viernes, 13 de enero de 2017

CAPÍTULO 112: VUELTA A LA REALIDAD

Mientras meto la ropa en la maleta, un aire de nostalgia me inunda. Tengo la sensación que estas 4 paredes se quedan muchas cosas que han nacido aquí y que me van a acompañar toda la vida. Y siento que voy a tener la necesidad de volver, aunque sea alguna vez, para recordarlas si lo necesito. Álex me ha cambiado la vida, eso es así, no tiene vuelta de hoja. Desde que le conozco, he vivido cosas que pensé que no viviría jamás, cosas que nunca me habían pasado y que sé que nunca me volverán a pasar con nadie. He hecho fotos que guardo en mi móvil como oro en paño. He sentido necesidad de compartirlas al mundo, cosa que tampoco me había pasado en la vida, pero me he contenido, aunque no sé por cuánto tiempo. Sin duda, las tendré que compartir. Son fotografías que no solo las puedo ver en la pantalla de mi móvil, sino en mi mente. En mi cabeza están grabadas para siempre. Y el momento de cerrar la puerta y subir al coche también es una de ellas. Otra vez esa sensación de nostalgia, pero no con excesiva pena. Está conmigo y estoy con él, y eso no puede provocarme pena.

El viaje de vuelta es casi silencioso, aunque no dejamos de mantener el contacto físico. Su mano en mi muslo, sin ninguna pretensión más que la de hacerme saber que está ahí, me crea ternura. Es cariñoso hasta en los pequeños detalles. Apenas hemos pasado 3 días en esa casa pero es como si hubiera sido 3 años.

-Qué va a pasar cuando lleguemos? – pregunto sin poder evitarlo –

Noto como me mira automáticamente, y devuelve la mirada a la carretera con la misma rapidez. Puedo intuir una leve sonrisa cómplice en sus labios. Me contagia cuando sonríe así, aunque no sepa exactamente por qué lo hace.

-Te cuento la versión romántica o la versión porno? – dice serio, haciéndome estallar en una carcajada por la sorpresa que me provoca la respuesta –

-Puedes ser más imbécil? – le digo muerta de risa – hablo en serio… - digo intentando no reirme – igual está mi madre en casa…

-Entonces la versión porno tendrá que posponerse… - dice haciéndose el pensativo – por qué te preocupa tanto no saber qué va a pasar? – pregunta como si nada –

-No te preocupa a ti? – le miro extrañada – no sé ni siquiera si me vas a dejar en casa y te vas a ir a la tuya o…

-Quieres que haga eso? – dice sin mirarme –

-No… - respondo tímida – pero no sé qué piensas…

-Hombre… - se revuelve en el asiento levemente – yo tampoco sé que piensas… y, créeme… - me mira fugazmente – creo que no quiero saberlo… - sonrío – tendré que ir a casa, coger algo de ropa… poner una lavadora… Dandy… - dice pensativo – pero todo eso lo puedo hacer y luego ir a tu casa…

-Ya… - sonrío agradecida – es lo que quieres hacer? – pregunto algo temerosa – no quiero que te sientas obligado a hacer…

-Malú – me corta y suspira profundamente – deja de preocuparte tanto… - vuelve a poner su mano en mi muslo y aprieta suavemente – quiero estar contigo, y eso no va a cambiar…

De repente, tengo la sensación de que mis pulmones se abren y el aire entra poderoso hasta mis bronquios. Era justo lo que necesitaba escuchar, aunque ya lo sepa, aunque no se haya cansado de repetírmelo estos días. En el fondo, siento miedo. Miedo de que todo lo que hemos vivido en esa casa, en ese pueblecito, se desvanezca al volver a la realidad. Como si hubiera sido un sueño y fuera consciente de que me estoy despertando y me resista a hacerlo. Pero no, no lo he soñado, es real. Es real su mano en mi muslo, es real esa sonrisilla que le sale cuando acaricio su pelo mientras conduce, y es real esa sonrisa sincera que me nace cuando le miro.

Tras pasar fugazmente por su casa y coger algo de su ropa, volvemos al coche. Le convenzo para que no ponga una lavadora en su casa, en la mía también hay y estoy deseando llegar. Las dos calles que separan su casa de la mía me hacen recordar que estamos a escasos metros, que aunque no viviéramos juntos, ya quisieran muchas parejas esta situación. Pero, en el fondo, no me es suficiente. No quiero llamarle cuando necesite un abrazo, quiero levantarme del sofá y que esté en la cocina, o en la habitación. Cómo puedo tenerlo tan claro? Es algo que me asusta. Yo, que juré y me perjuré que nunca daría pasos rápidos con nadie, que luego todos me salían rana. Y aquí estoy, totalmente entregada, sacando mi maleta de su coche y dispuesta a entrar en casa con él.

Al entrar, la vergüenza me recorre al escuchar el canturreo de mi madre. Ni siquiera la he avisado. Miro a Álex compadeciéndome, vamos a tener que responder a muchas preguntas y lo siento tanto por él. Pero, en vez de hacerme sentirme peor, me hace hasta tener ganas de reirme su cara. Deja la maleta en la puerta, se atusa el pelo de manera graciosa y se ajusta la chaqueta, como si estuviera a punto de recibir la mano del Rey. Mi madre sale del salón a toda prisa y, cuando nos ve, se queda paralizada un instante, para, acto seguido, salir corriendo a abrazarme.

-Pero qué hacéis aquí? – dice escrutándome con la mirada – no me has avisado…

-Ya… - digo sintiéndome un poco culpable – no sabía que ibas a estar en casa mamá…

-Hija… - chasquea su lengua – tienes 3 perros, 1 gato y una casa mu grande… - dice con acento andaluz – si no vengo, esto es la guerra… - se queda mirando a Álex, que la observa sonriente – hola hijo… - dice de forma cariñosa antes de darle dos besos –

-Hola Pepi… - responde Álex, abrazándola fugazmente –

-Me la devuelves de una pieza… - dice mirándome – buen chico… - escucho a Álex reírse, pero soy incapaz de mirarle - 

-Mamá… - digo algo avergonzada –

Con un solo movimiento de su cabeza, nos obliga a los dos a pasar a la cocina. Nada más entrar, sé que lo que está cocinando me va a gustar. Huele a caracoles. Por qué? Por qué quiere hacerme quedar delante de Álex como una enferma? No puedo soportar cuando mi madre cocina esto. Con su caldito. Dios mio, qué ganas de meter la mano en la olla y comérmelos todos. Álex me observa con una cara que es una mezcla de ternura y ganas de estallar en una carcajada que me da hasta vergüenza.

-Bueno y donde habéis estado? – pregunta mi madre poniendo en la mesa 3 cervezas –

Álex frunce el ceño un segundo. Supongo que no sabe exactamente qué relación tengo con mi madre. Y lo va a descubrir hoy. Mi madre es mi amiga. Y, como buena amiga, le tengo que contar las cosas.

-En un pueblecito muy bonito, de la sierra – contesto sonriente –

-Era verdad eh? – dice mi madre sentándose al lado de Álex – necesitabais unos días… está como… - me señala – diferente…

-Offfgg… - me quejo levantándome de la silla y abriendo el frigorífico –

-Ella se queja mucho – mi madre sigue hablando, avergonzándome – no le has contado a Álex que yo soy así no? – Álex comienza a reírse – mira que me gusta que un hombre se ría conmigo, de verdad te lo digo eh? – le da una palmada en la espalda y se levanta de la silla dirigiéndose de nuevo a los fogones –

-Lo siento – susurro imperceptiblemente, juntando mis manos, mirando a Álex –

Álex me hace un gesto como que no pasa nada y bebe un trago de su cerveza. No parece incómodo, más bien, parece estar asimilando que mi madre, la Pepi, es un personaje peculiar. Podrían hacerse películas sobre ella, siempre lo he pensado. Es de ese tipo de personas que tiene tantas vivencias, tiene tantas cosas siempre en la cabeza, tiene tanta espontaneidad, que, cada día, tiene una historia nueva que contar. Y es extremadamente sincera. Eso impacta si no la conoces, puedes pensar que lo que dice lo dice a malas, pero no tiene maldad, al contrario, tiene mucha empatía, es una de las cosas que me ha transmitido y de las que estoy más orgullosa. Pero no tiene filtro, lo que piensa lo dice, y eso me da miedo de esta situación. Porque sé que va a hacer algún comentario. Lo sé.

-Te gustan los caracoles Álex? – pregunta mi madre –

-Creo que si… - responde dubitativo – aunque creo que nunca los he probado así… - se levanta de la silla y se acerca a mi madre – huele muy bien…

-Esta es una de las cosas que, si alguna vez se enfada mi hija, le quita el enfado en un plis plas… - pongo los ojos en blanco –

-Eso me lo apunto… - dice Álex mirándome de manera burlona – te ayudo a algo?

Dios. He tenido que apoyar la cerveza en la mesa para no comérmelo a besos. La mirada de mi madre ante esa frase ha sido “la mirada”. Primero. La ha tratado de tú. Mi madre odia que la traten de usted. Primer minipunto para Álex. Segundo. Mi madre adora que le ayuden en la cocina, no que se metan en lo que está haciendo, sino que se ofrezcan a ayudarla. Y Álex, sin saberlo, ha dado en el clavo. El silencio de 5 segundos que ha durado lo que ha tardado mi madre en mirarle y en mirarme a mí le ha hecho ponerse tenso. Creo que ha pensado que ha dicho algo malo. Le miro y sonrío ampliamente. Creo que he conseguido que se destense.

-Sabes cortar verdura así, picadita? – Álex asiente cogiendo uno de los cuchillos adecuados – un poquito de cebolla y de pimiento… tengo un guiso en la otra olla…

-Hecho… - responde todo dispuesto –

Les observo sin decir nada pero mi madre me mira de vez en cuando. Sobre todo cuando Álex comienza a picar la verdura. Sabía que me iba a mirar así cuando descubriera que le gusta cocinar. Y no solo eso, sino que se le da bien. A mi madre le encanta, pero no más que a mí. Y lo mejor es que lo hace todo de la forma más natural posible. Sé que no se ha puesto a hacer esto por quedar bien con mi madre, no. Lo ha hecho porque de verdad le apetece.

-Así o más Pepi? – pregunta Álex al terminar de picar la verdura –

-Así perfecto… - dice – hijo que manejo con el cuchillo… - dice con tono sorprendido – me he buscado un buen pinche…

Álex no responde, solo se pone un poco colorado y sonríe. Decido acercarme a la zona de los cocineros, a ver si se me pega algo de la paciencia que tiene mi madre para todo esto. Paso una mano por la cintura de Álex, que se seca las manos con el paño y me recibe pasando su brazo por mis hombros. Mi madre nos observa de reojo, sin decir nada.

-Bueno, pues esto hay que dejarlo a fuego lento, pero los caracoles se pueden sacar ya… - dice mirándome –

-Oh, tengo que prepararme… - digo frotándome las manos y sentándome en la mesa –

-Jajajaja – escucho a Álex reírse mientras me sigue – tengo ganas de probarlos, me dejarás alguno no?

-Como no te des prisa, ni los pruebas… - dice Pepi dejando un plato encima de la mesa – quedan más, tranquila…

Qué razón tiene mi madre. Sufro una transformación dietética al estar sentada frente a un plato de caracoles. Mi cuerpo me pide no parar. Álex alza sus cejas de vez en cuando mirándome y le hago gestos para que no me mire. No lo puedo evitar. Me encantan. Esto es justo lo que hubiera pedido comer hoy.

-Están muy buenos Pepi… - escucho decir a Álex –

-Si mamá… - respondo con la boca llena –

Mi madre se ríe abiertamente. Creo que se ha dado cuenta que, delante de Álex, soy yo. No finjo. No tengo por qué fingir. Soy así. Un zombie chuperreteando cerebros es más cuidadoso que yo comiendo caracoles. Y no me importa que Álex me vea así. Es más, me gusta que me vea así. Y no me importa lo que piense, porque, en realidad, sé lo que piensa. Con su mirada, me está diciendo que hasta pringada hasta las cejas de salsa, le gusto. Eso es algo que se pueda pagar con dinero? Cómo he podido tener tanta suerte?

Tras la comida en la que, sorprendentemente, mi madre se ha comedido muchísimo y apenas nos ha hecho preguntas, Álex ha puesto una lavadora. Una lavadora. Delante de mi madre. Ojiplática. A punto de desmayarse al ver que sabía ponerla. Esa cultura machista que, por su edad, le persigue desde que nació, y que sé que tanto odia, a su hija parece que no va a perseguirla. Ya no es que sea machismo, es la idea de que las cosas del hogar las tenga que saber hacer la mujer y no el hombre. Por qué? Yo también sé poner una lavadora, claro que sé ponerla. Pero Álex ha sacado toda la ropa y la ha puesto él. Y qué? Así debería ser. Unas veces tú, otras yo. Pero mi madre se ha quedado muerta. Lo sé. Y, después de poner la lavadora, ha subido a ducharse. Como en su casa, de la forma más natural y más normal posible, sabiendo que nos dejaba espacio. Nada más escuchar el sonido de la puerta del baño, mi madre se ha sentado a mi lado y se afanado en comenzar a hacer preguntas que sé que lleva desde que hemos llegado, intentando hacer.

-Mamá… - hago un gesto para que se calme un poco – primero, estoy bien… - sonrío – estoy muy bien… necesitábamos estos días… - digo a modo de reflexión –

-Vas a dejarle a tu madre que te pregunte todo lo que quiere saber? – pregunta de forma dramática, le falta poner los ojos del gato con botas. Asiento sin remedio – es así o está fingiendo porque estoy delante? – dice refiriéndose a Álex –

-Es así… - digo riendo – es así mamá…

-Es decir… - dice con acento sevillano – espérate… - la noto nerviosa – estáis… - hace un gesto con las manos –

-Mamá… - resoplo avergonzada – no me preguntes eso…

-Pero hija! – exclama – cómo no te lo voy a preguntar?

-Hace falta que me lo preguntes? – digo de forma evidente – hemos aclarado muchas cosas que teníamos que aclarar de hace tiempo…

De repente, recuerdo que mi madre sabe la historia de mi aborto. Se me había olvidado esa historia por completo, no sé por qué. Al recordarlo, un halo de ennegrecimiento se cierne sobre mí pero es solo momentáneo, porque a mi mente viene el recuerdo de aquel fuego con nosotros tumbados en el sofá y dejo de sentirme mal. Así que esto es superar un trauma, me digo a mí misma.

-Ay hija yo… - noto cierto tono de emoción en mi madre – ya hablaremos más tranquilamente pero… - niega con la cabeza – me gusta… - afirma – me gusta, sabes que tengo yo un sexto sentido pa estas cosas…

-Lo sé… - asiento riéndome –

-Sabe cocinar… - me da un toquecito en el hombro – y poner lavadoras… - se echa las manos a la cabeza –

-Mamá, pues como todos los hombres de ahora que aprenden… - digo restándole importancia – bueno… no, la verdad es que no… - digo reflexionando – pero eso es lo de menos…

-Ya sé que es lo de menos pero es su… - hace un movimiento con los dedos – forma… - suspira – no te había visto así… - achina sus ojos – tan relajada…

-Ya lo sé… - digo avergonzada – lo estoy…

-Yo es que después de lo que pasó… - aprieta sus labios – aunque fuera un desastre me parecería perfecto… - mueve sus manos nerviosa – se va a quedar aquí?

-No hemos hablado mucho de eso pero… - digo dubitativa – creo que si… - sonrío – es un poco raro mamá… - suspiro – estoy… - sonrío avergonzada – estoy muy segura de lo que me pasa…

-Ay! – exclama llevándose las manos a la cabeza sabiendo a lo que me refiero –

-No grites! – le recrimino – le vas a asustar…

-Cómo no quieres que grite? – dice mi madre desesperada – si te veo y veo… - hace un silencio dramático – lo que quería ver… - sonrío bajando la cabeza – Malú… - me agarra la barbilla – sabes que tu madre entenderá todo lo que hagas no? – suspiro y asiento – y más después de todo lo que ha pasado, que nos tiene que hacer pensar un poco en el tiempo que perdemos tontamente… - asiento –

-Esto es de hace mucho tiempo mamá… - confieso – cuando pasó lo del bebé… - carraspeo intentando no emocionarme – él y yo… - mi madre me para, no necesita que siga hablando – pues eso… y… - hablo aceleradamente – y después volvimos a encontrarnos y… - resoplo – nunca ha hecho nada que me molestase… siempre se ha portado bien conmigo y yo… - suspiro con tristeza –

-Pero y ahora? – me hace mirarla – porque lo que importa es ahora… - alzo mis cejas – hazle caso a tu madre que de esto sabe un rato –

-Ahora… - digo sin poder evitar sonreír – ahora, con todo lo que ha pasado, que podría estar sin parar de llorar… - sonrío de medio lado – no he parado de sonreír estos días… - mi madre me mira emocionada – hemos hablado de tantas cosas… - reflexiono – y hemos llorado juntos tanto… - confieso con vergüenza – sabes la vergüenza que me da llorar delante de alguien… - asiente cariñosa – el día que pasó todo, habíamos quedado… había venido a buscarme antes de irme a Algeciras días antes y… - sonrío al recordarlo – se declaró…

-Oh… - exclama mi madre en voz baja –

-Y me fui a Algeciras sin querer irme, porque me quería quedar aquí con él… - mi madre sonríe – y quedamos que cuando volviera, lo primero que haríamos sería vernos, pero sabíamos que los dos queríamos… - miro a mi madre – no se si me entiendes –

-Se te declaró y le dijiste que si… - dice mi madre y asiento –

-Por eso el día que volví y vi que no lo encontraba y que podía estar… - de repente, tengo ganas de llorar – sé que os asusté mucho yendo allí mamá, pero tenía que ir… - digo segura – tenía que encontrarle…

-Hija, no hablemos de eso… - dice mi madre parándome – no le des vueltas… - dice acariciándome el rostro – eres mucho más valiente de lo que yo pensaba… - la miro y no puedo evitar emocionarme –

Sin decir nada más, me abraza. Ese abrazo que una madre da para que llores, para que te desahogues en su hombro por si algún día te falta y así puedas recordarlo. Qué miedo me da ese momento, ese momento en que no tenga su hombro para llorar. Escucho pasos y me separo de ella rápidamente, sabiendo que Álex nos ha pillado de pleno.

-Perdón… - dice tartamudeando mientras se seca el pelo, volviendo tras sus pasos –

-Pero hijo, sécate el pelo que te vas a constipar! – exclama mi madre levantándose del sofá y yendo hacia él, haciendo que se frene – eres igual que mi hija, sea invierno o verano, el pelo secado al viento… - niega con la cabeza –

Me seco las lágrimas disimuladamente, sabiendo que Álex me está mirando y se acerca al sofá. Deja un beso en mi frente y noto la suya mojada todavía por la ducha. Tengo ganas de abrazarle ahora mismo, de besarle, y, como si mi madre supiera que necesitamos estar solos, comienza a recoger y se despide sin dejar siquiera que replique. Mira que la conozco, pero cada día me sorprende más.

domingo, 8 de enero de 2017

CAPÍTULO 111: LA PRIMERA CITA

Siempre me ha gustado cocinar con música de fondo y más todavía si lo hago para alguien. Nunca he cocinado para ella, de esta manera. Recuerdo aquella vez que estuve a punto de hacerlo. Aquella noche que era una cita y acabamos en el hospital, donde terminó todo. Ahora todo es distinto. Ahora acabamos de descorchar una botella de vino y me observa sentada en la mesa, con una lata de mejillones abierta sobre la mesa y dos copas de vino tinto. La sartén, humeante por el revuelto que estoy haciendo, desprende un olor buenísimo. No es por que lo esté haciendo yo, es que me está quedando muy bueno.

-De verdad no quieres que haga nada? – dice pinchando un mejillón de forma irónica –

-Tampoco te veo con muchas ganas… - respondo con la misma ironía –

-Yo es que no te quiero quitar la ilusión de hacerme la cena… - dice excusándose de forma divertida – sabes lo que me gusta esto? – dice señalando la mesa – los aperitivos… todo lo que sea de comer… - pone los ojos en blanco comiendo patatas – me pondría tan gorda si cenara siempre así…

-Luego lo quemamos… tú no sufras… - digo con total intención haciendo que se ría –

-Me quedaría aquí eternamente… - se recuesta en la silla – qué tranquilidad… - bebe un poco de vino – has comprado muchísima comida…

-Tampoco sabía cuántos días nos íbamos a quedar… - contesto dándole vueltas a la sartén –

-Cuántos días nos vamos a quedar? – pregunta –

-No lo sé – me doy la vuelta sonriendo y sonríe tímida – hasta que te canses de mi…

-Entonces habrá que bajar al pueblo a comprar comida… - responde riéndose – sabes lo que le va a gustar a mi madre que le diga que eres un cocinitas?

-Un cocinitas tampoco… - digo restándole importancia – me gusta cocinar, simplemente…

-Eso huele muy bien… - me da un sonoro beso en la mejilla – pongo la mesa?

-Vamos a cenar en la mesa de fuera… - digo convencido – con unas cosas que he comprado que no puedes ver…

-Qué misterioso… - dice riéndose –

-Te has comido todos los mejillones? – digo mirando el plato boquiabierto –

-Tenía mucha hambre vale? – dice excusándose – además, los mejillones son como los caracoles para mí… - le resta importancia – me puedo comer un kilo de una sentada y seguir comiendo sin ningún problema…

-Te he dicho ya que me encantas? – digo mirándola sonriente – vas a hacer una cosa… - digo apagando el fuego – vas a subir a la habitación o a donde quieras y vas a esperar allí a que yo monte todo esto y no vas a bajar hasta que yo te lo diga…

-Estas de coña? – dice negando con el dedo – con el frío que hace allí arriba?

-Malú! – digo quejándome – va… - le ruego – es solo un momento…

-Más te vale que sea bonito!! – dice con tono irónico marchándose de la cocina –

Sonrío al ver cómo se marcha, toda digna, envuelta en su manta de la que no se ha despegado en todo el día. Suspiro y comienzo a montar los platos conforme lo tenía pensado. Además del revuelto, una ensalada para no perder la costumbre, y varias cosas más de entrantes que sé que le gustan. Pero el toque final son unas velas y una música de fondo romántica. Siempre he querido hacer esto con ella. Cuando lo tengo todo montado, subo las escaleras para buscarla y, cuando me ve, se sorprende. La encuentro mordiéndose las uñas en el borde de las escaleras. Le tapo los ojos mientras baja las escaleras y, al llegar abajo, apago las luces. No hago caso de sus quejas, solo aparto mis manos de sus ojos cuando llego a la mesa y le doy al play.


-Teníamos una cita pendiente, te acuerdas?… - digo pegado a su oído a su espalda –

Aparto un poco su silla y hago que se siente, mirando su cara de sorpresa y vergüenza a partes iguales. Sirvo un poco de vino en ambas copas y me siento a su lado.

-Álex… - dice con tono vergonzoso tapándose levemente la cara – jajajaja – ríe nerviosa – a esto si que le tengo que sacar foto… - dice sacando su móvil del bolsillo, dejándome algo sorprendido por su espontaneidad –

La observo nerviosa, algo emocionada, sin dejar de sonreír, y me contagia. Esta era la cita que tantas veces intentamos tener y que, por fin, podemos disfrutar. Lo primero que hago, antes de nada, es coger la copa de vino. Estoy dispuesto a ponerme trascendental. Alzo levemente mi copa hacia la suya, haciendo que la coja.

-Por la primera de muchísimas más… - digo chocándolas –

Bebemos un poco mientras nos miramos y, tras dejar las copas, se acerca levemente hacia mí y deja un beso ténue en mis labios, acariciándome el rostro. Si había pensado que estaba siendo quizá demasiado romántico, me acaba de demostrar que no, que ella también lo es y que está cómoda con todo esto. 

-Dios, qué bueno te ha salido esto… - dice probando el revuelto – qué lleva?

-Si te lo digo, ya no me necesitarás… - digo en clara referencia a la salsa de su ensalada –

-Jajajaja – ríe –

Tras terminar la cena y terminar casi la botella de vino completa, comienzo a notar el rubor en mis mejillas. Incluso noto algo de mareo, el alcohol está haciendo algo de mella en nosotros. De cualquier cosa, acabamos riéndonos. Cambio una de las canciones y pongo una un poco más movida, invitándola a levantarse. Me mira sorprendida, la salsa es un baile que creo que no se espera que no domine.

-No sé bailar esto Álex… - dice agarrándose a mí –

-Tú agárrate… - digo pegándola a mi cuerpo – yo creo que sí que sabes…

Comienzo a moverme al son de la música, con su cuerpo moviéndose conmigo y si, corroboro que si que sabe bailar esto. El calor del alcohol se entremezcla con el calor que me provoca verla bailar asi, totalmente desinhibida, mirándome con ciertos gestos de deseo. Sin querer, miro esa alfombra en la que acabamos ayer y en la que creo que vamos a acabar hoy. Al acabar la canción, escucho como ríe a carcajadas, agarrándose a mi cuello.

-Para para… - dice casi cayéndose al suelo – que me mareo…

-Jajajaja – río contagiándome – cómo puedes decir que no sabes bailar esto? – digo agarrándola de la cintura – qué calor… - digo con tono exagerado –

-No había bailado así con nadie, que lo sepas… - me señala con la mano apoyando sus manos en el sofá – me querías emborrachar… - dice poniendo una mano en su frente –

-Es posible… - digo acercándome insinuante a ella – lo he conseguido?

-Un poco… - responde tímida – no sabía que bailabas tan bien… - dice tímida – tienes algo más lento? -–dice en tono algo más mimoso –

-Claro… - contesto sonriente cambiando de tema y poniendo una canción más lenta – señorita… - digo agarrando su mano de manera cortés –


-Qué idiota que eres… - dice algo avergonzada agarrándose a mi cuello – podemos hacer esto todas las noches? – dice con tono mimoso –

-Bailar? – digo algo sorprendido –

-Me gusta mucho que me abraces así… - dice abrazándose todavía más a mi cuello y pegando su rostro a mi pecho – me siento tan segura aquí… - dice con voz mimosa –

-Si que he conseguido emborracharte eh? – digo intentando restarle importancia a sus palabras –

-No es por el vino… - dice alzando su mirada – siempre me ha gustado como me abrazas…

Sonrío acariciando levemente su pelo y dejando un beso sobre su frente, sintiendo como sonríe y se acurruca de nuevo en mi pecho, balanceándonos de nuevo al son de la música.

-Y eso sigue gustándome que lo hagas… - alza su mirada – estoy muy ñoña… - dice algo avergonzada –

-Estás cómoda? – pregunto en voz baja –

-Mucho… - responde –

-Entonces puedes ser todo lo ñoña que quieras, no te parece? – digo mirándola –


Siento como se pone de puntillas para besarme en los labios. Un beso lento, que deja paso a sus labios entreabriéndose, con su lengua buscando la mía y encontrándola. Mis manos agarran firmemente su cintura y, después, acaricio su espalda despacio hasta llegar a su pelo. La hago caminar de espaldas hasta llegar al sofá y la dejo caer suavemente sobre él, conmigo encima. Mis labios se dirigen a su cuello, de manera suave, escuchando aparecer de nuevo esos leves gemidos que son la antesala a esa orquesta tan maravillosa que me gusta tanto escuchar conforme va subiendo de tono. Mis manos se pasean por su piel de manera libre, sin reservas, sin descanso, desnudándola y dejando que me desnude. Los dos desnudos, sobre el sofá, con la chimenea encendida, las velas consumidas y la botella de vino vacía, hacemos el amor como si fuera la primera y la última vez. Cada vez que me introduzco en su cuerpo, siento miles de descargas de placer y de amor, de amor intenso, de amor profundo, inmenso, incontrolable, inagotable. El sudor de su cuerpo y el mío se entremezclan como nuestros gemidos y nuestros suspiros, que se vuelven uno solo al llegar al orgasmo casi a la vez, primero el suyo y, al verla arquear la espalda y escuchar esos gemidos, como ya va siendo la norma, sin poder evitarlo, el mío. Y así, como si las fuerzas no se gastaran salvo cuando los dos estamos plenamente satisfechos, nos quedamos abrazados en el sofá, despiertos, sin hablar, acariciándonos, tras nuestra primera cita. Esa primera cita que tantas veces intentamos tener y que tantas veces pensamos que nunca podríamos hacer realidad. 

CAPÍTULO 110: CAMINANDO

Bien abrigados, salimos de la casa poco antes de comer. Me apetece pasear con ella, aunque haga un frío de tres pares de narices. Automáticamente, al salir por la puerta, su mano y la mía se entrecruzan y comenzamos a andar sobre la nieve sin un rumbo fijo. No conozco la zona, así que no vamos a alejarnos mucho, lo suficiente para observar el paisaje tranquilamente y respirar aire puro.

-Cuántos grados marcaba? – pregunta Malú refiriéndose al termostato de la casa –

-3 bajo cero – respondo sonriendo –

-Esto le viene genial a mi cutis… - dice riendo –

-A tu cutis no le hace falta nada… - digo mimoso –

-Por favor… - responde poniendo los ojos en blanco – eres muuuuy pelota eh? – se agarra a mi brazo – no te parece increíble estar paseando por aquí? – dice mirando alrededor – es muy bonito –

-Mucho… - respiro hondo – las pequeñas cosas… - digo reflexivo – ven, vamos a hacernos una foto… - digo sacando mi móvil –

-Álex, que voy sin maquillar ni nada… - dice desganada –

-Y? – pregunto negando con la cabeza –

Pegamos nuestras cabezas y alargo mi mano para inmortalizar el momento a modo selfie. Al fondo, el paisaje del pueblo, todo nevado, con la montaña de fondo. Sonrientes, la foto plasma quizá un momento único. Quizá nuestra primera foto con las cosas claras del todo. Malú observa la foto y sonríe, soltando un pequeño suspiro y echando a caminar delante de mí. Guardo mi móvil y camino tras ella. Se ha quedado un tanto pensativo, o eso creo. La alcanzo y camino a su altura, sin hablar, hasta que ella rompe el silencio.

-Ojalá hubiéramos hecho esto antes… - dice de repente mientras la observo –

-Te has puesto triste de repente… - digo metiendo mis manos en los bolsillos –

-No te sientes culpable por sentirte feliz?

La miro sorprendido. Es justo lo que estaba pensando en este momento. Y entonces recuerdo las palabras que Tere me dijo en la UCI. Malú es la que mejor me iba a entender. Me siento culpable por sonreir a veces. Estos días, cuando he sonreído y me ha venido a la cabeza lo que pasó hace unos días, no he podido evitar sentirme culpable. Culpable por ser capaz de sonreír después de todo lo que vi ese día. Culpable por haber sobrevivido. Resoplo y freno mis pasos, sentándome sobre la nieve, con la espalda apoyada en una roca, haciendo que Malú me imite. No decimos nada, tampoco sé muy bien qué decir, supongo que no puedo decir nada para que ella se sienta mejor.

-No tenía que haber sacado el tema… - dice con cierto tono de amargura –

-No sabes cuánto agradezco poder hablar de esto con alguien… - digo entrelazando mi mano con la suya – estos días no han sido fáciles… - agacho la cabeza – uno no sabe como sentirse y… - suspiro – creo que es mejor hablarlo, no crees? – asiente – es absurdo, pero me he sentido culpable por sobrevivir… - digo sincero – creo que, a quién se lo preguntes de los que estuvieron allí… te contestaría así…

-Es que no sé cómo sentirme Álex… - dice con cierto tono de desesperación – me siento tan feliz de estar aquí… - se abraza a mí – de estar aquí contigo… de… - hace una pausa – de estar viva… - resopla – pero, a la vez, me siento tan mal… - siento como comienza a sollozar – me siento tan mal si pienso en que dentro de unos días es Navidad y va a haber tanta gente que no va a estar… - niega con la cabeza – si me escuchara cualquiera diría que soy una exagerada… una demagoga…

-No lo eres… - me apresuro en contestar –

-Pero es que me siento así de verdad… - dice en tono sincero – jamás en mi vida había visto tantas cosas tan… - cierra los ojos fuerte – tanta gente tapada con sábanas que sabía que ya no estaban… - se instaura un nudo en mi garganta – ni siquiera he podido hablar de esto con mi madre… ni con Vero… - niega con la cabeza – son cosas demasiado fuertes como para contarlas… - suspira – por eso verme en una foto sonriendo es como… - suspira de nuevo – siento como que no tengo derecho… - asiento sintiendo lo mismo – te pasa lo mismo?

-Exactamente lo mismo… - respondo – pero luego, si lo piensas, tenemos más derecho que nadie, no te parece? – me mira fugazmente –

-Leí lo que escribiste el otro día… - dice sin mirarme – me sentí tan identificada… pero es tan difícil hacer entender eso a la gente… - suspira – me he sentido un poco juzgada estos días… - resopla – con eso de que se han enterado que estuvimos allí… aunque no haya trascendido mucho pero… - suspira –

-Malú… - hago que me mire – yo pasaba por allí y tú fuiste a buscarme… y da igual cómo nos llamemos, y a qué nos dediquemos… y el 99% de la gente lo entiende así… pero siempre va a haber alguien que lo tergiverse… - asiente – gente que jamás va a empatizar con nada, pero eso no te tiene que importar… - suspiro – te preocupa mucho que la gente sepa cosas de ti… - siento como se pone incómoda – y eso no es malo, no es malo tener un concepto de vida privada como el que tu tienes, yo también lo tengo y lo sabes… pero lo que no te tiene que importar es lo que piensen… - hago que me mire – opinar van a opinar siempre, lo llevan haciendo toda tu vida, o no? – asiente tímida – pero qué más da lo que piensen?

-Es que siento que diga lo que diga a partir de ahora, alguien va a pensar que no está bien… - alzo una de mis cejas – si me apetece decir que estoy feliz, o que estoy triste, o…

-Mira… - saco mi móvil – vamos a acabar con esto…

-No subas esa foto Álex… - dice suplicándome –

-Y por qué no? – digo mirándola – claro que vamos a subirla… y vamos a decir que la vida se disfruta a cada segundo – digo convencido – y el que no lo quiera entender, que no lo entienda… - me mira nada convencida – dos segundos Malú… - digo mirándola – si esa bomba explota dos segundos antes, tú y yo no estaríamos aquí… - digo poniéndome excesivamente intenso – a tomar por culo…

-Ahora si que ya van a decir que estamos juntos… por si quedaba alguna duda - dice con un gesto que no consigo descifrar –

-Lo estamos no? – digo mirándola y sonríe avergonzada – quieres esperar? – digo apiadándome un poco –

-No… - responde tímida –

-Vale…  - respiro hondo – perdona – río – a veces se me va un poco la pinza, me he pasado… - digo guardando el móvil y desechando la idea de subir esa foto –

-No cielo… - se apresura en contestar – no es eso… - dice algo apurada – me gusta que seas así…

-Cielo… - respondo enternecido repitiendo cómo me ha llamado –

-Ay… - se queja avergonzada – es solo que… - sonríe, mira hacia el frente y saca su móvil – nos hacemos otra foto?

-Claro… - respondo sonriente –

Entrelaza su mano con la mía y, con su otra mano, saca una foto con la nieve de fondo, enfocando nuestras manos. Sonrío al verla. Me parece una foto muy bonita. Sonríe y guarda su móvil, apoyando su cabeza en mi hombro mientras seguimos sentados en la nieve, notando ya un poco de frío de estar tanto tiempo ahí. Decido destensar un poco la situación, cojo un poco de nieve y la lanzo hacia ella de lado.

-La has cagado… - susurra –


Acto seguido, me empuja y me hace caer de lado al suelo, lanzándome un bolazo en toda la cara. Qué bestia es a veces, pero me encanta. Su risa se entremezcla con el sonido de la nieve entre nuestras manos. Y, lo mejor de todo esto, es que, en este preciso momento, no me siento culpable por reírme.  

CAPÍTULO 109: LO QUE NUNCA HICIMOS

Me despierto con una sensación de entumecimiento importante, pero con una paz impropia de estos días. Me he despertado casi todas las noches asustada al haber soñado que ya no estaba conmigo. Que aquella tarde le había visto morir delante de mí y no había podido hacer nada. Y ahora, al abrir los ojos, y verle durmiendo a mi lado, la paz me inunda. No solo es que esté vivo, es que está conmigo. Lo de anoche es la prueba más fehaciente que, lo que llegué a sentir hace tiempo, no se había ido, sino que había ido aumentando de intensidad a pesar de empeñarme en acabarlo. Le quiero. Le quiero más de lo que he querido nunca a nadie en mi vida. Y es una sensación tan bonita y tan tremenda que no puedo apartar mis ojos de él. Hasta su forma de abrazarme mientras duerme es preciosa. Cuando uno duerme, su subconsciente se apodera de él, así que, incluso en su subconsciente, es capaz de emocionarme.

Me quedo durante unos minutos observándole. Respira pausadamente y eso me transmite una sensación de comodidad inmensa. Me quiere, lo sé. Y creo que es la primera vez que estoy segura de eso en mi vida. Creo que no he estado tan segura de algo así nunca. Y nunca había hecho el amor como anoche. Nunca, al sentir que lo estábamos haciendo, he tenido ganas de llorar de tantas emociones, de tantos sentimientos. Nunca había llorado en un momento así. Le he echado tanto de menos que, cuando ayer me dí cuenta que le podía haber perdido para siempre, no pude más. Cuando me di cuenta que me podía haber perdido todos esos sentimientos tan profundos, todos esos sentimientos que uno, en su subconsciente, intenta encontrar con alguien, me pudo la emoción. Y lo mejor de todo es que a él también. Es tan cariñoso, ni siquiera sabía que lo era tanto. Me abruma que lo sea, pero me encanta, me acostumbraré, nadie me había tratado así. Nadie me había hecho sentirme tan especial, tan única, tan imprescindible.

Le observo en silencio, pensando en todo y en nada, hasta que noto como se va despertando. Al abrir levemente uno de sus ojos, le veo sonreír al verme. Así me quiero despertar todas las mañanas, lo acabo de decidir. Sabía que yo era una persona romántica, pero no sabía que podía llegar a ser tan sumamente ñoña. Y me encanta sentirme así, porque es de manera sincera, no es que me esté obligando a sentirme así, es que me siento única en este momento. Este momento es único. Como todos los que pienso vivir con él a partir de ahora. No pienso volver a separarme nunca más de él, he tenido tanta suerte que sería gilipollas si lo hiciera. Pase lo que pase, quiero estar con él, y sentir esa idea de una manera tan fija, tan segura, me hace sentirme en paz.
Al sonreír, me abraza todavía más y no puedo evitar reírme.

-Buenos días preciosa… - susurra con voz de dormido –

-Buenos días guapo... – digo totalmente entregada – has dormido bien? – le pregunto suavemente –

-Es la primera vez en muchos días que duermo del tirón… - dice sin abrir los ojos – y es la primera vez en muchos días que me despierto sonriendo… - dice con los ojos todavía cerrados –

Me parece tan bonita y tan real esa frase. Poder sonreír después de lo que pasó me parecía casi misión imposible. Pero es posible. Es posible hacerlo y no sentirse culpable.

-Qué hora es? – pregunta incorporándose un poco y dejando un beso en mis labios –

-No lo sé… - digo mirándole – y no me importa mucho… - digo sincera, sonriendo –

-Pfff… - se deja caer de nuevo a mi lado – ni a mí… - dice sincero – me importa tres cojones la hora que sea, yo me quedo aquí… - se vuelve a abrazar a mi cuerpo haciéndome reir con ganas – lo único que pasa es que me estoy meando…

-Jajajaja! – estallo en una carcajada – y yo… - digo apretando las piernas –

-Se me ocurre una cosa… - dice poniéndose sobre mí de repente – te llevo al baño… - besa mi cuello – nos duchamos juntos… - resoplo cerrando los ojos al notar sus besos – y después te preparo una taza de café bien caliente…

-Mmmm… - susurro sonriendo – y después? – pregunto pícaramente –

-Y después volvemos a esa alfombra… - dice mirándome alzando una ceja, con un gesto tan sexy que estoy a punto de lanzarle directamente al suelo y pasar de todo lo anterior –

-Me parece un muy buen plan… - digo aparentando normalidad –

El sonido del agua de la ducha se entremezcla con su aliento en mi espalda. Los dos, desnudos, con el pequeño calefactor enchufado para no morirnos de frío, entramos en la ducha. Veo como el agua cae sobre él, está a la temperatura perfecta. Me deja espacio para que el agua me englobe por completo, rozando mi piel suavemente y ofreciéndome el bote de gel. A veces me he duchado acompañada, pero esta vez es diferente. Es algo que no he hecho con él nunca, por lo tanto, es otra cosa nueva más. Nos miramos mientras impregnamos nuestros cuerpos de gel y lo aclaramos con agua. El champú hace que su pelo se difumine entre tanto jabón. Me encanta mirarle desnudo, no me da vergüenza hacerlo. Tras aclararnos el pelo, nos quedamos mirándonos unos segundos hasta que, bajo el agua de la ducha, se acerca a mí, agarrándome de la cintura y besándome. Gimo al notar el frío de los azulejos en mi espalda, pero no pienso moverme de ahí. Me alza los brazos hacia arriba, dejando besos por mi cuello, bajando a mis pechos, y volviendo a subir. No necesito apenas preliminares, no necesito nada más.

Agarra mi pierna izquierda por el muslo y me hace elevarlo para cruzarlo por su espalda y pega su pelvis a la mía. Me mira con tanto deseo que el frío de los azulejos me parece poco comparado con el escalofrío que me recorre. Me hace agarrarme a su cuello y entrelazar mi otra pierna por sus caderas para introducirse en mi cuerpo. La sensación de placer es tan tremenda que agradezco que esa casa esté alejada de todo, habríamos despertado a medio vecindario. Me desea, y sentirse deseada es lo mejor que le puede pasar a cualquiera. Sentir que estás haciendo el amor con alguien que se eriza solo con mirarte es una sensación maravillosa.

Me sorprendo con la fuerza con la que me sostiene entre sus brazos, ni siquiera estoy haciendo fuerza con los míos para no caerme, todo lo está haciendo él. Todos los movimientos, acompasados con los míos, son perfectos, al ritmo perfecto, a la intensidad perfecta para que sienta que voy a llegar a un orgasmo brutal de un momento a otro. Cuando creo que va a pasar, se queda quieto y me hace ponerme de pie, dándome la vuelta y pegando su mano derecha a mi entrepierna. Desde ahí, haciéndome elevar una pierna y apoyándola en el estante donde hemos dejado el champú, vuelve a introducirse en mí, moviendo su mano al mismo tiempo que mueve sus caderas. Un temblor de piernas constante me invade. Me encanta que sea así, tierno pero salvaje, cariñoso pero pasional. Con su mano izquierda, me agarra fuerte de las caderas para que no me separe ni un solo centímetro de él, no pensaba hacerlo. Elevo mis brazos y me agarro al enganche de la ducha. Mis gemidos son tan profundos, salen tan de dentro, que creo que podría quedarme hasta afónica si sigo así. Sus labios besan mi cuello desde atrás, hacia mi espalda. No dice nada, solo gime conmigo. Su mano se mueve a una velocidad tan perfecta, igual que sus caderas, que solo tengo que dejarme llevar y, tras unos segundos, me agarro fuerte al enganche de la ducha mientras mi cuerpo tiembla y me sostengo para no caerme redonda al suelo. Me abraza con su mano izquierda, sin dejar de besarme el cuello y de respirarme pegado a mi oído. Creo que también ha llegado, aunque ahora mismo no puedo pensar con claridad. Apoya su barbilla en mi hombro, resoplando, dejando tenues besos por mi cuello mientras recobramos la respiración. Se me hace difícil con tanto calor ahora mismo.

-Dios… - susurra respirando acelerado – me vuelves loco… - dice con voz tremendamente sensual –

-Ahgg… - suspiro mareada – no me sueltes… - le pido y noto como me agarra fuerte de la cintura – que me tiembla todo… - digo escuchando como ríe levemente –

-Ven… - me da la vuelta y gira levemente el grifo de la ducha para que salga un poco más fría –

-Ahgg… - vuelvo a gemir al notar el agua templada sobre mi cuerpo – qué gusto… - digo agradecida –

Me besa en los labios de manera lenta, entreabriéndolos, dejando que se cuele algo de agua por ellos y se abraza a mí. Nos quedamos unos instantes así, bajo el agua, sin hablar, no hace falta decir una sola palabra. Y así, sin decir nada, apaga el grifo, agarra la toalla sacando la mano por la mampara y me cubre, secándome primero el cuerpo y, después, el pelo. Sonrío de una forma tan amplia que hasta me duelen las comisuras de los labios. Me encanta que sea así, me encanta que me haga sentirme tan especial.

-Voy a secarme el pelo que tiene que hacer un frío fuera… - digo vistiéndome –

Su forma de sonreír es tan sincera… es tan bonita esa forma que tiene de decirme sin palabras tantas cosas… Nada más secarme el pelo, salgo del baño, notando un poco de frío a pesar de llevar ya la ropa puesta. Cojo la manta de encima de la cama y me envuelvo en ella. Al bajar las escaleras de la casa, noto el olor a café recién hecho, uno de mis olores favoritos. Al entrar a la cocina, le veo ahí, apoyado en la mesa, casi sentado, con una mano en el bolsillo, de espaldas a la puerta, y mirando por la ventana. Sonrío y agacho la cabeza incluso avergonzada. Creo que a cada segundo que pasa, estoy más enamorada. Y no me da vergüenza sentirme así, que es lo mejor de todo. Se gira al escucharme y agarra la cafetera, llenando una de las tazas de café y ofreciéndomelo. Lo agarro sonriendo y miro por la ventana, notando como camina hacia mí y, desde atrás, me abraza, apoyando su barbilla de nuevo en mi cuello.

-Qué bien hueles… - dice dulce – has visto qué paisaje? – miro hacia la ventana y sonrío –


Todo está lleno de un color blanco, mezclado con algo de verde de los árboles que están repletos de nieve. La montaña y el invierno siempre me han gustado, pero hoy todavía más.

-He encendido la chimenea otra vez… - dice dejando un beso en mi cuello de manera tierna – se había quedado helada la casa…

-No será por lo que ha pasado en la ducha… - digo con voz juguetona –

-Creo que no voy a poder ducharme sin ti nunca más… - dice riendo – quieres que luego salgamos a dar una vuelta? – me giro hacia él algo sorprendida – y te dejo que me tires bolas de nieve en las bolingas…

-Jajajajaja! – estallo en una carcajada –

-Pfff… - resopla apoyando de nuevo su barbilla en mi hombro – cómo me gusta poder estar así contigo… - me abraza todavía más fuerte – creo que hoy estoy extremadamente mimoso… - acaricia mi abdomen despacio –

-Todavía más? – pregunto algo burlona – me sube el azúcar a cada segundo… - respondo sonriendo –

-Y más que te va a subir… - dice besándome el cuello – que tengo mucho azúcar acumulado…

-Qué va a pasar cuando volvamos? – digo sin saber muy bien por qué viene ese pensamiento a mi mente –

-Qué va a pasar de qué? – pregunta algo extrañado mirándome –

-No creo que quiera separarme de ti… - digo sincera, sujetando mi taza de café –

-Bueno… - noto como se alza de hombros – y por qué vamos a tener que separarnos?

Me giro hacia él y dejo la taza de café sobre la mesa. Abro mi manta y le abrazo, haciendo que me abrace también. Creo que yo también estoy extremadamente mimosa hoy.

-No sería pronto? – pregunto algo temerosa y me mira extrañado – para vivir juntos o algo así…

-Pronto… - sonríe –

-Es igual, no me hagas caso… - digo algo avergonzada – no sé por qué estoy hablando de esto…

-Hemos perdido tanto tiempo hasta ahora… - alza mi barbilla cuidadosamente – que no me puede parecer pronto nada de lo que hagamos… - dice mirándome – si los dos queremos, por qué va a ser pronto?

-No sé… - contesto algo tímida – es que nunca me había planteado eso con nadie tan… - sonrío de lado – rápido…

-Pronto… rápido… - niega con la cabeza – sabes cuánto tiempo hace que sé que te quiero? – resoplo algo abrumada… me supera cuando me habla así – me encanta cuando te sonrojas… - dice riendo –

-Para… - digo fingiendo enfado –

-Con todo lo que ha pasado entre nosotros… - vuelve a agarrarme de la cintura – estaría loco si pensara en separarme de ti… - me agarra con ambas manos el rostro – al ritmo que tu quieras, de la forma en la que tu quieras… - dice mirándome – pero juntos… vale? – pregunta dulcemente antes de dejar un beso en mis labios –

-Vale… - respondo sonriendo –

-Además… - se echa un chorro de café en una de las tazas – vivimos a dos calles… - habla mirando por la ventana – ahora si que nos podemos hacer la pregunta esa de… - carraspea – Qué somos? – dice mirándome con voz trascendental –

-Tú muy gilipollas – contesto riéndome –

-No esperaba menos de esa respuesta… - dice riéndose -

martes, 3 de enero de 2017

CAPÍTULO 108: EL CENTRO DE MI EXISTENCIA

La alfombra situada frente a la chimenea hace que el suelo no esté frío, aunque, por muy frío que estuviera, no sería capaz de enfriarme por dentro. Sentada sobre mí, a horcajadas pero con su espalda curvada para poder besarnos, hace que mi espalda contacte por completo con el suelo. La de noches que me habré dormido pensando en que esto no iba a volver a pasar nunca. Y ha vuelto a pasar, por cosas que solo comprenderá el destino quizá, pero está pasando. Estoy sintiendo tantas cosas que ni con suspiros, ni escuchando sus gemidos tenues todavía, ni intentando respirar hondo, podría contener mis emociones. La quiero y me quiere, y no hay más, y no hay más vuelta de hoja, no hay más medias verdades, no hay más sentimientos ocultos que, por vergüenza, nos dé miedo expresar. No hay ahora mismo espacio para nada más que no sea besarnos como si no hubiera un mañana.
Su pelvis contra la mía, moviéndose despacio, sin prisas, pero con un punto de desesperación que hace que mi excitación aumente. Así llevamos un buen rato, sin quitarnos la ropa, colando nuestras manos por debajo de ella, acariciándonos, sintiéndonos como creo que nunca lo hemos hecho. Me he parado a pensar un segundo cuánto tiempo llevaba sin sentirla así. Demasiado. No he podido evitar pensar en aquel día en la playa, quizá el más especial que habíamos vivido hasta ahora. Quizá el día en el que me di cuenta que aquello no era solo sexo, que era mucho más. Hoy es mucho más, muchísimo más. Hoy es la necesidad de saber que, cuando me toca, estoy vivo, y, cuando la toco a ella, también lo está.

El calor que desprende la chimenea, unido al calor que me provoca su cuerpo sobre el mío, me hace elevar su camiseta, como si así fuese yo a tener menos calor. Pero nada de eso, tengo mucho más calor si veo su abdomen al descubierto y su sujetador cubriendo sus pechos, que suben y bajan al ritmo de una respiración ya un poco más acelerada. Me incorporo, con ella sentada encima de mí, y lanzo su jersey al sofá. Cualquier cosa que no sea su piel, me va a molestar ahora mismo. Acaricio su espalda mientras nos besamos de manera lenta, dulce, pero apasionada, abriendo bien los labios como si consiguiéramos así más aire que meter en los pulmones. Puedo ver como cierra los ojos cada vez que nos besamos. Los abro solo para mirarla aunque sea un pequeño instante, y la veo así, con los ojos cerrados, haciendo que me muera de amor. Cuando descubre que la estoy mirando, ríe nerviosa, agarrándome la cara con las dos manos y volviendo a besarme, acariciándome el pelo. Cómo me gusta que haga eso. Sin quitarse de encima de mí, no voy a dejar que lo haga, levanta mi camiseta para hacer lo mismo que yo, quitarme esa prenda de ropa que ya no le sirve. Lanza mi camiseta al suelo, mientras mueve sus caderas sobre las mías para intentar pegar todavía más su cuerpo al mío. Mis manos ya pasean libres por su espalda, por sus glúteos, todavía cubiertos por sus pantalones, pero que tan poco tiempo le van a durar puestos.

Si tuviera que poner una música a este baile que hemos empezado, sería una música llena de violines de fondo, llena de armonías que emocionan nada más escuchar la primera nota. Agarro su cintura y hago que su espalda se tumbe sobre la alfombra, comenzando a besarla desde el abdomen, subiendo lentamente hasta su escote, su cuello, y llegando a sus labios. No lo hago de manera lasciva, no es así. Solo quiero recorrer con mis labios cualquier poro de su piel, a ver si así consigo no olvidarme de ningún centímetro de su cuerpo. Mis caderas sobre las suyas, tumbado sobre ella, se mueven solas, a un ritmo lento. Sus piernas se enganchan, todavía vestidas, a mis caderas, haciendo que pueda separarme. Tampoco iba a hacerlo. Beso su cuello hasta llegar a su oreja. Estoy tan sensible ahora mismo que no puedo evitar ser ñoño.

-Te quiero… - susurro pegado a su oído –

La escucho reírse tímida y siento sus manos entrelazarse por mi espalda, mientras sigo dejando besos por su cuello. Hubo veces, hace tiempo, que tuve que hacer verdaderos esfuerzos mientras hacíamos el amor, por no decirle algo así, aunque de verdad lo sentía. Y, cuando lo sentía, me sentía mal por ese sentimiento. Hoy no, hoy no me siento así, hoy siento que, si no se lo digo, le estaría mintiendo. Hoy siento que puedo decírselo con tanta libertad que estaría a cada segundo repitiéndolo. Mis manos rozan el borde de su sujetador. Quiero quitárselo, quiero volver a ver su cuerpo entero, sin ropa, poder tocarlo, poder besarlo sin pudor, sin prisa pero sin descanso, hasta quedar exhausto. Noto como apoya sus codos en la alfombra y se incorpora un poco, como diciéndome que puedo desabrocharlo cuando quiera. Lo hago notando que mis manos tiemblan levemente. Por qué tiemblo? Si lo he hecho más veces. Pero es como si, esta vez, fuese la clave. Como si todo lo que pase esta noche aquí, frente al fuego, vaya a marcar un antes y un después en nosotros. Sin duda lo va a hacer. Llevo tantos días diciendo que he visto cosas en la última semana que jamás voy a borrar de mi mente, que siento un gran alivio al saber que, por fin, una de esas cosas va a ser buena. Este momento se va a quedar grabado a fuego para siempre en mi vida.

Desabrocho el sujetador y lo lanzo hacia el sofá, haciendo que sonría tímida cuando me quedo observándola sobre ella. La hago tumbarse de nuevo, necesito pasear mis labios por esa zona. Sin pudor ninguno, acaricio sus pechos y paseo mi boca por ellos, haciendo que mi mente recuerde esos gemidos que tanto me hacían perder la cabeza hace ya tanto tiempo. Cómo he podido estar tanto tiempo sin volver a escucharlos? Arquea su espalda y eleva su pelvis para pegarla a la mía cada vez que nota que mi lengua entra en contacto con esa parte de su piel. No puedo evitar necesitar besos sus labios con tranquilidad. Desnuda de cintura para arriba, abrazada a mí, recibe mis besos imprimiendo un suave movimiento en sus labios, acariciando mi espalda que ya parece estar cicatrizando de tanta herida, tanto por dentro como por fuera. Sus manos acarician mi torso desnudo y me hacen separarme un poco. La observo mirarme. Son solo unos segundos, pero me parece el momento más bonito que he vivido hasta ahora, ese justo, este justo momento en el que me mira haciéndome saber que me ha echado de menos.

Sin dejar de besarla, dirijo mis manos al borde de su pantalón y lo desabrocho con lentitud. Decido colar una mano entre el pantalón y sus braguitas, de manera suave, nada de prisas, tenemos todo el tiempo del mundo. Al notar mi mano en la zona, exclama un pequeño pero sonoro gemido que me hace resoplar y sonreír a la vez. Me mira mordiéndose el labio. No se puede ser más sexy pero tierna a la vez, es imposible. Levanta sus caderas para que le libere de esos pantalones que tanto me están estorbando. Los bajo despacio, quedándome a sus pies y reptando por sus piernas cuando ya no hay pantalón que las cubra. Sonríe tímida al ver cómo la estoy mirando. Besos sus muslos con delicadeza, acariciándolos por la parte externa y besándolos por la parte interna, hasta que mis manos se aferran a sus braguitas. Necesito quitárselas, necesito verla desnuda por completo. No opone resistencia, aunque su forma de mirarme me hace saber que su vergüenza está apareciendo.

Cuando está desnuda por completo, paso de largo y repto por su cuerpo hasta tumbarme sobre ella. La beso en los labios con todo el amor que puedo respirar en este momento. Acaricio su rostro mientras la observo. Me mira fijamente, sonriendo. Es la sonrisa más sincera que he visto en mi vida. Está cómoda y yo también lo estoy, más que nunca.

-Tienes frío? – acierto a preguntar en voz baja –

-No… - responde susurrando sin dejar de mirarme –

-Quieres que vayamos a la cama? – pregunto dejando varios besos en sus labios –

-No… - vuelve a responder, con un gemido ahogado –

La observo detenidamente. Nunca había visto esa mirada en ella, con una mezcla de emoción y pasión a partes iguales y de nuevo vuelvo a sentir la necesidad de decírselo. No quiero callármelo más, no quiero guardármelo, quiero decirlo cada vez que lo sienta, como si tiene que ser a cada segundo.

-Te quiero… - susurro dejando un beso en sus labios – te quiero… - vuelvo a repetir, completamente entregado –

-Dios… - susurra – y yo a ti… - dice con un tono de desahogo –

Nos miramos unos segundos. Su forma de decírmelo es casi como lo que siento yo. Como si estuviera harta de haber estado callada todo este tiempo y ahora, cada vez que sabe que puede decirlo, sienta una sensación de tranquilidad inmensa. Comienzo a bajar por su cuerpo, dejando besos en su cuello, en sus pechos, en su abdomen, hasta llegar a sus muslos. Con mis manos, hago que entreabra un poco las piernas. También necesito que mis labios contacten con ella así. Al notar mi aliento sobre la zona, escucho como suspira y siento como acaricia mi pelo de manera suave. Así tiene que ser, suave, no hace falta que me diga nada más. Va a ser como ella quiera, hasta cuando ella quiera.

Sus gemidos se hacen más evidentes cuando mi lengua comienza a moverse. Van in crescendo, despacio, lentos pero firmes, clavándose en mis oídos de una manera irreversible. Me encanta escucharla desde aquí. Me encanta saber que puedo provocar esto en ella. Con mis manos acaricio su abdomen y sus manos se entrelazan de vez en cuando con las mías, hasta que noto que sus caderas comienzan a moverse, pidiendo más. Hago que mi boca se mueva más rápido, guiándome por sus gemidos, cada vez más altos, más acelerados, más desesperados. No pienso hacer que espere, yo tampoco puedo esperar.

-Álex… - susurra gimiendo – sigue… - me suplica -

El mismísimo paraíso, lleno de árboles, de manantiales, de animalillos pululando por ahí, se quedaría corto con la sensación que me está provocando escucharla así. Vuelvo a pensar cómo he sido capaz de sobrevivir sin escuchar esto, sin sentir esto, y sé que nunca voy a volver a sentirlo con otra persona que no sea ella. Y esa sensación me da miedo durante unos segundos. Me da miedo y me gusta a la vez. Sus gemidos siguen subiendo cuando creía que no podrían hacerlo más alto, pero pueden, pueden seguir subiendo todo lo que quiera.

Tras varios segundos con los gemidos a todo volumen, seguidos, sin descanso, un gemido ahogado sale de su boca, noto como se tensa, eleva la pelvis hacia mí, se queda con la espalda arqueada y, segundo después, otro gemido ahogado hace que su espalda vuelva a contactar con el suelo, moviendo las caderas lentamente hacia mí. Su respiración acelerada y sus manos sobre mi pelo, pidiéndome que pare, me hacen saber que el primer orgasmo de los muchos que pienso provocarle a partir de ahora, ya ha pasado. Siento como tiembla y cómo me hace temblar a mí ese momento. Repto por su cuerpo hasta quedar con mi rostro entre el hueco de su cuello y su hombro izquierdo, con mi respiración pegada a su oído y la suya al mío. Me abraza, sin decir nada, solo me abraza haciendo que mi torso se pegue al suyo, respirando a la vez, metiendo y sacando el aire que parece querer escaparse de nosotros. Tras unos segundos así, la observo. Me mira, cerrando los ojos todavía para poder respirar acompasadamente. Nos besamos lentamente, hasta que me hace voltear en el suelo, quedando a horcajadas sobre mí de nuevo, pero, esta vez, completamente desnuda. Me siento en el suelo, con ella sobre mí, besando su cuello sin descanso, haciendo que siga gimiendo pero, esta vez, más pausadamente.

Sus manos se dirigen a mi pantalón, a mi también está empezando a sobrarme. Desabrocha el botón y baja la cremallera y la ayudo a que me lo quite. Mis bóxers no pueden disimular la excitación que me provoca. Una excitación que hasta me duele. Despacio, desliza mis boxers por mis piernas, dejándome desnudo, como ella. Me hace tumbarme en el suelo y decide que es el momento de que me quede quieto. No puedo explicar la sensación que me está provocando. Solo consigue que me quede quieto durante unos segundos. No soportaré mucho más verla así, así que, tras unos segundos, me incorporo de nuevo y hago que se tumbe en el suelo. Se queja levemente, riendo, pero necesito tumbarme sobre ella y dejarnos llevar de otra manera. Agarro sus manos y las elevo por encima de su cabeza, suavemente, mientras nuestras caderas se mueven a la vez, todavía sin contactar íntimamente. Escucharla gemir así, tan relajada, tan cómoda, hace que no pueda evitar sonreír. Suelto sus manos y, automáticamente, las dirige a mi espalda y baja por ella hasta llegar a mis nalgas. Las aprieta contra ella, mientras me muevo todavía de una manera suave.

Tras varios minutos así, deseando hacerlo, pero queriendo alargar más el momento para disfrutarlo todavía más, me dispongo a dar el siguiente paso. El paso definitivo. Sin dejar de mirarnos, lentamente, más lento que en toda mi vida, me introduzco en ella. A cada centímetro de piel que contacta, la sensación es todavía más placentera, todavía más emocionante, se me eriza la piel. Solo dejamos de mirarnos cuando tenemos que cerrar los ojos porque el placer nos impide mantenerlos abiertos pero, como si los dos sintiéramos que tiene que ser así, los volvemos a abrir y nos volvemos a mirar, hasta que llego a introducirme del todo en su cuerpo. No puedo evitar gemir al hacerlo. No puedo evitar esconder mi rostro en su cuello. Siento unas ganas de llorar inmensas ahora mismo, pero debo aguantármelas. Es una mezcla de placer, de emoción intensa, imposible de controlar. No es sexo, definitivamente no lo es. Es el saber que, hace una semana, podríamos habernos perdido para siempre y, ahora estamos aquí. Es el saber que lo que sentimos es correspondido y, quizá es la primera vez que lo sentimos de una manera tan intensa.

Mi mano derecha se posa en su muslo izquierdo, mientras me muevo despacio, lento, dentro de ella. Suspira y gime levemente, cerrando los ojos igual que los cierro yo. Cuando los abre, noto como se le han empañado los ojos.

-Cariño… - susurro intentando aguantarme las ganas de llorar que también tengo ahora mismo – schh… - digo en voz baja acariciando su rostro – no pienses en nada… - le digo sabiendo por qué está así –

-Álex… - susurra emocionada, acariciándome el pelo – joder… - dice en voz baja –

-No pienses… - vuelvo a decirle pegado a su oído – no sabes cuánto tiempo llevaba deseando volver a tenerte así… - digo moviéndome lento –

-Y yo… - se apresura en contestar, aferrándose a mi espalda – te quiero… - dice con un tono claro de emoción –

-Y yo a ti…. – respondo sacando mi rostro de ese escondite que había encontrado en su cuello – no sabes cuánto… - digo volviendo a mover mis caderas dentro de ella –

Sus esfuerzos y los míos por no llorar en ese momento están resultando un poco inútiles. Siento hasta la necesidad de hacer los movimientos más profundos, para intentar ahogar esa emoción tan intensa que estoy sintiendo y transformarla solo en placer. Creo que lo consigo porque sus leves sollozos se transforman en gemidos de nuevo. Gemidos que voy acompañando con los míos con cada movimiento, cada un poco más rápido y luego volviendo a ser lento, en la misma posición, yo sobre ella. Me quedaría así eternamente, pero, tras varios minutos, mi excitación me impide seguir de un modo que no sea más rápido. Noto como la suya también necesita más. Imprimo movimiento más rítmicos, más rápidos, con todos mis sentidos a flor de piel. Nos besamos, esta vez, con desesperación, mientras mis caderas se mueven cada vez más rápido. No podré aguantar mucho más, no puedo más, el placer me está inundando de una manera que no recuerdo haber sentido en mi vida. Sus gemidos, ahora sí, intensos, mezclados con los míos, más intensos que en toda mi vida, se entrelazan al compás. Siento su cuerpo quebrarse, su espalda arquearse y, como si fuera algo automático, me pasa lo mismo, casi al mismo tiempo, como si hubiéramos sincronizado los relojes.

Caigo rendido sobre ella, sintiendo su pecho elevarse desesperado por respirar. Vuelvo a esconder mi rostro en mi sitio favorito, sintiendo el tacto de su pelo en mis mejillas, su olor, sus manos en mi espalda, acariciando esas heridas que, aunque estuvieran abiertas, no podrían dolerme. Tras unos segundos, siento como su pecho se mueve sollozando y alzo mi mirada. Nada más verla así, no puedo evitar imitarla. Las ganas de llorar me poseen, me poseen del todo, ya no puedo frenarlas. Nos abrazamos sabiendo que ese momento, quizá el más bonito que hemos vivido juntos, podría no haber vuelto a pasar. No puedo evitar pensar en la sensación de miedo que sentí cuando pensé que podría perderla. En todas las cosas que me hubiera perdido si me la hubieran arrebatado. Y ese pensamiento, sabiendo que está aquí, conmigo, me hace sentirme afortunado, tremendamente afortunado, pero frágil. Tan frágil que estoy llorando sobre ella sin poder parar porque sé que ella tampoco puede. He sentido tantas cosas en el tiempo que llevamos sobre esta alfombra que estoy aturdido, sobrepasado, y por algún sitio tienen que brotar todos estos sentimientos.

Intento serenarme un poco para ayudarla a ella, pero es mirarla, con los ojos repletos de lágrimas, y volver a llenarse los míos.

-No llores… - le ruego sollozando – no llores que no puedo parar Malú… - apoyo mi frente sobre su mejilla izquierda –

-Lo siento… - dice sollozando – no puedo evitarlo… - dice amargamente – no sé qué me pasa, pero no puedo parar… - dice llorando y, a la vez, entremezclando alguna risa nerviosa muy breve – no sé qué hubiera hecho si te llega a pasar algo… - dice amargamente –

-No… - digo alzando la mirada disgustado – no, no pienses en eso ahora… - digo acariciando su rostro – estamos aquí… - digo intentando sonreir –

-Lo sé… - dice sonriendo fugazmente – por eso no puedo parar… - dice algo frustrada – ha sido tan… - resopla – intenso… - dice como si le faltara el aire –

-Intenso es la palabra… - digo mirándola sin poder evitar sonreír – mucho… - digo afirmando – cálmate vale? – asiente dejando de llorar mientras acaricio su rostro – joder… - suspiro – cómo puedes ser tan preciosa… - digo con un tono en el que jamás le he hablado a nadie –

-Álex… - se queja riéndose – no ayudas nada a que deje de llorar como una gilipollas eh? – dice riendo, todavía emocionada –

-Déjame que me explaye anda… - digo dejando besos por su cuello – que estaba deseando poder ponerme así de ñoño… - escucho como se ríe levemente – ven…

Me incorporo de rodillas, haciendo que se levante y, agarrándola de la cintura, me levanto del suelo y me dirijo al sofá, tumbándome a su lado. Me mira embelesada, nunca me había mirado así. Echo la manta sobre nosotros y la abrazo, quedándonos pegados, como dos siameses, frente al fuego.

-Me ha entrado un sueño… – digo susurrando, besando su cuello –

-No vayamos a la cama… - me pide – la primera vez nos quedamos durmiendo en un sofá, te acuerdas? – dice sonriendo –

-Claro que me acuerdo… - digo alzando la mirada – nos quedamos aquí… - digo convencido – calentitos… - me pego más a su cuerpo y levanto más la manta hasta cubrirnos hasta el cuello –

-Te quiero Álex… - dice mirándome –

-Te quiero… - respondo susurrando mientras sonrío –


Me acurruco a su lado, notando como se acomoda y se abraza más a mí. Su respiración mezclada con el sonido de la leña arder me parece el sonido que querré escuchar cuando necesite relajarme. Ojalá pudiera plasmarlo en algún sitio y escucharlo cada noche antes de dormir. Ese y todos los que se han grabado en mi mente esta noche tan intensa. Esta noche en la que, por fin, nos hemos dicho todo lo que nos teníamos que decir, sin dudar, sin pensar más allá, solo dejando que eso que latía en el centro de nuestra existencia, saliera fuera y pudiera por fin liberarse.