Sin saber muy bien cómo, la Navidad ha llegado y yo, sin
querer, vuelvo a tener ese punto de ilusión que se esfuma si pienso en lo que
pasó hace poco más de dos semanas. Sigo teniendo pesadillas, sigo teniendo muy
presente todas las imágenes de ese día. Soy consciente que a Malú le pasa lo
mismo, pero quizá lo disimula mejor, o sabe manejarlo mejor que yo, pero yo en
lo único que pienso en que pasen estos días en los que parece que,
obligatoriamente, hay que estar feliz. Aunque este año es distinto. Hay un halo
de tristeza que envuelve las calles, los bares, los centros comerciales.
Supongo que la gente es consciente que esta Navidad es una Navidad difícil para
mucha gente, incluso para los que no perdieron a nadie ese día. El miedo hace
que vivamos las cosas de una manera diferente, con mucha menos alegría. Da
rabia saber que esa sensación es general en todas partes.
Malú, por su parte, ha organizado la cena de Nochebuena en
su casa. Escuchar como habla ilusionada sobre toda la gente que va a ir, me
hace tener un poquito de esperanza. Esperanza de poder pasar este trance con su
ayuda. Su positividad consigue contagiarme en muchas ocasiones, pero no en
todas las que me gustaría. No me gusta que el inicio de nuestra relación esté
marcado por esto, pero no es algo que pueda cambiar, ni yo, ni ella.
En casa de mis padres, toda la familia se ha reunido, en
cierto modo, porque creo que todos nos hemos dado cuenta que nunca sabemos cuándo
van a ser nuestras últimas navidades. Para mí, podrían haber sido las del año
pasado. Ese pensamiento se instala en mi cabeza durante unos minutos y me
bloquea. No soy capaz de sonreír cuando entro en esos bucles últimamente. Pero,
al ver llegar a toda mi familia a casa, me doy cuenta de la importancia de los
abrazos. Ese tipo de abrazos en los que unes el pecho con el de la persona que
te abrazas y, por un momento, los dos corazones laten a la vez. Es
reconfortante. Decido pensar lo menos posible en cómo lo estarán pasando otras
familias hoy y me centro en disfrutar de mi familia. Quizá el año que viene
falte alguno de nosotros, así que debo aprovechar la oportunidad que tengo de
estar aquí con ellos, otro año más.
Tras la cena y las conversaciones distendidas que han
conseguido que sonría y consiga evadirme un poco de esos pensamientos, me pongo
mi chaqueta, dispuesto a ir a casa de Malú. He decidido sin consultarle que,
después de cenar, iría a su casa. Es una decisión un poco egoísta en realidad,
la verdad es que lo hago para intentar que me contagie su ilusión. Mi madre me
mira con una expresión entre tristeza y alegría, no sabría cómo catalogarla.
Sin decir nada, me abraza y me hace una carantoña en el rostro.
-Ten cuidado con el coche – remarca un tanto emocionada –
-Mamá, solo estamos a 20 minutos… - digo restándole
importancia –
-Ya lo sé… - dice bajando la cabeza –
-Entiendes que quiera terminar la noche allí no? – digo
suavizando mi voz –
-Claro hijo – me mira y sonríe – dale un beso de mi parte… -
dice besándome la mejilla de manera sonora –
-Mamá… - digo sonriendo un poco avergonzado –
-Nada de tristeza, me oyes? – me agarra la cara con las dos
manos – no tiene nada que ver con la Navidad, solo hay que celebrar que estamos
vivos
Sonrío sin poder evitarlo. Mi madre también consigue
arrancarme una sonrisa, sobre todo estos días. Mi padre, el hombre tranquilo,
me observa sin decir nada. Es de pocas palabras, es más bien de hechos. Me
abraza dándome palmadas en la espalda y me da un beso cariñoso en la mejilla.
Sonrío de nuevo, creo que hace muchos días que no sonreía tanto. Mi hermana,
por su parte, se abrocha el abrigo mirándonos y negando con la cabeza.
-Venga, que parece que se va a la guerra – dice empujándome
– y se va a casa de Malú, nada más y nada menos – hace un gesto con las manos –
yo me tengo que conformar con el bar de siempre y mis amigos no famosos… - dice
con ironía –
-Eres muy imbécil… - digo riendo levemente –
-Si, muy imbécil pero mira que horas! – se señala el reloj –
no me da tiempo a beberme mis gintonics…
-Lucía! – exclama mi madre –
-Mamá, no dirás que te has enterado hoy que tu hija bebe
cuando sale… - dice mi hermana con ironía de nuevo –
Salgo de casa con una sonrisa que, sorprendentemente, no
puedo borrar de mi cara. Al subir al coche, noto que mi hermana me mira. Me
mira sin pestañear.
-Dispara – digo pensando que tiene algo que decirme –
-No he querido ponerme sentimental delante de los papás… -
dice revolviéndose en el asiento – sabes que mamá se contagia de cualquiera que
llora… - la miro sin entender muy bien a qué viene el haberse puesto tan seria –
pero no sé lo que hubiera hecho si no hubiera cenado a tu lado esta noche.
La miro fugazmente y veo como tiene sus ojos empañados.
Automáticamente, como si fuera contagioso, los míos comienzan a segregar
lágrimas que se agolpan, esperando por salir. Sonrío emocionado sin decir nada.
-Lo siento pero tenía que decírtelo… - dice riendo nerviosa –
a veces doy por hecho que sabes que te quiero, pero nunca te lo digo… - la miro
de nuevo, intentando reprimir las lágrimas – te quiero mucho hermanito…
La observo mientras me detengo en el semáforo. Es cierto que
tenemos una relación de colegueo más que de hermanos. Apenas hablamos en serio
la mayoría de las veces. Por eso me sorprende que me diga esto ahora. Aparto
una de las lágrimas que ha logrado salir de sus ojos y se resbala por su
mejilla.
-Y yo te quiero a ti enana… - digo acariciando su mejilla –
El cinturón no es impedimento para que nos abracemos dentro
del coche. Es un momento que catalogaría como mágico. De esos momentos que
sabes que se te van a quedar en la retina para siempre. Me recompongo y meto la
primera para salir del semáforo, intentando no llorar, aunque tengo muchas
ganas pero, por primera vez en muchos días, sería de felicidad.
Llegamos al bar donde mi hermana ha quedado con sus amigos y,
casualmente, en la radio suena una canción de Malú. Mi hermana ríe a carcajadas
y hace que me avergüence un poco.
-Anda tira, que te está esperando… - dice mi hermana
saliendo del coche mientras señala a la radio –
-No bebas mucho anda… - digo con tono protector –
-Claro que no – dice irónica quedándose apoyada en la puerta
– Feliz Navidad, feo – dice de forma cariñosa –
-Feliz Navidad, fea – le respondo sonriendo –
Al cerrar la puerta, la observo llegar a la entrada del bar y ser recibida por sus amigos con exaltación. Sonrío, no me queda otra. Arranco de nuevo el coche y, mientras me alejo, pienso en que Malú y ella se parecen en algunas cosas. Entre ellas, el entusiasmo que transmiten. Subo el sonido de la radio, la canción no ha terminado, y su voz va a hacer que el camino se me haga más corto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario