Mientras meto la ropa en la maleta, un aire de nostalgia me
inunda. Tengo la sensación que estas 4 paredes se quedan muchas cosas que han
nacido aquí y que me van a acompañar toda la vida. Y siento que voy a tener la
necesidad de volver, aunque sea alguna vez, para recordarlas si lo necesito.
Álex me ha cambiado la vida, eso es así, no tiene vuelta de hoja. Desde que le
conozco, he vivido cosas que pensé que no viviría jamás, cosas que nunca me
habían pasado y que sé que nunca me volverán a pasar con nadie. He hecho fotos
que guardo en mi móvil como oro en paño. He sentido necesidad de compartirlas
al mundo, cosa que tampoco me había pasado en la vida, pero me he contenido,
aunque no sé por cuánto tiempo. Sin duda, las tendré que compartir. Son
fotografías que no solo las puedo ver en la pantalla de mi móvil, sino en mi
mente. En mi cabeza están grabadas para siempre. Y el momento de cerrar la
puerta y subir al coche también es una de ellas. Otra vez esa sensación de
nostalgia, pero no con excesiva pena. Está conmigo y estoy con él, y eso no
puede provocarme pena.
El viaje de vuelta es casi silencioso, aunque no dejamos de
mantener el contacto físico. Su mano en mi muslo, sin ninguna pretensión más
que la de hacerme saber que está ahí, me crea ternura. Es cariñoso hasta en los
pequeños detalles. Apenas hemos pasado 3 días en esa casa pero es como si
hubiera sido 3 años.
-Qué va a pasar cuando lleguemos? – pregunto sin poder
evitarlo –
Noto como me mira automáticamente, y devuelve la mirada a la
carretera con la misma rapidez. Puedo intuir una leve sonrisa cómplice en sus
labios. Me contagia cuando sonríe así, aunque no sepa exactamente por qué lo
hace.
-Te cuento la versión romántica o la versión porno? – dice
serio, haciéndome estallar en una carcajada por la sorpresa que me provoca la
respuesta –
-Puedes ser más imbécil? – le digo muerta de risa – hablo en
serio… - digo intentando no reirme – igual está mi madre en casa…
-Entonces la versión porno tendrá que posponerse… - dice
haciéndose el pensativo – por qué te preocupa tanto no saber qué va a pasar? –
pregunta como si nada –
-No te preocupa a ti? – le miro extrañada – no sé ni
siquiera si me vas a dejar en casa y te vas a ir a la tuya o…
-Quieres que haga eso? – dice sin mirarme –
-No… - respondo tímida – pero no sé qué piensas…
-Hombre… - se revuelve en el asiento levemente – yo tampoco
sé que piensas… y, créeme… - me mira fugazmente – creo que no quiero saberlo… -
sonrío – tendré que ir a casa, coger algo de ropa… poner una lavadora… Dandy… -
dice pensativo – pero todo eso lo puedo hacer y luego ir a tu casa…
-Ya… - sonrío agradecida – es lo que quieres hacer? –
pregunto algo temerosa – no quiero que te sientas obligado a hacer…
-Malú – me corta y suspira profundamente – deja de
preocuparte tanto… - vuelve a poner su mano en mi muslo y aprieta suavemente –
quiero estar contigo, y eso no va a cambiar…
De repente, tengo la sensación de que mis pulmones se abren
y el aire entra poderoso hasta mis bronquios. Era justo lo que necesitaba
escuchar, aunque ya lo sepa, aunque no se haya cansado de repetírmelo estos
días. En el fondo, siento miedo. Miedo de que todo lo que hemos vivido en esa
casa, en ese pueblecito, se desvanezca al volver a la realidad. Como si hubiera
sido un sueño y fuera consciente de que me estoy despertando y me resista a
hacerlo. Pero no, no lo he soñado, es real. Es real su mano en mi muslo, es
real esa sonrisilla que le sale cuando acaricio su pelo mientras conduce, y es
real esa sonrisa sincera que me nace cuando le miro.
Tras pasar fugazmente por su casa y coger algo de su ropa,
volvemos al coche. Le convenzo para que no ponga una lavadora en su casa, en la
mía también hay y estoy deseando llegar. Las dos calles que separan su casa de
la mía me hacen recordar que estamos a escasos metros, que aunque no viviéramos
juntos, ya quisieran muchas parejas esta situación. Pero, en el fondo, no me es
suficiente. No quiero llamarle cuando necesite un abrazo, quiero levantarme del
sofá y que esté en la cocina, o en la habitación. Cómo puedo tenerlo tan claro?
Es algo que me asusta. Yo, que juré y me perjuré que nunca daría pasos rápidos
con nadie, que luego todos me salían rana. Y aquí estoy, totalmente entregada,
sacando mi maleta de su coche y dispuesta a entrar en casa con él.
Al entrar, la vergüenza me recorre al escuchar el canturreo
de mi madre. Ni siquiera la he avisado. Miro a Álex compadeciéndome, vamos a
tener que responder a muchas preguntas y lo siento tanto por él. Pero, en vez
de hacerme sentirme peor, me hace hasta tener ganas de reirme su cara. Deja la
maleta en la puerta, se atusa el pelo de manera graciosa y se ajusta la
chaqueta, como si estuviera a punto de recibir la mano del Rey. Mi madre sale
del salón a toda prisa y, cuando nos ve, se queda paralizada un instante, para,
acto seguido, salir corriendo a abrazarme.
-Pero qué hacéis aquí? – dice escrutándome con la mirada –
no me has avisado…
-Ya… - digo sintiéndome un poco culpable – no sabía que ibas
a estar en casa mamá…
-Hija… - chasquea su lengua – tienes 3 perros, 1 gato y una
casa mu grande… - dice con acento andaluz – si no vengo, esto es la guerra… -
se queda mirando a Álex, que la observa sonriente – hola hijo… - dice de forma
cariñosa antes de darle dos besos –
-Hola Pepi… - responde Álex, abrazándola fugazmente –
-Me la devuelves de una pieza… - dice mirándome – buen
chico… - escucho a Álex reírse, pero soy incapaz de mirarle -
-Mamá… - digo algo avergonzada –
Con un solo movimiento de su cabeza, nos obliga a los dos a
pasar a la cocina. Nada más entrar, sé que lo que está cocinando me va a
gustar. Huele a caracoles. Por qué? Por qué quiere hacerme quedar delante de
Álex como una enferma? No puedo soportar cuando mi madre cocina esto. Con su
caldito. Dios mio, qué ganas de meter la mano en la olla y comérmelos todos.
Álex me observa con una cara que es una mezcla de ternura y ganas de estallar
en una carcajada que me da hasta vergüenza.
-Bueno y donde habéis estado? – pregunta mi madre poniendo
en la mesa 3 cervezas –
Álex frunce el ceño un segundo. Supongo que no sabe
exactamente qué relación tengo con mi madre. Y lo va a descubrir hoy. Mi madre
es mi amiga. Y, como buena amiga, le tengo que contar las cosas.
-En un pueblecito muy bonito, de la sierra – contesto
sonriente –
-Era verdad eh? – dice mi madre sentándose al lado de Álex –
necesitabais unos días… está como… - me señala – diferente…
-Offfgg… - me quejo levantándome de la silla y abriendo el
frigorífico –
-Ella se queja mucho – mi madre sigue hablando,
avergonzándome – no le has contado a Álex que yo soy así no? – Álex comienza a
reírse – mira que me gusta que un hombre se ría conmigo, de verdad te lo digo
eh? – le da una palmada en la espalda y se levanta de la silla dirigiéndose de
nuevo a los fogones –
-Lo siento – susurro imperceptiblemente, juntando mis manos,
mirando a Álex –
Álex me hace un gesto como que no pasa nada y bebe un trago
de su cerveza. No parece incómodo, más bien, parece estar asimilando que mi
madre, la Pepi, es un personaje peculiar. Podrían hacerse películas sobre ella,
siempre lo he pensado. Es de ese tipo de personas que tiene tantas vivencias,
tiene tantas cosas siempre en la cabeza, tiene tanta espontaneidad, que, cada
día, tiene una historia nueva que contar. Y es extremadamente sincera. Eso impacta
si no la conoces, puedes pensar que lo que dice lo dice a malas, pero no tiene
maldad, al contrario, tiene mucha empatía, es una de las cosas que me ha
transmitido y de las que estoy más orgullosa. Pero no tiene filtro, lo que
piensa lo dice, y eso me da miedo de esta situación. Porque sé que va a hacer
algún comentario. Lo sé.
-Te gustan los caracoles Álex? – pregunta mi madre –
-Creo que si… - responde dubitativo – aunque creo que nunca
los he probado así… - se levanta de la silla y se acerca a mi madre – huele muy
bien…
-Esta es una de las cosas que, si alguna vez se enfada mi
hija, le quita el enfado en un plis plas… - pongo los ojos en blanco –
-Eso me lo apunto… - dice Álex mirándome de manera burlona –
te ayudo a algo?
Dios. He tenido que apoyar la cerveza en la mesa para no
comérmelo a besos. La mirada de mi madre ante esa frase ha sido “la mirada”.
Primero. La ha tratado de tú. Mi madre odia que la traten de usted. Primer
minipunto para Álex. Segundo. Mi madre adora que le ayuden en la cocina, no que
se metan en lo que está haciendo, sino que se ofrezcan a ayudarla. Y Álex, sin
saberlo, ha dado en el clavo. El silencio de 5 segundos que ha durado lo que ha
tardado mi madre en mirarle y en mirarme a mí le ha hecho ponerse tenso. Creo
que ha pensado que ha dicho algo malo. Le miro y sonrío ampliamente. Creo que
he conseguido que se destense.
-Sabes cortar verdura así, picadita? – Álex asiente cogiendo
uno de los cuchillos adecuados – un poquito de cebolla y de pimiento… tengo un
guiso en la otra olla…
-Hecho… - responde todo dispuesto –
Les observo sin decir nada pero mi madre me mira de vez en
cuando. Sobre todo cuando Álex comienza a picar la verdura. Sabía que me iba a
mirar así cuando descubriera que le gusta cocinar. Y no solo eso, sino que se
le da bien. A mi madre le encanta, pero no más que a mí. Y lo mejor es que lo
hace todo de la forma más natural posible. Sé que no se ha puesto a hacer esto
por quedar bien con mi madre, no. Lo ha hecho porque de verdad le apetece.
-Así o más Pepi? – pregunta Álex al terminar de picar la
verdura –
-Así perfecto… - dice – hijo que manejo con el cuchillo… -
dice con tono sorprendido – me he buscado un buen pinche…
Álex no responde, solo se pone un poco colorado y sonríe.
Decido acercarme a la zona de los cocineros, a ver si se me pega algo de la
paciencia que tiene mi madre para todo esto. Paso una mano por la cintura de
Álex, que se seca las manos con el paño y me recibe pasando su brazo por mis
hombros. Mi madre nos observa de reojo, sin decir nada.
-Bueno, pues esto hay que dejarlo a fuego lento, pero los
caracoles se pueden sacar ya… - dice mirándome –
-Oh, tengo que prepararme… - digo frotándome las manos y
sentándome en la mesa –
-Jajajaja – escucho a Álex reírse mientras me sigue – tengo
ganas de probarlos, me dejarás alguno no?
-Como no te des prisa, ni los pruebas… - dice Pepi dejando
un plato encima de la mesa – quedan más, tranquila…
Qué razón tiene mi madre. Sufro una transformación dietética
al estar sentada frente a un plato de caracoles. Mi cuerpo me pide no parar.
Álex alza sus cejas de vez en cuando mirándome y le hago gestos para que no me
mire. No lo puedo evitar. Me encantan. Esto es justo lo que hubiera pedido
comer hoy.
-Están muy buenos Pepi… - escucho decir a Álex –
-Si mamá… - respondo con la boca llena –
Mi madre se ríe abiertamente. Creo que se ha dado cuenta
que, delante de Álex, soy yo. No finjo. No tengo por qué fingir. Soy así. Un zombie
chuperreteando cerebros es más cuidadoso que yo comiendo caracoles. Y no me
importa que Álex me vea así. Es más, me gusta que me vea así. Y no me importa
lo que piense, porque, en realidad, sé lo que piensa. Con su mirada, me está
diciendo que hasta pringada hasta las cejas de salsa, le gusto. Eso es algo que
se pueda pagar con dinero? Cómo he podido tener tanta suerte?
Tras la comida en la que, sorprendentemente, mi madre se ha
comedido muchísimo y apenas nos ha hecho preguntas, Álex ha puesto una
lavadora. Una lavadora. Delante de mi madre. Ojiplática. A punto de desmayarse
al ver que sabía ponerla. Esa cultura machista que, por su edad, le persigue
desde que nació, y que sé que tanto odia, a su hija parece que no va a
perseguirla. Ya no es que sea machismo, es la idea de que las cosas del hogar
las tenga que saber hacer la mujer y no el hombre. Por qué? Yo también sé poner
una lavadora, claro que sé ponerla. Pero Álex ha sacado toda la ropa y la ha
puesto él. Y qué? Así debería ser. Unas veces tú, otras yo. Pero mi madre se ha
quedado muerta. Lo sé. Y, después de poner la lavadora, ha subido a ducharse.
Como en su casa, de la forma más natural y más normal posible, sabiendo que nos
dejaba espacio. Nada más escuchar el sonido de la puerta del baño, mi madre se
ha sentado a mi lado y se afanado en comenzar a hacer preguntas que sé que
lleva desde que hemos llegado, intentando hacer.
-Mamá… - hago un gesto para que se calme un poco – primero,
estoy bien… - sonrío – estoy muy bien… necesitábamos estos días… - digo a modo
de reflexión –
-Vas a dejarle a tu madre que te pregunte todo lo que quiere
saber? – pregunta de forma dramática, le falta poner los ojos del gato con
botas. Asiento sin remedio – es así o está fingiendo porque estoy delante? –
dice refiriéndose a Álex –
-Es así… - digo riendo – es así mamá…
-Es decir… - dice con acento sevillano – espérate… - la noto
nerviosa – estáis… - hace un gesto con las manos –
-Mamá… - resoplo avergonzada – no me preguntes eso…
-Pero hija! – exclama – cómo no te lo voy a preguntar?
-Hace falta que me lo preguntes? – digo de forma evidente –
hemos aclarado muchas cosas que teníamos que aclarar de hace tiempo…
De repente, recuerdo que mi madre sabe la historia de mi
aborto. Se me había olvidado esa historia por completo, no sé por qué. Al
recordarlo, un halo de ennegrecimiento se cierne sobre mí pero es solo
momentáneo, porque a mi mente viene el recuerdo de aquel fuego con nosotros
tumbados en el sofá y dejo de sentirme mal. Así que esto es superar un trauma,
me digo a mí misma.
-Ay hija yo… - noto cierto tono de emoción en mi madre – ya hablaremos
más tranquilamente pero… - niega con la cabeza – me gusta… - afirma – me gusta,
sabes que tengo yo un sexto sentido pa estas cosas…
-Lo sé… - asiento riéndome –
-Sabe cocinar… - me da un toquecito en el hombro – y poner
lavadoras… - se echa las manos a la cabeza –
-Mamá, pues como todos los hombres de ahora que aprenden… -
digo restándole importancia – bueno… no, la verdad es que no… - digo
reflexionando – pero eso es lo de menos…
-Ya sé que es lo de menos pero es su… - hace un movimiento
con los dedos – forma… - suspira – no te había visto así… - achina sus ojos –
tan relajada…
-Ya lo sé… - digo avergonzada – lo estoy…
-Yo es que después de lo que pasó… - aprieta sus labios –
aunque fuera un desastre me parecería perfecto… - mueve sus manos nerviosa – se
va a quedar aquí?
-No hemos hablado mucho de eso pero… - digo dubitativa – creo
que si… - sonrío – es un poco raro mamá… - suspiro – estoy… - sonrío
avergonzada – estoy muy segura de lo que me pasa…
-Ay! – exclama llevándose las manos a la cabeza sabiendo a
lo que me refiero –
-No grites! – le recrimino – le vas a asustar…
-Cómo no quieres que grite? – dice mi madre desesperada – si
te veo y veo… - hace un silencio dramático – lo que quería ver… - sonrío
bajando la cabeza – Malú… - me agarra la barbilla – sabes que tu madre
entenderá todo lo que hagas no? – suspiro y asiento – y más después de todo lo
que ha pasado, que nos tiene que hacer pensar un poco en el tiempo que perdemos
tontamente… - asiento –
-Esto es de hace mucho tiempo mamá… - confieso – cuando pasó
lo del bebé… - carraspeo intentando no emocionarme – él y yo… - mi madre me
para, no necesita que siga hablando – pues eso… y… - hablo aceleradamente – y después
volvimos a encontrarnos y… - resoplo – nunca ha hecho nada que me molestase…
siempre se ha portado bien conmigo y yo… - suspiro con tristeza –
-Pero y ahora? – me hace mirarla – porque lo que importa es
ahora… - alzo mis cejas – hazle caso a tu madre que de esto sabe un rato –
-Ahora… - digo sin poder evitar sonreír – ahora, con todo lo
que ha pasado, que podría estar sin parar de llorar… - sonrío de medio lado –
no he parado de sonreír estos días… - mi madre me mira emocionada – hemos hablado
de tantas cosas… - reflexiono – y hemos llorado juntos tanto… - confieso con
vergüenza – sabes la vergüenza que me da llorar delante de alguien… - asiente
cariñosa – el día que pasó todo, habíamos quedado… había venido a buscarme
antes de irme a Algeciras días antes y… - sonrío al recordarlo – se declaró…
-Oh… - exclama mi madre en voz baja –
-Y me fui a Algeciras sin querer irme, porque me quería
quedar aquí con él… - mi madre sonríe – y quedamos que cuando volviera, lo
primero que haríamos sería vernos, pero sabíamos que los dos queríamos… - miro
a mi madre – no se si me entiendes –
-Se te declaró y le dijiste que si… - dice mi madre y
asiento –
-Por eso el día que volví y vi que no lo encontraba y que
podía estar… - de repente, tengo ganas de llorar – sé que os asusté mucho yendo
allí mamá, pero tenía que ir… - digo segura – tenía que encontrarle…
-Hija, no hablemos de eso… - dice mi madre parándome – no le
des vueltas… - dice acariciándome el rostro – eres mucho más valiente de lo que
yo pensaba… - la miro y no puedo evitar emocionarme –
Sin decir nada más, me abraza. Ese abrazo que una madre da
para que llores, para que te desahogues en su hombro por si algún día te falta
y así puedas recordarlo. Qué miedo me da ese momento, ese momento en que no
tenga su hombro para llorar. Escucho pasos y me separo de ella rápidamente,
sabiendo que Álex nos ha pillado de pleno.
-Perdón… - dice tartamudeando mientras se seca el pelo,
volviendo tras sus pasos –
-Pero hijo, sécate el pelo que te vas a constipar! – exclama
mi madre levantándose del sofá y yendo hacia él, haciendo que se frene – eres igual
que mi hija, sea invierno o verano, el pelo secado al viento… - niega con la
cabeza –
Me seco las lágrimas disimuladamente, sabiendo que Álex me está mirando y se acerca al sofá. Deja un beso en mi frente y noto la suya mojada todavía por la ducha. Tengo ganas de abrazarle ahora mismo, de besarle, y, como si mi madre supiera que necesitamos estar solos, comienza a recoger y se despide sin dejar siquiera que replique. Mira que la conozco, pero cada día me sorprende más.
