándole vueltas a la sartén –
-Cuántos días nos vamos a quedar? – pregunta –
-No lo sé – me doy la vuelta sonriendo y sonríe tímida –
hasta que te canses de mi…
-Entonces habrá que bajar al pueblo a comprar comida… -
responde riéndose – sabes lo que le va a gustar a mi madre que le diga que eres
un cocinitas?
-Un cocinitas tampoco… - digo restándole importancia – me
gusta cocinar, simplemente…
-Eso huele muy bien… - me da un sonoro beso en la mejilla –
pongo la mesa?
-Vamos a cenar en la mesa de fuera… - digo convencido – con
unas cosas que he comprado que no puedes ver…
-Qué misterioso… - dice riéndose –
-Te has comido todos los mejillones? – digo mirando el plato
boquiabierto –
-Tenía mucha hambre vale? – dice excusándose – además, los
mejillones son como los caracoles para mí… - le resta importancia – me puedo
comer un kilo de una sentada y seguir comiendo sin ningún problema…
-Te he dicho ya que me encantas? – digo mirándola sonriente
– vas a hacer una cosa… - digo apagando el fuego – vas a subir a la habitación
o a donde quieras y vas a esperar allí a que yo monte todo esto y no vas a
bajar hasta que yo te lo diga…
-Estas de coña? – dice negando con el dedo – con el frío que
hace allí arriba?
-Malú! – digo quejándome – va… - le ruego – es solo un
momento…
-Más te vale que sea bonito!! – dice con tono irónico
marchándose de la cocina –
Sonrío al ver cómo se marcha, toda digna, envuelta en su
manta de la que no se ha despegado en todo el día. Suspiro y comienzo a montar
los platos conforme lo tenía pensado. Además del revuelto, una ensalada para no
perder la costumbre, y varias cosas más de entrantes que sé que le gustan. Pero
el toque final son unas velas y una música de fondo romántica. Siempre he
querido hacer esto con ella. Cuando lo tengo todo montado, subo las escaleras para
buscarla y, cuando me ve, se sorprende. La encuentro mordiéndose las uñas en el
borde de las escaleras. Le tapo los ojos mientras baja las escaleras y, al
llegar abajo, apago las luces. No hago caso de sus quejas, solo aparto mis
manos de sus ojos cuando llego a la mesa y le doy al play.
-Teníamos una cita pendiente, te acuerdas?… - digo pegado a
su oído a su espalda –
Aparto un poco su silla y hago que se siente, mirando su
cara de sorpresa y vergüenza a partes iguales. Sirvo un poco de vino en ambas copas
y me siento a su lado.
-Álex… - dice con tono vergonzoso tapándose levemente la
cara – jajajaja – ríe nerviosa – a esto si que le tengo que sacar foto… - dice
sacando su móvil del bolsillo, dejándome algo sorprendido por su espontaneidad
–
La observo nerviosa, algo emocionada, sin dejar de sonreír,
y me contagia. Esta era la cita que tantas veces intentamos tener y que, por
fin, podemos disfrutar. Lo primero que hago, antes de nada, es coger la copa de
vino. Estoy dispuesto a ponerme trascendental. Alzo levemente mi copa hacia la
suya, haciendo que la coja.
-Por la primera de muchísimas más… - digo chocándolas –
Bebemos un poco mientras nos miramos y, tras dejar las
copas, se acerca levemente hacia mí y deja un beso ténue en mis labios,
acariciándome el rostro. Si había pensado que estaba siendo quizá demasiado
romántico, me acaba de demostrar que no, que ella también lo es y que está
cómoda con todo esto.
-Dios, qué bueno te ha salido esto… - dice probando el
revuelto – qué lleva?
-Si te lo digo, ya no me necesitarás… - digo en clara
referencia a la salsa de su ensalada –
-Jajajaja – ríe –
Tras terminar la cena y terminar casi la botella de vino
completa, comienzo a notar el rubor en mis mejillas. Incluso noto algo de
mareo, el alcohol está haciendo algo de mella en nosotros. De cualquier cosa,
acabamos riéndonos. Cambio una de las canciones y pongo una un poco más movida,
invitándola a levantarse. Me mira sorprendida, la salsa es un baile que creo
que no se espera que no domine.
-No sé bailar esto Álex… - dice agarrándose a mí –
-Tú agárrate… - digo pegándola a mi cuerpo – yo creo que sí
que sabes…
Comienzo a moverme al son de la música, con su cuerpo
moviéndose conmigo y si, corroboro que si que sabe bailar esto. El calor del
alcohol se entremezcla con el calor que me provoca verla bailar asi, totalmente
desinhibida, mirándome con ciertos gestos de deseo. Sin querer, miro esa
alfombra en la que acabamos ayer y en la que creo que vamos a acabar hoy. Al
acabar la canción, escucho como ríe a carcajadas, agarrándose a mi cuello.
-Para para… - dice casi cayéndose al suelo – que me mareo…
-Jajajaja – río contagiándome – cómo puedes decir que no
sabes bailar esto? – digo agarrándola de la cintura – qué calor… - digo con
tono exagerado –
-No había bailado así con nadie, que lo sepas… - me señala
con la mano apoyando sus manos en el sofá – me querías emborrachar… - dice
poniendo una mano en su frente –
-Es posible… - digo acercándome insinuante a ella – lo he
conseguido?
-Un poco… - responde tímida – no sabía que bailabas tan bien…
- dice tímida – tienes algo más lento? -–dice en tono algo más mimoso –
-Claro… - contesto sonriente cambiando de tema y poniendo
una canción más lenta – señorita… - digo agarrando su mano de manera cortés –
-Qué idiota que eres… - dice algo avergonzada agarrándose a
mi cuello – podemos hacer esto todas las noches? – dice con tono mimoso –
-Bailar? – digo algo sorprendido –
-Me gusta mucho que me abraces así… - dice abrazándose
todavía más a mi cuello y pegando su rostro a mi pecho – me siento tan segura
aquí… - dice con voz mimosa –
-Si que he conseguido emborracharte eh? – digo intentando
restarle importancia a sus palabras –
-No es por el vino… - dice alzando su mirada – siempre me ha
gustado como me abrazas…
Sonrío acariciando levemente su pelo y dejando un beso sobre
su frente, sintiendo como sonríe y se acurruca de nuevo en mi pecho,
balanceándonos de nuevo al son de la música.
-Y eso sigue gustándome que lo hagas… - alza su mirada – estoy
muy ñoña… - dice algo avergonzada –
-Estás cómoda? – pregunto en voz baja –
-Mucho… - responde –
-Entonces puedes ser todo lo ñoña que quieras, no te parece?
– digo mirándola –
Siento como se pone de puntillas para besarme en los labios.
Un beso lento, que deja paso a sus labios entreabriéndose, con su lengua
buscando la mía y encontrándola. Mis manos agarran firmemente su cintura y,
después, acaricio su espalda despacio hasta llegar a su pelo. La hago caminar
de espaldas hasta llegar al sofá y la dejo caer suavemente sobre él, conmigo
encima. Mis labios se dirigen a su cuello, de manera suave, escuchando aparecer
de nuevo esos leves gemidos que son la antesala a esa orquesta tan maravillosa
que me gusta tanto escuchar conforme va subiendo de tono. Mis manos se pasean
por su piel de manera libre, sin reservas, sin descanso, desnudándola y dejando
que me desnude. Los dos desnudos, sobre el sofá, con la chimenea encendida, las
velas consumidas y la botella de vino vacía, hacemos el amor como si fuera la
primera y la última vez. Cada vez que me introduzco en su cuerpo, siento miles
de descargas de placer y de amor, de amor intenso, de amor profundo, inmenso,
incontrolable, inagotable. El sudor de su cuerpo y el mío se entremezclan como
nuestros gemidos y nuestros suspiros, que se vuelven uno solo al llegar al orgasmo
casi a la vez, primero el suyo y, al verla arquear la espalda y escuchar esos
gemidos, como ya va siendo la norma, sin poder evitarlo, el mío. Y así, como si
las fuerzas no se gastaran salvo cuando los dos estamos plenamente satisfechos,
nos quedamos abrazados en el sofá, despiertos, sin hablar, acariciándonos, tras
nuestra primera cita. Esa primera cita que tantas veces intentamos tener y que
tantas veces pensamos que nunca podríamos hacer realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario